
Hemos de reconocer que esta semanita nos ha salido la vena transcendental, pero toda la disertación se podría resumir en:
"Pensamos, sentimos, luego existimos y por eso decidimos"
El funcionamiento de las sociedades humanas es posible gracias a la comunicación.
No podemos ni imaginarnos como sería un mundo con ausencia de ese lenguaje universal, el de la simbología, las señales, normas a través de códigos de entendimiento, el lenguaje de iconos. Sería un mundo ausente. Las señales son pistas que nos guían, nos alertan, aunque muchas nos obliguen o nos prohiban, las interpretamos y decidimos acatarlas o no, utilizando nuestra libertad, unida a las consecuencias. Las señales, se disponen para que, de forma genérica y de manera equilibrada, unos y otros seamos de los privilegiados y/o de los que ceden. En un mundo sin ese lenguaje universal que sustituye a la palabra, nos encontraríamos en el limbo, cuyo devenir transcurriría a merced de la voluntad del más fuerte, del más espabilado, el más arriesgado, el más egoísta o el más valiente.
Tan malo es plagar nuestra vida cotidiana de un número ingente de señales, cuya masiva información causaría el efecto contrario; no emitir ningún mensaje por falta de contexto, como la carencia total de las mismas. Las señales nos informan, nos dirigen en algunas situaciones, nos contralan en otras etc..
Cuanta más información pretenden darnos, más difíciles de entender son. La información que realmente asimilamos es la que precisamos para desenvolvernos en cualquier situación. Realmente percibimos señales o pistas continuamente. En la calle para regular la circulación, en los edificios, para indicar localización y en el terreno de las relaciones personales, constantemente estamos recibiendo y emitiendo señales recogidas en la expresión corporal y gestual.
Una conversaicón de dos personas, entre las que exista entendimiento y atracción, se desarrollará en un plano cercano, emitiendo señales propias de un lenguaje no verbal, más evidentes que las mismas palabras. Hasta la intensidad y el volumen de la voz puede dar pie a una diferente forma de interpretación perceptiva en el que escuha. Las señales son escogidas entre un amplio repertorio para hacer diana allí donde pretendemos, porque tenemos un objetivo claro, causar un efecto en el otro. Y en ese momento, se produce el "maremagnum" de emociones y sensaciones ajenas al tiempo transcurrido. Si por el contario no hay atracción y la persona no es de nuestro agrado, nos costará dios y ayuda para que pase el tiempo, miraremos el reloj infinitas veces, esperando el final de aquel suplicio. En ambos casos hemos sido conscientes de nuestras sensaciones y éstas han provocado unos sentimientos. Pensamos, sentimos, existimos.
¿Pero que pasaría si toda esa información a interpretar, digerir y utilizar en la toma de decisiones, la cediéramos para evitarnos problemas o frustraciones, a favor del bienestar total, a través de un código de rendición inmerso en nuestra propia mente?
Si diéramos ese gran paso hacia la automatización en la que la intervención humana se redujera al máximo; el coche que aparca solo, la ruta que la elige un GPS. En otro orden de cosas; el robot que se encarga de la organización de la casa, los eventos. Hijos elegidos a la carta, sin dolor. Diversiones pactadas, ausencia de enfermedades. Estaríamos muy cerca de "el mundo feliz de Huxley: "Para asegurar una felicidad contínua y universal, la sociedad debe ser manipulada, la libertad de elección y expresión se debe reducir, y se ha de inhibir el ejercicio intelectual y la expresión emocional". Intentando eludir al máximo los problemas, el esfuerzo, las complicaciones, alcanzaríamos una felicidad artificial, "sin alma". Dudamos de si sería un mundo mejor o sería un caos, con fecha de autoaniquilación.
Pero el dolor y la angustia son parte tan necesaria de la vida como la alegría y sin ellos poniéndolos en perspectiva, la alegría pierde significado alguno.
El precio de esa felicidad sería poner en manos de, no sabemos quien, auspiciado por los avances de una dictadura científica, el destino del mundo, del ser humano anulando su riqueza de sentimientos, cualidades, virtudes, valores y defectos. Llegaríamos a un estado de control incontrolado, en el que seríamos guiados, en pro de conseguir un total anonimato de masas, dirigidos placenteramente, felices por no tener que decidir y equivocarnos y sufrir por ello. A falta de estímulos, hay menos motivación, menos emociones. Nos acercaríamos a la ausencia de sentimientos, si no hay afecto, no hay emociones, no hay pasión.
¿Es eso verdaderamente a lo que aspiramos? ¿A un mundo global y automatizado? ¿De verdad somos conscientes de la renuncia que haríamos de nosotros mismos?
¿Elegimos el protagonismo de los sinsabores, de la felicidad y de la pena, de la plenitud y la nostalgia? ¿O buscamos en otro orden de cosas una claudicación a favor del confort de ese mundo feliz, lleno de una felicidad hueca, fofa, adherida a la mano del organizador?, porque no os olvidéis, detrás de toda esa pantalla de facilidades habría una o varias manos para manejar los hilos y decidir nuestro destino. Aunque los que están al otro lado, los menos favorecidos, lo que les sobra son emociones, disgustos, problemas, dolor, carencias, necesidades. Para ellos, esa indiferencia podría ser hasta deseada.
Quizá la solución no está en apoyar los logros de la revolución científico-tecnica como base de un progreso ilimitado para la especie humana, sino en aprovechar esos logros y distribuirlos equitativamente, para mejorar todos, poniendo toda la pasión y energía de una auténtica revolución humana.
¿¿¿¿¿¿¿ ???????
Besos subversivos, queridos Calados y lectores.
Las Gemelas del Sur.