Cualquier ciudad de nuestros días se ve
salpicada, más de lo deseable, de lo que yo llamaría: “pequeños mausoleos
urbanos”. Cuando vemos esos ramos atados a farolas, vallas, dejados sin más en
un mojón de un camino, pegados a una pared, atados a un árbol, sabemos,
iconografía moderna mediante, que ahí, justo ahí, alguien tuvo esa última cita
que todos tenemos concertada desde el mismo día en que nacemos.
Ignoro quién inició esa costumbre. Sin duda,
quien lo hizo echó mano sin saberlo de lo más primario de sus instintos, y en
un impulso que brotaba de lo hondo de un cariño roto, la impotencia, la
amargura y la pena, obró el sortilegio de mutar el dolor en vida al depositar
unas flores allá donde el alma querida dejara de respirar en un mal día.
Nunca entenderé porqué ofrecemos flores en
memoria de los ausentes. Nada más sobrio, silencioso y oscuro que el ángel
negro. Sin embargo, tras su paso, recordamos al que amamos dejando unas flores en
un lugar señalado: una tumba o un recuerdo de ella. Unas flores, todo color, aroma y fragancia, promesa de vida futura.
Se me ocurre que es una metáfora de eso en lo
que algunos confían gracias a la fe que confiesan, y que muchos, creyentes o no
y pese a todo, esperan: la resurrección y la vuelta a la vida. Puede ser. En
cualquier caso me llama la atención esa extraña asociación que hacemos al final de los días entre la pena de la ausencia infinita y la alegría del color de las flores.
A mí en cambio, cada vez que pienso en los
que se fueron, me da por alzar la vista al cielo, mirar las nubes, y buscar en
cada jirón desgarrado el guiño de un ser querido. Me gusta
imaginarlo en algún celeste lugar, buscándome entre las gentes,
cabalgando su espíritu en el viento, arremolinada su esencia entre las ramas de
árboles añejos y entre la espuma de las rompientes de la mar. Mientras, casi
sin querer, una sonrisa aflora a mis labios y un pensamiento fugaz me trae sin
yo llamarlo el destello de su mirada a la memoria.
Vaya mi entrada de hoy, triste sin tapujos, por todos los ausentes. En especial por aquellos que un día
cualquiera y sin motivo, sin enfermar ni arriesgar nada más que su cotidiano
empeño por vivir la vida, fueron visitados por esa que no nombro y con la que,
queramos o no, habremos de partir de la mano hacia un rumbo desconocido.
Y con ellos todos los demás, los propios y
los ajenos, los que conozco y los anónimos, los que gastaron ya ese billete sin retorno y los siguientes en taquillas. Por todos ellos me agaché en una acera y para todos
ellos va hoy mi sincero y respetuoso recuerdo, en un gemido callado que ahogo
mientras trago.
Antiguamente, sin embalsamamientos, era dificil velar a los muertos sin notar los cambios que se iban produciendo, por su presencia, en el ambiente, era una forma de enmascararlos. Costumbre que se ha seguido manteniendo. Por lo menos eso es lo que yo tengo entendido.
ResponderEliminarHoy te acompaño en ese recuerdo, me agacho contigo en la acera, me uno a tu gesto, y también levanto la cabeza y como tú, busco entre las nubes esa mirada inconfundible, siempre presente.
Un abrazo Emilio!
Mira, ya sabía yo que habría algún porqué. Pero lo curioso es que hoy en día sigamos con las flores...
EliminarSeguimos con los ausentes en el recuerdo.
Un abrazo Marinela!
Es cierto que a mí me impresionan más esos mauseleos que encontramos por la calle, esos ramos atados a farolas, esas bicicletas pintadas de blanco que se quedaron para siempre en el lugar en que su dueño o dueña perdieron la vida, El cementerio, hoy día de Todos los santos, es un mercado, no hay silencio, la gente rie y pasea y, si me apurais, se toma un bocadillo entre las tumbas. Yo prefiero recordar a los míos en casa, a mi padre dormitando en el sofá y a mi madre trajinando en la cocina. Y a mis tios y a algunos primos... Dondequiera que estén, yo están en mi recuerdo.
ResponderEliminarTengo pensado acercarme a un cementerio, cámara en mano. Desde luego no en un día como el de ayer. Me llama la atención de esos lugares la cantidad de "energía" dedicada a no olvidar la memoria del finado... Siempre he tenido clara una cosa: allí no reposan más que los huesos de las personas. Nada más.
EliminarUn saludo Amparo!
Yo también soy de las de mirar al cielo e imaginar cosas bonitas .
ResponderEliminarGracias por tu magnífica entrada y por la parte que me toca de seres que se fueron.
Un placer Tracy, y gracias por pasar. El cielo. ¿Porqué levantamos la mirada al cielo para recordar a los buenos? En cambio no la agachamos para recordar a los malos, y eso que se supone que se chinchaban en los abismos de Botero...
EliminarUn abrazo!
Una entrada muy apropiada para este dia. Yo como tu, Emilio, también imagino a los que ya no están entre los mortales volando como querubines y , de alguna forma, me reconforta pensar en ellos de esa forma.
ResponderEliminarUn abrazo
Me consta... La grandeza del mundo natural se funde con el recuerdo de la grandeza de las almas que se fueron. Mirar al cielo, alzar la vista, sentir el viento y ver mutar las nubes..., ¿acaso será por el aleteo de los querubines?
EliminarUn abrazo!
El recuerdo esta siempre con nosotros y cada uno lo hace a su manera. A los cementerios hace mucho que solo voy el día que hay que decir el último adiós.
ResponderEliminarUn saludo y bienvenida Marinela.
Gracias en lo que me toca. La intención supongo.
EliminarYa se le digo a Marinela de tu parte.
Saludos.
...cada uno lo expresa y siente a su manera. Tú has realizado una excelente exposición.
ResponderEliminarSaludos y buen fin de semana.
Ramón
Efectívamente. Como tantas otras cosas, y pese a ser universal y llegar para todos, cada uno vivencia el tema a su manera. En común, desde el dolor y el recuerdo imborrable.
EliminarLo mismo para tí. Me agrada te haya gustado.
Un saldo Ramón!
Esos ausentes, que hicieron parte de nuestro sueños, y nos marcaron el alma. Lírico memorial. UN abrazo. carlos
ResponderEliminarEsos y otros muchos..., "propios y ajenos...". Me alegra te guste.
EliminarGracias por pasar!
Un abrazo!
No hay mejor sitio para visitarlos que nuestro propio corazón... Sentida entrada.
ResponderEliminarAsí es Roland. Una mirada interor es la única capaz de devolvenos el recuerdo de los ausentes.
ResponderEliminarGracias por pasar y comentar.
Un saludo!
Me sumo, de todo corazón, a tu homenaje a todos cuantos nos han ido abandonando.
ResponderEliminarLas flores, el cielo, el mar, una vista hermosa , una risa fresca....... todos son estímulos suficientes para recordar con añoranza y respeto.
Un abrazo.