Se sentía como una heroína, había defendido su trabajo como una jabata mano a mano con su compañera, en un perfecto tandem, rompiendo las líneas enemigas de los nervios y la inseguridad, en un terreno extraño, lejos de su tierra, después de recorrer cientos de kilómetros compartiendo viaje y asiento con ella, cómplice de la aventura laboral.
Dos abejitas trabajadoras que se afanan en reinventarse, en contrastar ideas, dibujarlas desde varios puntos de vista, en un toma y daca propio de disertaciones de dos filósofas en pleno mundo de las Ideas platónicas que se afanan en plasmarlas en la realidad imperfecta. La mejor de las veces que ha habido tal sintonía, tal compenetración. ¿Serán los largos años de experiencias compartidas? ¿El haber conseguido esa ósmosis entre el trabajo y la amistad? Imaginad los viajes de esta pareja. Hasta el infinito y más allá.
Esta vez la vuelta a casa se impone hacerlo por separado. Sola ha sido un acierto encontrar la puerta de salida de tantas que tiene la plaza Mayor hacia la calle de la estación, después de desayunar en ese bar de uno de sus soportales con ese camarero extrañamente poco hablador. Mascaba la soledad, mientras me cruzaba con los estudiantes que acudían al instituto de buena mañana y yo arrastraba la maleta cuesta arriba por esa calle empedrada que la frenaba y tamborilleaba. Preciosas esas calles con sabor a medievo si no arrastras una maleta. Aún así llego a la estación con más que sobrado tiempo de espera y me quedo destemplada con este loco tiempo de calores al mediodía y fresco por la mañana que te hace no acertar con la ropa que ponerte para estar sentada en ese banco solitario.
Descifro el panel de salidas de los autobuses y busco mi destino, Madrid, la metropolis, enredada en una madeja de conexiones viajeras. ¿Seré capaz de orientarme en esos transbordos de autobús, metro y tren? Se ve tan sencillo cuando un amigo nativo de la zona te acompaña por esos túneles y te lleva a buen puerto, pero cuando lo haces sin esa mano amiga, se te activan hasta los sentidos más arácnidos para tratar de no liarte y dar con la salida, saber sacar el billete en esas máquinas sin alma y no equivocarte de andén. Pierdes toda la vergüenza por asegurarte que vas bien y preguntas a ese ciudadano que supones será caritativo contigo, de colega a colega viajero.
El estrés recorre tu cuerpo, lo notas, comienzas a sentir las señales inequívocas en tu vejiga que maldices, porque ahora tienes también que buscar un baño, calcular si cabe la maleta en el cuchitril de la taza del vater, encajar el bolso donde puedas y maniobrar con acierto para descargar la increíblemente larga cascada amarilla. Esto no es natural, solo me había tomado un café con leche. Comprobado, los nervios son el mejor de los diuréticos.
Cuando por fin llegas a la gran, enorme, bulliciosa, estación de tren, recuerdas las instrucciones de tu amigo, todo recto y luego a la derecha. Pues no, no es tan sencillo, aquí hay más pasillos de los que me pintaron y quién mejor los conocerá, el guardia de seguridad, tan macizo y tan contundente en sus palabras. ¡Victoria!, he llegado al portal de entrada del AVE, donde me controlan el equipaje y llego a una sala de espera con auténticos asientos de tren, pero en dique seco. Acomodada a la espera de ser anunciado mi AVE, pienso, cuanto daría por una conversación con una amiga, y tal cual, suena el bip de un whasapp en mi móvil. Es mi compañera que se interesa por mis tribulaciones como viajera. Increíble, estamos coordinadas hasta en estos detalles.
Si ya pensaba que el mundo era pequeño, viajando con el AVE que realiza el viaje en una hora y media cuando se necesitan cuatro, todavía lo veo más encogido, pero es un placer viajar a tal velocidad, como un electrón viajando por un cable, sin percibir esa sensación de vértigo, sino con una suavidad solo sacudida por la sorpresa al cruzarte durante menos de un segundo con el AVE que va en sentido contrario.
De vuelta al hogar, al camino más que conocido, a la anestesia de la rutina diaria, hasta que echemos de menos esas mariposas que nos inviten a otra aventura viajera.
Small window, a music video for Luluc from nacho rodriguez on Vimeo.Descifro el panel de salidas de los autobuses y busco mi destino, Madrid, la metropolis, enredada en una madeja de conexiones viajeras. ¿Seré capaz de orientarme en esos transbordos de autobús, metro y tren? Se ve tan sencillo cuando un amigo nativo de la zona te acompaña por esos túneles y te lleva a buen puerto, pero cuando lo haces sin esa mano amiga, se te activan hasta los sentidos más arácnidos para tratar de no liarte y dar con la salida, saber sacar el billete en esas máquinas sin alma y no equivocarte de andén. Pierdes toda la vergüenza por asegurarte que vas bien y preguntas a ese ciudadano que supones será caritativo contigo, de colega a colega viajero.
El estrés recorre tu cuerpo, lo notas, comienzas a sentir las señales inequívocas en tu vejiga que maldices, porque ahora tienes también que buscar un baño, calcular si cabe la maleta en el cuchitril de la taza del vater, encajar el bolso donde puedas y maniobrar con acierto para descargar la increíblemente larga cascada amarilla. Esto no es natural, solo me había tomado un café con leche. Comprobado, los nervios son el mejor de los diuréticos.
Cuando por fin llegas a la gran, enorme, bulliciosa, estación de tren, recuerdas las instrucciones de tu amigo, todo recto y luego a la derecha. Pues no, no es tan sencillo, aquí hay más pasillos de los que me pintaron y quién mejor los conocerá, el guardia de seguridad, tan macizo y tan contundente en sus palabras. ¡Victoria!, he llegado al portal de entrada del AVE, donde me controlan el equipaje y llego a una sala de espera con auténticos asientos de tren, pero en dique seco. Acomodada a la espera de ser anunciado mi AVE, pienso, cuanto daría por una conversación con una amiga, y tal cual, suena el bip de un whasapp en mi móvil. Es mi compañera que se interesa por mis tribulaciones como viajera. Increíble, estamos coordinadas hasta en estos detalles.
Si ya pensaba que el mundo era pequeño, viajando con el AVE que realiza el viaje en una hora y media cuando se necesitan cuatro, todavía lo veo más encogido, pero es un placer viajar a tal velocidad, como un electrón viajando por un cable, sin percibir esa sensación de vértigo, sino con una suavidad solo sacudida por la sorpresa al cruzarte durante menos de un segundo con el AVE que va en sentido contrario.
De vuelta al hogar, al camino más que conocido, a la anestesia de la rutina diaria, hasta que echemos de menos esas mariposas que nos inviten a otra aventura viajera.
Besos y abrazos de encuentros, queridos Calados y lectores.
Las Gemelas del Sur.