martes, 16 de abril de 2013

LA GATA SOBRE EL TECLADO, Las sandalias doradas


No era un buen trabajo, pero tal como estaban las cosas, no se podía pedir más. Se lo había comentado Vicenta, su vecina, a la que se había encontrado mientras esperaba su turno en la cola del pescado, en el supermercado del barrio. El pescadero no paraba de hablar con las clientes de que si el pescado estaba fresco o no, de que si el agua contaminada del mar había influido en su crecimiento, de que la infestación de gusanos anisakis en la pescadilla no era peligrosa... hasta que Vicenta dijo: 
- Y a mí que me vas a contar si me paso todo el día en el puerto.
El hombre alzó la cabeza como si hubiera escuchado una explosión atómica, y la señora que tenían delante, que llevaba el cabello  blanco-violáceo y parecía un alíen, la miró de reojo.  Vicenta - todo hay que decirlo- tenía un físico espléndido, desbordado, con grandes y sinuosas curvas que podrían hacer pensar a cualquiera cosas perversas. 
- Que se van a creer que trabajas de... eso- susurró Julia mientras miraba fijamente las clochinas. 
- ¿De qué? No te entiendo -respondió Vicenta- ¿Que hay de malo en trabajar en el puerto?
 Julia la cogió del brazo y se la llevo rápidamente de allí. Ni una ni otra cenarían pescado esa noche, sino hamburguesa con queso y piñones. 
Hacía ya tres meses que Vicenta trabajaba en el puerto - le contó más tarde mientras recorrían deprisa las grandes calles de Extramurs. Su tarea consistía en la limpieza de los camarotes y otras dependencias de los barcos que atracaban en el puerto, tanto los de línea regular como los cruceros que, sobre todo a partir de primavera, se detenían para que rosados nórdicos y  japoneses menudos pudiesen conocer la ciudad. ¿Por qué no te presentas tú?- le dijo- Nada pierdes. y Julia se presentó un lunes a primera hora, convencida de que no la iban a coger. 
Había cumplido ya los cuarenta años y sabía que a esa edad en el mercado laboral eres ya un cadáver putrefacto. Pero su rostro aniñado, su franqueza,  y su conocimiento de las cualidades de cada producto de limpieza, adquiridos tras muchos años de realizar las ingratas tareas del ama de casa, convencieron a aquella jefa, pequeña y regordeta como un farolillo chino, a contratarla.
En aquella noche ventosa en la que los golpes de viento se colaban por las rendijas de la ventana como suspiros escapados de cualquier alcoba, Julia recogía la mesa con intencionada parsimonia. 
- He encontrado un trabajo, Luis. 
El hombre miraba la televisión desde el sofá, aletargado, junto a un tercio de cerveza medio vacío. 
- ¿Qué? - dijo al fin con aire distraído. 
- Que he encontrado un trabajo.
- ¿De qué?
- De limpieza. 
-¿Y que vas a limpiar. si puede saberse?- interpeló mientras se incorporaba lentamente- 
- Bancos -mintió precipitadamente Julia-
- ¿De la calle?
Julia hizo un gesto mínimo de desesperación que acompañó con un chasquido de lengua.
- Bancos, cajas de ahorro...
- ¿ Y te pagan bien?
- Bueno, tal y como están las cosas... ¿Quieres algo de postre?
- ¿Qué hay?
- Bananas. 
- Qué asco. Te he dicho mil veces que compres plátanos. No quiero nada.
Julia se fue a la cocina. ¿Para qué decirle que no compraba plátanos porque eran más caros? ¿Para que explicarle que el dinero de la compra estaba  contado hasta el último céntimo?
 Dejó los platos en el fregadero y se sentó en la silla de railite, junto a la vieja mesa extensible. Se estaba dando cuenta de que le había mentido y no sabía por qué. Bancos, había dicho casi sin saber por qué, como si un sexto sentido, allá en lo más profundo de su inconsciencia le hubiera advertido de que decir la verdad era un factor de riesgo. Pero ya se había arriesgado tanto...
Había quedado con Vicenta junto a la gasolinera de Repsol. Esa mañana, disimular unas acentuadas ojeras que habían crecido bajo sus bellos ojos como malas hierbas, se había convertido casi en misión imposible. Dar una buena impresión el primer día era importante, o al menos así lo aconsejaban las miles de páginas que en Internet enseñaban a buscar trabajo. La furgoneta que esperaba giró por la esquina de la calle Cádiz y se detuvo junto al semáforo. Vio a Vicenta que daba palmas tras el cristal mientras sus enormes pechos se agitaban como colosales maracas. La dama farolillo chino - había olvidado su nombre- le abrió la puerta. 
- Bienvenida - le dijo con una media sonrisa-
- Gracias- contestó Julia-. y buenos días a todas. 
Los jornadas se sucedieron con la premura que suele acompañar a la rutina. El primer día, Julia se perdió en el barco como era previsible, aunque luego descubrió que era una de las bromas que habitualmente se gastaba a las novatas, eso y el hecho de haberle dado un número de camarote que realmente no existía. Pero al cabo de varias semanas, se movía por los pasillos de las grandes naves como medusa en aguas de puerto. Avanzaba deprisa por los estrechos pasillos y soñaba que era una pasajera con pamela de plumas y zapatos de Gucci que arrastraba a un insolente y fiero pequinés con collar de brillantes. Pero lo único que ella empujaba era un enorme carro de limpieza con aspecto de nave sideral. Aquel día, Lourdes no había acudido a trabajar alegando un repentino dolor de espalda. Vicenta había lanzado un largo suspiro al tiempo que susurraba un Ay Dios, por lo bajini. 
-¿Qué pasa?- había preguntado Julia mientras escurría el mocho con ahínco. 
- Mejor no saber- le había contestado Vicenta dándole la espalda. 
Incognitas de empresa, enigmas que todavía eran inalcanzables a su conocimiento, pero... tiempo al tiempo. Sabía que en los ambientes de trabajo se acaba sabiendo todo, hasta los mas íntimos secretos, hasta las relaciones más turbulentas.  Y Julia sólo esperaba que no descubrieran el suyo. 
A media mañana, mientras quitaba el polvo de uno de los espaciosos camarotes con terraza, escuchó unos pasos agitados por el pasillo. 
- Julia, ven, mira lo que he encontrado.
Era Vicenta. Tenía las mejillas coloradas por la carrera y su mirada brillaba como la de un gato en la oscuridad. 
Julia la acompañó a paso rápido hasta el corredor del piso superior, preguntando a cada segundo de qué se trataba, a lo que Vicenta sólo contestaba: espera y verás. 
El camarote estaba vacío, la cama hecha y sobre ella, había unas preciosas sandalias doradas. 
- ¿Y esto?-preguntó Julia confundida. 
- Me las he encontrado en el armario. A mí no me vienen. que tengo el pie poblado de juanetes.  Pruebatelas - dijo con impaciencia-
Julia dudo durante un instante.
- Pero... esto habría que decírselo a...
- Pero hoy no ha venido, y además, la ley de mar dice que...
- La ley del mar ¿bromeas?
- Venga, no seas tiquis miquis. Si nos encontramos algo de valor, lo entregamos, pero unas sandalias... Dios sabe dónde está ahora la dueña de estas preciosidades...
Como cenicienta, Luisa se sentó en la cama y se probó las sandalias. Perfectas.
- Pareces una princesa- aprobó Vicenta-. Venga, mételas en tu mochila y desaparece de mi vista. 
- Pero...
- Ni peros ni peras... deben valer mas de cien euros. ¿Acaso tu te puedes comprar sandalias de ese precio? 
- Pues no. 
Pues hala. Considéralo un regalo del cielo. Y si te preguntan, no sabes nada. 
Afortunadamente, nadie preguntó, así que Julia regresó a casa con las maravillosas sandalias doradas metidas en su caja de Furiezza. Realmente,  no eran su estilo, y tampoco tenía muchas ocasiones de lucir un calzado de tanta alcurnia, pero aún así, se las quedó.

 Esa noche, la voz de Luis la despertó. No tenía ni idea de qué hora podía ser, pero, con toda seguridad, muy tarde. El sostenía las sandalias con la punta de los dedos.
- ¿En esto te gastas tú el dinero?
 Julia abrió los ojos con dificultad. Sentía la lengua sucia y mal sabor de boca. 
- Me las he encontrado en...
- ¿En el cajero automático? Venga,  están nuevas. 
No era una afirmación sino una provocación.. 
- Te digo que no me han costado nada. 
-Y yo me lo creo. Tenemos deudas ¿sabes? No puedes ir gastando el dinero en sandalias de puta.
- No son sandalias de puta.
- Luis la agarró por el brazo.  En sus ojos había ira. 
- En cuanto tienes dos duros en el bolsillo, te los gastas, estúpida. 
El golpe fue tan fuerte que ella cayó de la cama y se pegó contra la puerta.
- Eres un animal, un indeseable- gritó entre sollozos entrecortados-
El abrió la puerta y se fue sin decir nada, Eran las dos de la madrugada y el calor entraba por la ventana entreabierta de la habitación. Sólo había un lugar de la casa con pestillo, una alcoba pequeña y orientada al sur donde solían dejar los trastos. En ella, un viejo sofá de skay esperaba su ejecución última, pero hacía meses que estaba allí y nadie se decidía a tirarlo. Julia entró, cerró la puerta, pasó el pestillo y se dejó caer sobre el sofá. Apenas quedaban cuatro horas para irse a trabajar. 
A las seis en punto sonó la alarma del móvil. Abrió los ojos sobresaltada y sintió un terrible dolor de cabeza. En el espejo del cuarto de baño comprobó que el golpe contra la puerta le había dejado una enorme señal en la sien. Algo que no sabía si el maquillaje barato podría solucionar. 
Todavía era de noche cuando la furgoneta de la empresa pasó a recogerla por la esquina de la calle Cádiz. El asfalto desprendía un extraño y desagradable calor, como si en las alcantarillas de la ciudad alguien quemase ratas vivas. Julia tomó asiento junto a Vicenta que, como era habitual, estaba tan despejada como si fueran las doce del mediodía. 
- ¡Virgen del amor hermoso! - exclamó al verla- ¿Que te ha pasado, niña?
La doble capa de maquillaje barato no había servido para nada. 
- Anoche me golpeé contra la puerta.
Y no era mentira. 
- En mi casa - dijo riendo Lourdes-, también hay muchas puertas que se vuelven locas y te golpean. 
Julia agachó la cabeza avergonzada. No se lo habían creído. Notaba cómo la miraban de reojo, esperando que comenzase a hablar. Pedro ella no estaba dispuesta a contar nada.
Le dolía la espalda y el cuello. Apenas había podido dormir. Aunque hacía un esfuerzo por aparentar tranquilidad, su cabeza era un hervidero de grillos. No podía volver a casa. Las sandalias doradas iban a ser a partir de ahora la excusa del desprecio y del agravio. Cuando pasó mocho en mano por delante del camarote 214 se paró a escuchar. Alguien sollozaba mientras balbuceaba palabras incomprensibles. Julia empujó la puerta despacio. Lourdes estaba sentada sobre la cama.
-¿Que pasa, Lourdes?
Una falsa sonrisa se dibujó en su rostro empañado en lágrimas. 
- Nada cariño - contestó-
Julia decidió poner las cartas sobre la mesa. De nada servía alargar las cosas. 
- ¿A que te referías cuando dijiste que las puertas de tu casa golpeaban?
- ¿Tu qué crees, cielo? A  que mis p u e r t a s - dijo silabeando lentamente-  también a veces se vuelven locas y te golpean. 
- Lourdes...
- No voy a decir nada, chiquilla. Esta mierda se acabará pronto. Venga - dijo limpiándose los ojos con la manga del baby- ¿Has terminado con los camarotes del tercer piso. 
- Sí, y con los del segundo.
- Pues descansa un rato, que se te ve agotada. 

Lourdes salió por la puerta con paso decidido y Julia se sentó en la orilla de la cama. Aquel camarote era tan pequeño y tan sencillo que casi nunca lo ocupaba nadie. No tenía terraza, sólo una pequeña ventana desde la que podía contemplarse la inmensidad del mar. Permaneció allí mucho tiempo, quizás más del recomendable. De pronto oyó pasos acelerados por el pasillo y se asomó a la puerta. Era Vicenta.
- Ven, corre - dijo cogiéndola de la mano y estirándola. Creo que ha pasado algo.
La gente se arremolinaba en la cubierta. En el agua turbia del puerto flotaba un cuerpo, cabeza abajo. Vicenta la cogió del brazo con tanta fuerza que le clavó las uñas. 
- Es Lourdes - susurró- mira el baby. Esto lo venía venir yo hace tiempo. 
Julia sintió ganas de vomitar. Las piernas apenas podían sostenerle. Se deshizo del brazo de Vicenta y retrocedió dos pasos. Después, echó a correr. Todo el mundo acudía a cubierta mientras ella intentaba abrirse paso entre la gente. Debía haberlo presentido cuando ella le dijo: Esta mierda acabará pronto. Era posible que estuviera esperando el cable que le impidiera lanzarse al vacío.  Pero ella estaba pensando en sus propios problemas y no supo percibir la desesperación de Lourdes. No quería acabar así, flotando sobre las aguas turbias del puerto entre enormes medusas. Cuando llegó al camarote 214 se detuvo en seco.  Una idea descabellada pasó por su cabeza. Se quedaría allí hasta que todo hubiese pasado. Se sentó en el suelo, junto a la cama e hundió la cabeza entre sus rodillas. No pensaba salir de allí. Nadie se daría cuenta, y una vez zarpase el barco no osarían tirarla por la borda. La primera parada era el puerto de Génova  Se preguntó cómo sería aquella ciudad. 
Cuando horas más tarde, el barco zarpó, ella estaba profundamente dormida sobre la alfombra. 


10 comentarios:

  1. Una manera de escapar, cuando no existen más lazos que te sujetan que el miedo y mas motivación que la derrota y el instinto de supervivencia.

    Muy buen relato Amparo

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  2. Y un poco largo. Intentaré moderarme. Gracias Gemelas por vuestro comentario.

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  3. Dejó atrás las sandalias doradas y se fue en busca del "Dorado", espero que lo encuentre. Valiente decisión y liberador despertar.
    Has conseguido ponernos en su piel y sentir esa constante humillación a su autoestima.

    Besos.

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  4. Magnífico final, cargado de incertidumbres, pero también de promesas por descubrir. Con apenas unas pinceladas dibujas los trazos maestros de tus historias..., que luego coloreas con esmero. Largo sí, pero hermoso.
    Un saludo Amparo.

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  5. Hola Amparo,
    Siempre finales inesperados, originales... Comentaba ayer en tu entrada anterior que estas historias dan para reflexionar.. Y en este caso, me da por pensar que cuando se sale de un horror así, lo mejor es aplicar filosofía yogui: no engancharse al pasado, no perder el tiempo imaginando futuros, sólo vivir aquí y ahora, sustentado y asumiendo la decisión del momento.
    Y ahora qué? De momento, no más de lo que fue.
    Me ha gustado mucho.
    Un saludo.

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  6. Hola Mar. En ocasiones huir no es un acto de cobardía sino de valor. Lo dediuco a todas las mujeres maltratadas. Gracias por tu comentario.

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  7. Gracias Emilio. Exageras. Escribo historias cotidianas en las que un pequeño hallazgo puede abrir una vía de escape. Gracias por tu espléndido comentario.

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  8. Hola Nepalí. Exacto. Has dado en el clavo. La vida es muy corta para lamentarse por el pasado y soñar futuros imposibles. Borrón y cuenta nueva. Gracias por tu comentario.

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  9. Me ha gustado mucho el relato Amparo, creo que refleja una situación por desgracia más común de lo deseable. Lo más difícil es salir de ella, hay que ser muy valiente para hacer lo que hace Julia.

    Besos

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  10. Hola Jara. Como he dicho antes, en ocasiones huir no es acto de cobardía. Y si hay que poner mar por medio pues se pone. La vida da más de una oportunidad.

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