Conductoras Suicidas: Rígida flexibilidad

Entra una señora por quinta vez en ese concesionario de automóviles decidida, al parecer, a comprar "el coche de su vida".

Se había establecido un cierto grado de confianza entre la señora y el maduro vendedor, por lo que ella todavía se atrevió a hacer la última pregunta....

- Seguro que me puedes sacar de dudas. ¿Por qué no fabrican coches duros como los de antes? Ahora, al menor golpe se arrugan como un acordeón. ¿No será que hay algún acuerdo encubierto con los chapistas?

- Te lo aclaro ahora mismo. La chapa se deforma para absorber la energía del impacto y no transmitirla a los ocupantes, que están protegidos por el habitáculo de seguridad, única parte diseñada para que mantega su rigidez.

El paciente vendedor, al ver el serio semblante de la mujer, amplió su explicación.

- Imagina este coche como a un amante protector, de buena presencia, fuertes músculos pero flexibles, brazos firmes pero.....en los momentos en los que hay que demostrar la condición de amante.....

- No sigas, lo he comprendido, es cierto, todo se vuelve flexible menos......

Nosotras, escuchando como testigos mudos, ocultos y sorprendidos por el tono de la conversación, en la sección contigua de prototipos, recordamos a nuestra amiga Lucia.

Nuestros encuentros con Lucía eran un torrente de ideas. Ella tiraba del hilo con el que tejiamos cualquier proyecto, adaptaba los argumentos y demostraba siempre una gran flexibilidad y adaptabilidad, aunque siempre protegía las líneas maestras trazadas.

Su matrimonio no funcionaba igual. Nacho, su marido, era el símbolo de la rigidez. Hombre de complexión fuerte al igual que su carácter, de firmes convicciones y líder indiscutible. No siempre fue así. La transformación fue produciéndose a partir del momento de formalizar su compromiso. La idea obsesiva de protección familiar la asumió plenamente y se agudizó más, cuando nacieron sus hijos. Su meta, era llevar a buen puerto la vida familiar y no permitiría que el barco zozobrara.

Lucía no lograba hacerle comprender que las decisiones no se imponen, se negocian, que a veces, es bueno equivocarse y dejar que se equivoquen, porque de los errores también se aprende, que evitando situaciones en las que se da una alternancia de opciones no se ayuda, al contrario, se está propiciando la inseguridad en si mismo y la ausencia de criterios, ambas condiciones, decisivas, para formar el carácter y no acabar siendo manipulado. Solo le pedía que fijara unos límites, que dejara margen de maniobra para poder elegir. Le aseguraba que los errores cometidos por ella o por sus hijos, ayudarían a valorar los principios de su hogar y serían la garantía de la toma de otras decisiones más acertadas.

Ni tanto ni tan calvo, ¿sabremos utilizar el grado de flexibilidad o rigidez adecuado, queridos Calados y lectores?

Besos a pares.