Si los pobres insectos elaboraran
sus propias estadísticas de “accidentes en carretera”... Pobrecillos, no quiero
ni pensar en la cantidad de viudas y huérfanos con los que empezarían sus
lunes.
Este es el resultado de uno de
los desgraciados atropellos, bueno, de uno no…: De dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nuev…
Hace unos años, bastantes ya,
tuve yo un coche bien distinto al que he conducido en este pasado viaje. Era un
coche grande comprado ante la conveniencia de que contara con un gran maletero.
Grande era hasta el punto de que el carro que usaba el bebé que lo trajo bajo
el brazo, al coche, no al carro, el carro digo, cabía de pie y sin plegar. Era
un TT, un “Todo Terreno” japonés de malsonante nombre. Fue una compra ventajosa
aquel Mitsubishi de segunda mano, o tercera, importado de Alemania para más señas, traído a golpe de pedal,
que así vino rodando desde aquellas carreteras teutonas. Recuerdo que pese a su
consumo no demasiado comedido y a su triste final, fue un coche que mi familia
y yo disfrutamos ampliamente durante bastantes años y que pasó a mejor vida
tras una importante avería cuya reparación nos resultaría de presupuesto
inalcanzable. Lo recuerdo con mucho cariño. Ostentaba aquel vehículo un
intimidante parachoques, “mataperros” lo llaman en el argot los que usan cuatro
por cuatros, que es otra forma de nombrar a
los TTs. La parrilla delantera, enorme, y aquel conjunto de tubos de
hierro pintados de negro mate se llenaban en cada viaje por carretera de
cadáveres de esos pequeños artrópodos alados, la mayoría sin duda no demasiado
gratos para nosotros, todo hay que decirlo: mosquitos, avispas, moscas y tábanos…
No obstante, otros de mejor fama caían también: abejas, mariposas, y bastante
polillas, como la de la foto, sobre todo cuando el viaje era nocturno.
Un día tuve los suficientes
cables pelados en mi cabeza como para, con un par, de horas por delante, dedicarme
a contar aquella carnicería. Bueno, mucha carne no había, desde luego. He de
reconocer que no acabé la macabra cuenta, y que pasada la mitad del recorrido
longitudinal del frontal de aquel coche, y ya cayendo yo en el conteo por
aproximación, dejé la cifra en unos escalofriantes quinientos setenta y ocho individuos
(por decir un algo, aunque por ahí estaría...), y ahí paré de contar
mosquitillos de todos los tamaños y colores, salpicones de sangre chupada a los
humanos y también de liquidillos verdosos y amarillentos, de esos que corren
por el interior de los insectos, alitas de todos los tamaños y formas, patitas
y pedazos de patitas, y un largo etcétera de restos de aquellas pobres víctimas
de mi viaje.
Hoy, al agacharme ante el
cochecillo prestado que nos ha llevado hace unos días de viaje, he reparado en
esta pobre polilla. RIP por ella. La verdad, no la vi cuando se cruzó en la
carretera.
Buena foto Emilio, yo parece que veo un árbol reflejado a la derecha de la polilla y el cielo como techo, pobres insectos no saben de pasos de cebra ni de carreteras, yo por mi experiencia como antiguo camionero, tuve la desgracia de atropellar también a pájaros que se quedaban tristemente retorcidos en el parabrisas, dándome dolor de corazón,también tuve de compañeros de viaje en verano sobre todo, algún tábano y avispas más asustadas ellas que yo, que invitaba a salir por la otra ventana. Bueno como siempre un placer leerte y ver tus magnificas fotos. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Emilio: La foto, de momento sobrecojedora, pues el fondo rojo del propio coche, desborda la imaginación. Pero no, resulta que la pobre polilla no deja tanta huella, pero sí resulta que la deja en el corazón, pues así se entiende todo el relato de miles de polillas e insectos que llegó a albergar el "pajero", envuelto así en entrañables recuerdos de un tiempo que se fué pero que queda transformado en el tiempo real: "los niños crecieron" y ahora en vez del cochecito del bebé, debes de transportar instrumentos y, a veces, mochilas y maletas. Lo bueno es que tu, gracias a Dios, eres el mismo y cámara en ristre nos regalas esas maravillosas e inspirados fotos. Gracias.Un beso, Chelo.
ResponderEliminarRojo=parar. Esos insectos si que han parado, de una manera traumática, pero quietos están.
ResponderEliminarHace unos días, un reportaje nos ilustró de la fuente de proteínas que representan los insectos. Resulta que puede ser otra fuente de alimentos y que realmente en otro países lo es. Así que considera ir despegando uno a uno de la chapa y vuelta y vuelta pueden estar deliciosos.
Impactante foto, Emilio.
Besos rojos.
La foto, como siempre, muy buena, y el texto también. Pero por mucho esfuerzo que hago no consigo sentir mucha pena con el bichejo. Impactante sí, el rojo del fondo, aunque cada vez que mato un mosquito, pienso que la sangre que deja en la pared es la mía. Recuerdo ese coche. Era impresionante. Su nombre, impresentable.
ResponderEliminarLo de los pajarillos sí que es verdad que es más duro. Además, los ves venir y "sientes" el golpe, en especial si es contra el cristal. Una vez, con ese mismo coche, tuve la mala suerte de llevarme uno por delante, quedó enganchado en el limpia..., un horror.
ResponderEliminarGracias Carlos, es un placer contar contigo cada sábado!
Qué bien explicas lo que en el fondo se ve que tenía en la cabeza al escribir..., son los ojos con los que me lees, sin duda. Eso, y el hecho de que conociste el coche.
ResponderEliminarMuchas gracias y un beso también para tí Chelo!
Jejejejjjj, la verdad, lo de ir despegándolos de la chapa y vuelte y vuelta no se me había ocurrido. Ahora, que tal y como está la cosa, igual me has dado una idea: los despego de los coches aparcados, y pongo una parada de "carne de bicho, rica en proteinas". Igual, salgo de la crisis.
ResponderEliminarMe alegra te impacte la foto, aunque más le impactó al bicho...
Gracias Mar, y besos rojos!
Es verdad, conociste a mi todo terreno, impresionante y grande..., y mira que era el que mejor he aparcado nunca.
ResponderEliminarPor el bicho, pena puede que no, pero la verdad y aunque no lo pensemos... ¿Qué han hecho para merecer ese final?
Un saludo Amparo!
...una toma que da mucho juego e interpretación.
ResponderEliminarSaludos y buena semana.
Ramón
Igualmente, buena (y calurosa se presume...) semana. Muchas gracias Ramón!
ResponderEliminarNos presentas hoy los daños colaterales inevitables en la lucha diaria de los insectos y en los viajes en esas máquinas infernales de los humanos. La vida misma.
ResponderEliminarBesos
Tú lo has dicho Jara, la vida misma que como tal, retrato en esta ocasión. Y es que la vida misma está hehcha de pequeños detalles, con grandes consecuencias...
ResponderEliminarGracias Jara, un abrazo!
Te escribí el mismo sábado estando en la playa desde el móvil...y nada, no se cuelgan mis comentarios...
ResponderEliminarAllí voy de nuevo.
Me encató la historia, aunque un poco macabro esto de contar los bichejos jeje. La foto, qué decirte...la fuerza y nitidez que toma gracias a tu experto ojo, se realza con ese rojo de fondo! Le da muchísima fuerza!
Enhorabuena de nuevo!
Me ha gustado como has adaptado una historia interesante y con muchas lecturas posibles a tu fotografía, siempre irreprochable.
ResponderEliminarUn saludo Emilio!
Te agradezco el piropo. Ciertamente el rojo es muy poderoso, siempre lo es.
ResponderEliminarGracias Laia, y ya te dije, cambia de móvil...!
Efectívamente, adaptada la foto que me trajo a la cabeza aquel episodio. Aquel día no llevaba la cámara, pero siempre, tras un viaje, lo recuerdo así al echar un vistazo a la delantera del coche que sea...
ResponderEliminarUn abrazo Latour, gracias!