Tenía coche nuevo color pastel, sin estridencias, un Golf GTI, que rozaba una velocidad de 246km/h. Reunía todo lo que podía desear; asientos anatómicos de cuero blanco que se abrazaban a mi espalda como un amante cariñoso, salpicadero propio de los mandos de un F-15 E... de última generación, lunetas eléctricas que bajaban programadas lentamente cada treinta minutos, para ajustar aún más el climatizador de serie y una vez alcanzado el grado de aireación adecuado se cerraban automáticamente, llantas abrillantadas y de regalo, una manta de diseño, nunca se sabe.
Iba por la autovía de A Coruña, consciente de los 11 km. de recta, que permitirían poner a prueba y a punto mi ejemplar de alta tecnología. Apreté el acelerador sin querer hacerle daño y cuando estaba decidido a meter presión a mi pisada, una mano botó el aire. Pertenecía a un ejemplar humano, apostado en el quitamiendos de la cuenta. Con la otra mano, aquel hombre, esgrimía algo que brillaba y me daba el alto. Sin darme tiempo a reaccionar, un policía sin uniforme y con placa, se colaba en mi coche y me obligaba a ocupar el asiento del copiloto. Hablaba de perseguir a alguien y me recomendaba que me ajustase bien el cinturón. Iba a probar la velocidad punta de mi automóvil, desde otra posición. Llevábamos diez minutos con la nuca pegada al reposacabezas. Sin saber qué o a quién perseguíamos, se me ocurrió preguntar, pero como respuesta, el silencio, al segundo intento, paró el coche y me pidió que lo abandonara, se iban a poner las cosas feas, y podía ser peligroso. Me aconsejó que dejase pasar unos días y si en una semana no me avisaba para recoger el coche, que me dirigiera a la comisaría del centro. Tampoco me plantee lo que estaba a punto de hacer, mi instinto de supervivencia habló por mi, abrí la puerta y descendí del golf rápidamente, un gruñido y una estela con olor a chamusquina fue su despedida...
A los pocos días recibí en mi domicilio una notificación, era una denuncia. Un radar fijo, mostraba una fotografía, ¡de premio!, en la que reconocí a mi flamante y desaparecido amigo de plancha, ¡400 euros y 3 puntos!... así decía aquel panfleto, ¿sería una broma?
Acudí a las oficinas de tráfico a exponer mi arriesgada aventura y no sin soportar una sonrisa incrédula del funcionario mientras me explicaba, éste resolvió diciendo:- Haga un pliego de alegaciones y aporte pruebas que las demuestren, ¡ah! y no se olvide de notificar los datos del conductor, si no lo hiciera, otra sanción paralela, mas cuantiosa, llegará a su domicilio.
Me faltó tiempo para llamar al 091 y exponer mi periplo, me dejaron hablar para luego decirme que no entendían nada. Me personé en la comisaría tal y como me había indicado aquel arriesgado detective, pregunté por el comisario, me recibió en su despacho y cuando estaba volcando toda mi impotencia, me interrumpió diciendo: -¿Qué a tomado usted para fantasear de esa guisa con historias de ciencia ficción?, esas "movidas",-apostillaba- solo ocurren en la pantalla- y siguió -la única persecución que tenemos registrada es a un delincuente por la carretera de A Coruña, al que no pudimos darle alcance- A la par que me hablaba, me señalaba una foto tomada desde el aire, ¡ese es mi coche!, con mi exclamación, el comisario se levantó, llamó a un agente, y éste, con suma educación, me invitó a que le acompañara a una sala contigua para tomarme declaración........
.....Yo maldecí al delincuente, al rádar, a la increíble velocidad de mi juguete y a mi mismo por haber elegido un coche cuya publicidad decía..."ya que no podemos hablar de su velocidad, hablaremos de sus 6 velocidades..."
La velocidad es un elemento esencial en los anuncios de coches, pero dado que no es políticamente correcto hablar de una velocidad de 246 km/h, la publicidad, de forma solapada, afirma, precisamente lo que niega.
Y ahora una fuga extraordinaria, esta sí, ¡de película!
Saludos, queridos Calados y lectores
Las Gemelas del Sur