Continuando con la entrega de esta pequeña saga de PALABRAS QUE NO PUEDO PRONUNCIAR, aquí tenéis la segunda entrega.
- Buenos días Margarita. Cancela todas mis citas para hoy. Diles que estoy enferma y que no he podido venir a trabajar y dile a Enrique que venga inmediatamente a mi despacho. Es urgente. Gracias.
Lo primero que hizo fue tirar a la papelera la foto de sobremesa de Carlos, que decoraba su mesa y lo siguiente buscar en el cajón unas llaves, mientras lo hacía Enrique entró alarmado.
- ¿Qué ocurre Julia?. ¡Dios mío!, ¿qué te ha pasado?. –exclamaba mientras examinaba el moratón abultado en la cara de su amiga-¿Ha sido él verdad?...balbuceó Enrique, ¡tu marido!.
- -Siéntate. ¡No puedo más! – Julia comenzó a sollozar y se tapaba la cara con las manos - Sí Enrique. Ha sido Carlos. Anoche me pegó, siempre lo hace cuando no está Marcos.
- -¿Siempre? – repuso el psicólogo. ¿Desde cuándo te está ocurriendo esto?.
- ¿Pegarme?....balbuceo Julia…desde hace un año más o menos. Como sabes, llevamos veinte años casados. No podía imaginar que las cosas fueran a acabar así. Cuando lo conocí era un hombre cariñoso, bueno con nuestro entorno, educado, cortés. Pero al año aproximadamente de casarnos comenzó a obsesionarse con la idea de que salía con otros hombres…los celos lo poseían…comenzamos a tener discusiones, que con el paso del tiempo se hicieron mayores, en las que él siempre buscaba tener la razón e intentaba convencerme de que yo lo hacia todo mal y que era la culpable de todo nos fuera mal como pareja. Luego la emprendió con Marcos. Que si yo sólo tenía ojos para él…y le tomó celos también. Las discusiones se sucedieron. Empezó a acusarme de mala madre y de mala esposa. De que nunca estaba en casa, como me correspondía, que a saber de quien era mi hijo…¿qué tal vez él no era su padre?...
Julia se calmó un poco y miró fijamente a los ojos de su compañero
- Nunca te había contado nada Julio, por que sentía vergüenza, vergüenza como mujer y como psicóloga de no poder controlar la situación, de no poder arreglar las cosas con mi pareja. Pensaba que con el tiempo podríamos superarlo. Y aguanté un día y otro, tratando de comprenderlo de callar para evitar las discusiones cada vez más continuas, mientras Marcos se iba haciendo mayor. Después la vergüenza que sentía se convirtió en miedo, en temor a sus broncas, a hacerlo estallar. No busqué ayuda. ¿Qué pensarían mis compañeros de profesión?. ¡Que equivocada estaba!. Durante más de quince años fueron continuas peleas verbales. Dolorosas pero nada físico. Veía como él se iba apartando de mí emocionalmente. Como si me fuera odiando cada día un poco más. De tanto en cuanto me daba una tregua y entonces se convertía en el hombre más bueno de la tierra…-Julia suspiró y bajó la mirada al suelo- me llevaba el desayuno a la cama. Me traía flores. Me llevaba un fin de semana de viaje sorpresa. Pero eso no duraba mucho. Cuando más confiada estaba volvía a las peleas y mucho peor…me insultaba, me descalificaba, me hacia sentir lo peor…lo físico empezó hace un año más o menos…Un día Marcos llegó tarde a casa y tuvimos una disputa por un castigo que le puso y con el que yo no estuve conforme. Mi hijo se marchó enfadado a casa de mi hermana y entonces ocurrió. Me abofeteó sin más y luego se relajó. Unos días más tarde me pidió perdón. Pensé que jamás volvería a pasar…que Enrique había perdido los papeles, andaba muy liado con un caso del bufete y seguramente la tensión le había jugado una mala pasada. Lo disculpé pensando que era algo que nos podía pasar a todos. Pero no fue así. Estas Navidades me agredió por segunda vez. Le regalé algo que le disgustó. Una pluma Montblanc para su despacho, fue una tontería pero empezó a decirme que después de tantos años juntos yo ya debería saber lo que le gustaba y lo que no, empezó a subirse de tono a volver con los celos y a gritar como un animal – Julia a duras penas lograba hacer entender sus palabras, tragó saliva para proseguir- … estábamos en la cocina y me empujó con todas sus fuerzas, caí contra el horno… fue el día que te dije que había tenido un accidente esquiando. ¿Lo recuerdas?. -Julia prosiguió secándose las lagrimas- Ahora lo veo claro, rechazo del contacto físico conmigo e introspección. No habrá vuelta atrás y me ha costado verlo en mi propia piel y no en la de alguna paciente. – se aclaraba la voz para intentar mantener el tono firme y no contagiar su tristeza a Enrique- Esta es la última vez y no lo pienso volver a permitir. No puedo engañarme más, tengo que tomar una decisión definitiva, hasta un alumno en prácticas me lo aconsejaría. Voy a llamar a Helena, la abogada que sueles
recomendar a tus pacientes, para concertar una entrevista. Ella me aconsejará y me guiará en los trámites de la separación.- tragó saliva y sacó un pequeño neceser de su bolso y se retocó suavemente en el maquillaje, mientras se relajaba contemplándose en el pequeño espejo.
- Cuenta conmigo para lo que necesites., Julio la rodeó con el brazo por los hombros y la llevó hasta el corredor, donde tomaron una cerveza.
- Lo tengo todo pensado Enrique. El piso de mis padres está vacío, Carlos piensa que lo tengo alquilado y no me buscará allí. En cuanto arregle las cosas con Helena me traslado, pero eso sí, necesito que alguien saque mis cosas más urgentes de la casa, hablaré con mi hijo Marcos.
- Ten cuidado Julia y sobre todo no le cuentes a Marcos a donde te trasladas. Pero es fundamental que presentes una denuncia. Yo te acompañaré a comisaría.
- Descuida. Alegó Julia con tono despistado y agotado.
Fueron momentos de gran intensidad, llamar a sus padres para comunicarles la noticia, hablar con sus hermanos y apartar el dinero necesario para los trámites y los honorarios del procurador. Carlos era abogado y si algo sabía cierto de él, es que no se iba a rendir. Pero contaba con su alojamiento secreto.
Por consejo de Enrique y como a otras pacientes había sugerido, decidió cambiar la cerradura de su nueva casa y con todo listo quedó en la hamburguesería de la Plaza de Castilla con su hijo Marcos a las 5 de la tarde. Aún eran las 3 y tenía tiempo para descansar un poco, con tanta agitación los sentimientos se habían aplacado mínimamente y el sabor a cierta libertad había superado al temor de la mañana.
Enrique salió de su consulta preocupado y entró en la de ella.
- He terminado mis visitas por hoy Julia. Vamos a comisaria.
- No Enrique, ahora no. Iré sin falta mañana. He quedado con mi hijo a las 5 y es muy importante que hable con él.
Julia fue una madre joven, con tan sólo veinte años, en su época de estudiante universitaria, fue al poco de conocer a Carlos, se quedó embarazada y el temor a perderlo todo y la persuasión de éste, la llevaron a un rápido matrimonio y a una vida aparentemente de bienestar. Recordaba la primera vez que tuvo a Marcos entre sus brazos, sus primeros gateos. De repente pensó que tal vez nunca había amado a Carlos, que sólo se dejó llevar por la falta de previsión, por una situación que la superaba. Recordó a Enrique apoyándola en aquel sprint final de exámenes en el que la barriga le ganaba pulso a la carrera y pensó si tal vez hubiera sido más feliz con él. Aunque veinte años después las cosas se habían hecho más que evidentes. Tan cansada estaba que se durmió y por primera vez en mucho tiempo descansó tranquila y sin miedo.
Marga la despertó de su letargo a las cinco menos cuarto.
- Julia, tiene usted una cita con su hijo a las cinco, ¿lo recuerda?.
- Gracias Margarita. ¡No se que haría yo sin ti!. Me marcho.
Condujo apresuradamente por la avenida del mar que llevaba a aquella hamburguesería donde Marcos la esperaba. Trataba de encontrar las palabras justas, exactas para explicarle lo que había pasado e intentar hacerle sufrir lo menos posible. Siempre había sido su pequeño y ahora con veinte ya cumplidos, lo seguía siendo. Era un pequeño Peter Pan que se resignaba a crecer y a hacerle frente al mundo, por que, y ella lo sabía, lo había protegido sobremanera. De su padre, del mundo real y hasta de ella misma.
Llegó al restaurante y justo al entrar, en la mesa más cercana a la barra se encontraba Marcos. Era un joven alto y delgado. Bastante aniñado para su edad, pero guapo como ella y como su padre. Tenía buenas formas y siempre escuchaba dejando hablar a su interlocutor. No sabía de la rebeldía más de lo que el mismo ojeaba en las revistas masculinas que solía leer.
- Hola Marcos, cariño.
- Hola Mamá, ¿Qué pasa?, ¿por qué hemos quedado aquí y no en casa?. ¿Es que habéis vuelto a discutir tú y papá?..
Marcos era el ojito derecho de su padre. Mimado hasta el extremo por su progenitor. Desde bien pequeño había sido el niño de sus ojos. Y en cuanto a lo material, había recibido el triple de lo que cualquier niño de su edad hubiera deseado. Ahora, era un veinteañero snob y malcriado.
-Marcos… Julia no sabía ni por donde empezar. Como de costumbre, trataría de omitirle lo de la paliza a su hijo para causarle menos dolor.- Verás- continuó. Sí. tu padre y yo hemos discutido. Siempre tiene en el pensamiento que yo le engaño con otros hombres, que me veo con Enrique, con pacientes, en fin que los celos se apoderan de él y no ve otra cosa.
- Ya lo sé mamá, pero eso es mentira. Yo hablaré con él para que se de cuenta y que te perdone.
- Marcos. ¡Hemos tenido una discusión muy fuerte y me voy a trasladar!
- ¿A dónde?, preguntó el pequeño Peter.
- A casa de los abuelos, la que dejaron vacía en la calle Rialto, pero a ti ni se te ocurra decirle nada a tu padre por lo que más quieras.
- Mamá, mi padre no es ningún monstruo, dices eso como si quisiera matarte. Mi padre te quiere y si no le decimos a donde vas a irte no podréis reconciliaros.
- Marcos. Dentro de unos días mamá hablará con tu padre y le explicaré todo, tú entre tanto por favor, júramelo, por favor no le digas nada. Te he contado todo esto para que me ayudes a sacar de casa las cosas importantes que tengo allí. El ordenador, mi agenda, mi ropa. ¿Estás de acuerdo?.
- Tranquila mamá, no le diré nada.
- Gracias Marcos y toma una copia de la llave para que puedas llevarme todas las cosas que te he apuntado en esta lista. Julia extendió un brazo delicado, con la piel blanca y suave como el resto de su cuerpo y el muchacho la aceptó.
El hijo la escuchaba atento y silencioso, con esa mirada verde que había heredado de ella, al igual que su piel clara y fina y su cabello rubio que lo hacía todavía más llamativo. Atendía sin asentir ni dar la más mínima muestra de haber sido testigo de otras aberraciones de su padre y después de planear la forma de sacar las cosas de la casa, terminaron de merendar.
Media hora más tarde Julia partió hacia la casa de sus padres en la calle Rialto, con sus nuevas llaves y con la tranquilidad de que la cerradura estaba cambiada.
Cuando Marcos llegó a casa de sus progenitores, encontró a su padre colérico y maldiciendo que Julia no estuviera allí.
Lo primero que hizo fue tirar a la papelera la foto de sobremesa de Carlos, que decoraba su mesa y lo siguiente buscar en el cajón unas llaves, mientras lo hacía Enrique entró alarmado.
- ¿Qué ocurre Julia?. ¡Dios mío!, ¿qué te ha pasado?. –exclamaba mientras examinaba el moratón abultado en la cara de su amiga-¿Ha sido él verdad?...balbuceó Enrique, ¡tu marido!.
- -Siéntate. ¡No puedo más! – Julia comenzó a sollozar y se tapaba la cara con las manos - Sí Enrique. Ha sido Carlos. Anoche me pegó, siempre lo hace cuando no está Marcos.
- -¿Siempre? – repuso el psicólogo. ¿Desde cuándo te está ocurriendo esto?.
- ¿Pegarme?....balbuceo Julia…desde hace un año más o menos. Como sabes, llevamos veinte años casados. No podía imaginar que las cosas fueran a acabar así. Cuando lo conocí era un hombre cariñoso, bueno con nuestro entorno, educado, cortés. Pero al año aproximadamente de casarnos comenzó a obsesionarse con la idea de que salía con otros hombres…los celos lo poseían…comenzamos a tener discusiones, que con el paso del tiempo se hicieron mayores, en las que él siempre buscaba tener la razón e intentaba convencerme de que yo lo hacia todo mal y que era la culpable de todo nos fuera mal como pareja. Luego la emprendió con Marcos. Que si yo sólo tenía ojos para él…y le tomó celos también. Las discusiones se sucedieron. Empezó a acusarme de mala madre y de mala esposa. De que nunca estaba en casa, como me correspondía, que a saber de quien era mi hijo…¿qué tal vez él no era su padre?...
Julia se calmó un poco y miró fijamente a los ojos de su compañero
- Nunca te había contado nada Julio, por que sentía vergüenza, vergüenza como mujer y como psicóloga de no poder controlar la situación, de no poder arreglar las cosas con mi pareja. Pensaba que con el tiempo podríamos superarlo. Y aguanté un día y otro, tratando de comprenderlo de callar para evitar las discusiones cada vez más continuas, mientras Marcos se iba haciendo mayor. Después la vergüenza que sentía se convirtió en miedo, en temor a sus broncas, a hacerlo estallar. No busqué ayuda. ¿Qué pensarían mis compañeros de profesión?. ¡Que equivocada estaba!. Durante más de quince años fueron continuas peleas verbales. Dolorosas pero nada físico. Veía como él se iba apartando de mí emocionalmente. Como si me fuera odiando cada día un poco más. De tanto en cuanto me daba una tregua y entonces se convertía en el hombre más bueno de la tierra…-Julia suspiró y bajó la mirada al suelo- me llevaba el desayuno a la cama. Me traía flores. Me llevaba un fin de semana de viaje sorpresa. Pero eso no duraba mucho. Cuando más confiada estaba volvía a las peleas y mucho peor…me insultaba, me descalificaba, me hacia sentir lo peor…lo físico empezó hace un año más o menos…Un día Marcos llegó tarde a casa y tuvimos una disputa por un castigo que le puso y con el que yo no estuve conforme. Mi hijo se marchó enfadado a casa de mi hermana y entonces ocurrió. Me abofeteó sin más y luego se relajó. Unos días más tarde me pidió perdón. Pensé que jamás volvería a pasar…que Enrique había perdido los papeles, andaba muy liado con un caso del bufete y seguramente la tensión le había jugado una mala pasada. Lo disculpé pensando que era algo que nos podía pasar a todos. Pero no fue así. Estas Navidades me agredió por segunda vez. Le regalé algo que le disgustó. Una pluma Montblanc para su despacho, fue una tontería pero empezó a decirme que después de tantos años juntos yo ya debería saber lo que le gustaba y lo que no, empezó a subirse de tono a volver con los celos y a gritar como un animal – Julia a duras penas lograba hacer entender sus palabras, tragó saliva para proseguir- … estábamos en la cocina y me empujó con todas sus fuerzas, caí contra el horno… fue el día que te dije que había tenido un accidente esquiando. ¿Lo recuerdas?. -Julia prosiguió secándose las lagrimas- Ahora lo veo claro, rechazo del contacto físico conmigo e introspección. No habrá vuelta atrás y me ha costado verlo en mi propia piel y no en la de alguna paciente. – se aclaraba la voz para intentar mantener el tono firme y no contagiar su tristeza a Enrique- Esta es la última vez y no lo pienso volver a permitir. No puedo engañarme más, tengo que tomar una decisión definitiva, hasta un alumno en prácticas me lo aconsejaría. Voy a llamar a Helena, la abogada que sueles
recomendar a tus pacientes, para concertar una entrevista. Ella me aconsejará y me guiará en los trámites de la separación.- tragó saliva y sacó un pequeño neceser de su bolso y se retocó suavemente en el maquillaje, mientras se relajaba contemplándose en el pequeño espejo.
- Cuenta conmigo para lo que necesites., Julio la rodeó con el brazo por los hombros y la llevó hasta el corredor, donde tomaron una cerveza.
- Lo tengo todo pensado Enrique. El piso de mis padres está vacío, Carlos piensa que lo tengo alquilado y no me buscará allí. En cuanto arregle las cosas con Helena me traslado, pero eso sí, necesito que alguien saque mis cosas más urgentes de la casa, hablaré con mi hijo Marcos.
- Ten cuidado Julia y sobre todo no le cuentes a Marcos a donde te trasladas. Pero es fundamental que presentes una denuncia. Yo te acompañaré a comisaría.
- Descuida. Alegó Julia con tono despistado y agotado.
Fueron momentos de gran intensidad, llamar a sus padres para comunicarles la noticia, hablar con sus hermanos y apartar el dinero necesario para los trámites y los honorarios del procurador. Carlos era abogado y si algo sabía cierto de él, es que no se iba a rendir. Pero contaba con su alojamiento secreto.
Por consejo de Enrique y como a otras pacientes había sugerido, decidió cambiar la cerradura de su nueva casa y con todo listo quedó en la hamburguesería de la Plaza de Castilla con su hijo Marcos a las 5 de la tarde. Aún eran las 3 y tenía tiempo para descansar un poco, con tanta agitación los sentimientos se habían aplacado mínimamente y el sabor a cierta libertad había superado al temor de la mañana.
Enrique salió de su consulta preocupado y entró en la de ella.
- He terminado mis visitas por hoy Julia. Vamos a comisaria.
- No Enrique, ahora no. Iré sin falta mañana. He quedado con mi hijo a las 5 y es muy importante que hable con él.
Julia fue una madre joven, con tan sólo veinte años, en su época de estudiante universitaria, fue al poco de conocer a Carlos, se quedó embarazada y el temor a perderlo todo y la persuasión de éste, la llevaron a un rápido matrimonio y a una vida aparentemente de bienestar. Recordaba la primera vez que tuvo a Marcos entre sus brazos, sus primeros gateos. De repente pensó que tal vez nunca había amado a Carlos, que sólo se dejó llevar por la falta de previsión, por una situación que la superaba. Recordó a Enrique apoyándola en aquel sprint final de exámenes en el que la barriga le ganaba pulso a la carrera y pensó si tal vez hubiera sido más feliz con él. Aunque veinte años después las cosas se habían hecho más que evidentes. Tan cansada estaba que se durmió y por primera vez en mucho tiempo descansó tranquila y sin miedo.
Marga la despertó de su letargo a las cinco menos cuarto.
- Julia, tiene usted una cita con su hijo a las cinco, ¿lo recuerda?.
- Gracias Margarita. ¡No se que haría yo sin ti!. Me marcho.
Condujo apresuradamente por la avenida del mar que llevaba a aquella hamburguesería donde Marcos la esperaba. Trataba de encontrar las palabras justas, exactas para explicarle lo que había pasado e intentar hacerle sufrir lo menos posible. Siempre había sido su pequeño y ahora con veinte ya cumplidos, lo seguía siendo. Era un pequeño Peter Pan que se resignaba a crecer y a hacerle frente al mundo, por que, y ella lo sabía, lo había protegido sobremanera. De su padre, del mundo real y hasta de ella misma.
Llegó al restaurante y justo al entrar, en la mesa más cercana a la barra se encontraba Marcos. Era un joven alto y delgado. Bastante aniñado para su edad, pero guapo como ella y como su padre. Tenía buenas formas y siempre escuchaba dejando hablar a su interlocutor. No sabía de la rebeldía más de lo que el mismo ojeaba en las revistas masculinas que solía leer.
- Hola Marcos, cariño.
- Hola Mamá, ¿Qué pasa?, ¿por qué hemos quedado aquí y no en casa?. ¿Es que habéis vuelto a discutir tú y papá?..
Marcos era el ojito derecho de su padre. Mimado hasta el extremo por su progenitor. Desde bien pequeño había sido el niño de sus ojos. Y en cuanto a lo material, había recibido el triple de lo que cualquier niño de su edad hubiera deseado. Ahora, era un veinteañero snob y malcriado.
-Marcos… Julia no sabía ni por donde empezar. Como de costumbre, trataría de omitirle lo de la paliza a su hijo para causarle menos dolor.- Verás- continuó. Sí. tu padre y yo hemos discutido. Siempre tiene en el pensamiento que yo le engaño con otros hombres, que me veo con Enrique, con pacientes, en fin que los celos se apoderan de él y no ve otra cosa.
- Ya lo sé mamá, pero eso es mentira. Yo hablaré con él para que se de cuenta y que te perdone.
- Marcos. ¡Hemos tenido una discusión muy fuerte y me voy a trasladar!
- ¿A dónde?, preguntó el pequeño Peter.
- A casa de los abuelos, la que dejaron vacía en la calle Rialto, pero a ti ni se te ocurra decirle nada a tu padre por lo que más quieras.
- Mamá, mi padre no es ningún monstruo, dices eso como si quisiera matarte. Mi padre te quiere y si no le decimos a donde vas a irte no podréis reconciliaros.
- Marcos. Dentro de unos días mamá hablará con tu padre y le explicaré todo, tú entre tanto por favor, júramelo, por favor no le digas nada. Te he contado todo esto para que me ayudes a sacar de casa las cosas importantes que tengo allí. El ordenador, mi agenda, mi ropa. ¿Estás de acuerdo?.
- Tranquila mamá, no le diré nada.
- Gracias Marcos y toma una copia de la llave para que puedas llevarme todas las cosas que te he apuntado en esta lista. Julia extendió un brazo delicado, con la piel blanca y suave como el resto de su cuerpo y el muchacho la aceptó.
El hijo la escuchaba atento y silencioso, con esa mirada verde que había heredado de ella, al igual que su piel clara y fina y su cabello rubio que lo hacía todavía más llamativo. Atendía sin asentir ni dar la más mínima muestra de haber sido testigo de otras aberraciones de su padre y después de planear la forma de sacar las cosas de la casa, terminaron de merendar.
Media hora más tarde Julia partió hacia la casa de sus padres en la calle Rialto, con sus nuevas llaves y con la tranquilidad de que la cerradura estaba cambiada.
Cuando Marcos llegó a casa de sus progenitores, encontró a su padre colérico y maldiciendo que Julia no estuviera allí.
esta que arde ya te digo,
ResponderEliminarMuy bien escrito... estoy enganchada a este relato...
ResponderEliminarBesos!
Excelente relato, a ver el desenlace.
ResponderEliminarUn saludo.
celebro haberme topado con este espacio, tengo la sensacion del naufrago que 2años despues coincide con otros aborigenes. felicidades a los responsables de esto, teneis mucho talento. un abrazo
ResponderEliminarHago un alto en el camino de mis vacaciones para pasar a saludaros y lo mejor es que me encuentro con muchas caras amigas y también con muchas nuevas ;D
ResponderEliminarUn abrazote y me alegro de que os vaya gustando el relato. El próximo miércoles tendréis colgada la 3ª y penúltima entrega. Que la disfrutéis amigos.
Saludillos.
Arwen