sábado, 5 de septiembre de 2009

PALABRAS QUE NO PUEDO PRONUNCIAR (Reposición).


Muy buenos días amigos:

Cambiamos de aires y saludamos al fin de semana con osadía y potencia, recordando los días estivales y nos elevamos para soñar y revivir buenos momentos y mientras nuestra mente se escapa a esos recodos cercanos de nuestra alma, subo por aquí, a petición de los que no llegásteis a tiempo para su lectura en el mes de Agosto, Palabras que no puedo pronunciar. Un relato de mi puño y tecla, finalista del certamen de literatura breve, de un Aytmo. de la C.V. y editado oficialmente en Marzo de este año en un libro destinado a combatir la lacra de la violencia machista.

Os dejo pues con la primera parte y el enlace a las tres siguientes.

Que lo disfrutéis amigos, Calados y lectores! ;)

Saludos.
Arwen.

PALABRAS QUE NO PUEDO PRONUNCIAR.

“Pido la paz y la palabra”

Blas de Otero.

A MI QUERIDO PETER PAN:

Ahora se que puedo contarte esto. No espero con ello que lo entiendas, pero se que al menos me escucharas, que te tomaras la molestia de leer estas letras antes de romper el papel el mil pedazos y de volver a olvidarme. Tienes veinte años, aunque te refugias en tu cuerpo hiperdelgado y en tus sueños de niño, para no tener que crecer. A veces he visto brotar al hombre que hay en ti, pero todavía Peter puede contigo Marcos. Se que la culpa ha sido mía, por que te sobreprotegí en exceso, por que cuidándote de mi mal me olvidé de mi para que tú pudieras salvarte, pero no me lo perdonas. No ha sido fácil, no al menos para mi. Déjame que te explique lo que ocurrió aquella noche.

…………………………………………..

El día amaneció cálido, en un otoño que ni fu ni fa pero que había venido cargado de lluvias antes de lo previsto. Remolinos de polvo lo inundaban todo, papeles, hojas marchitas y barro se mezclaban entre si junto a los charcos formando pequeños lagos de basura frente al patio de la pequeña consulta que Julia dirigía con la ayuda de su socio Enrique, amigo de la facultad y psicólogo como ella. Dos despachos pequeños, lo justo para el diván del paciente y la mesa y la silla y una pequeña salita que conservaban para poder charlar en horas de descanso, cuando no tenían visitas. Con su máquina de café y una mini nevera para cervezas y refrescos. Eran buenos amigos y la psicología les llevó a montar aquel gabinete en un pequeño piso de la calle Dr. Moliner, junto a una buena zona de nuevas viviendas, jardines, calles amplias, mucha luz y una numerosa agenda de pacientes a los que atender, por lo que en otras palabras, el negocio a parte de producirles mucha satisfacción les iba de maravilla. Julia se dedicaba a la psicología del desarrollo y educativa, enfocada a la infancia, mientras que Enrique dirigía el proyecto de Psicología cognoscitiva y social. Rozando la cuarentena, ambos se encontraban en un buen momento profesional y personal.

Aquella mañana, Enrique llegó el primero, haciendo gala de su puntualidad y comenzó a ordenar sus libros, sus notas y pidió a Marga, su secretaría, que fuera haciendo pasar, por orden riguroso a sus pacientes.

Julia se retrasó, como ya era costumbre en los últimos meses. Siempre tenía una excusa, un pretexto para callar las continuas preguntas de su amigo.

………………………………………..

Ella estaba asomada al balcón, rodeada por la madrugada de un cielo austero y espeso. Poco antes había cesado de llover con fuerza y la humedad del ambiente aliviaba su mentón, aún ardiente, de la embestida que poco antes había recibido, de la mano de su marido. Recordó su infancia, sin saber por que un grupo de colegialas uniformadas le asaltó la mente, todas aparentemente iguales y al tiempo tan distintas. Se fijó por encima de todas, en aquella de las dos coletas y el flequillo moreno que no cesaba de reír y de brincar y que le hacía muecas desafiantes al niño más déspota de la clase. Se le llenaban las mejillas de carcajadas histéricas y devoraba el mundo sólo con pisar la tierra.

Ahora no se reconocía, descolgada en la barandilla, intentaba encontrar algún pensamiento que la hiciera sentirse mejor. Encontrar una justificación convincente a lo que acababa de suceder. Restarle importancia. O en su defecto, hacer como que nada había pasado. Era su manera de sobrevivir y de combatir su dolor. Siempre guardaba un montón de buenos recuerdos e ideas positivas para sacar de la chistera cuando la cosa se ponía fea y así extirpar su sufrimiento.

Existencialismo, pensaba, sólo es pura filosofía del sufrimiento. Había repasado cientos de veces en su memoria las citas de Heidegger, Jaspers o Sartre buscando respuestas a sus análisis, pero si la relación hombre-mundo existía y el hombre era lo suficientemente libre como para decidir y responder por sus actos, ¿quién era libre en ese momento?, ¿su marido Carlos por haberle propinado aquella bofetada? ¿o ella para decidir romper con su relación?. Era fácil recetar soluciones a un paciente, a un extraño por que el que nada se siente, pero ¿qué ocurre cuando el dolor, cuando el sufrimiento te invade a ti mismo?.

La madrugada era clara y el cielo seguía manteniendo alguna estrella. Se sentía observada por ellas y sabía que se daban cuenta, por que ya conocían que las cosas no eran así. Que erróneamente se estaba intentando convencer de algo que realmente no creía. A ellas, a las estrellas, compañeras fieles de tantas y tantas reflexiones, no las podía engañar. Se tragaba su angustia, su humillación y su tristeza. Por alguien que extrañamente ejercía un tremendo poder sobre ella, la aniquilaba, la anulaba, la hundía y no la dejaba avanzar.

Aunque ahora se encontraba paralizada por la angustia, seguía siendo una mujer muy bella, de estatura media pero bien proporcionada, de formas redondeadas, la piel clara y suave y el pelo rubio y los ojos verdes que había heredado Marcos.

El sonido del despertador la sacó de su mundo contemplativo y antes de que su marido se levantara. Se dispuso a hacer café.

-Buenos días Carlos.

-¿Qué quieres?, ¿es qué no tuvimos bastante jaleo ya anoche?, ¿o es que tienes ganas de más?.

- Déjalo Carlos.

- Carlos, Carlos, Carlos…no se ni como te acuerdas de mi nombre, tienes tantos a los que nombrar que no se como te atreves a pronunciar el mío.

¿Crees que no se que te acuestas con tu amigo Enrique?.

- Estás sacando las cosas de quicio. Enrique y yo somos colegas de profesión y somos amigos. Nada más.

- Te entiendes con todos. Lo sé. Con tus pacientes, con ese amigo tuyo, con el dentista, que me da hasta vergüenza cuando voy a su consulta.

En un ataque de ira y sin darle la menor oportunidad, la golpeó duramente contra el suelo una y otra vez. Julia no se levantó esta vez, no podía. Se alegró únicamente de que Marcos, su hijo, no estuviera allí contemplando la escena. No se atrevió a balbucear por miedo a las represalias de su esposo. Su vida pasó velozmente frente a ella, por primera vez consideró el maltrato, ese del que tanto se habla. Siempre había pensado que aquello ocurría más bien entre las capas más bajas de la sociedad y al fin y al cabo ella era licenciada y su marido un flamante abogado de familia “bien” al que las cosas, profesionalmente hablando, no le podían ir mejor. Nunca les había faltado de nada. Tenían sus respectivos coches, su apartamento en la playa, una escapada mínima de una vez al año a algún país exótico y eso sin mencionar el bufete de Carlos. Hasta ahora siempre había pensado que su relación sólo precisaba un pequeño ajuste de pareja pero la evidencia del dolor en su cuerpo había hecho saltar por los aires los naipes de un castillo construido con una baraja.

Un portazo la trajo de vuelta a la realidad, era Carlos que acababa de salir maldiciendo.

-Si no estás a las 7 aquí ocupándote de tus cosas y esperándome para cenar, te mataré. ¿Me has oído Julia?.

Como pudo se incorporó, se dirigió al baño vomitando y allí temblando se agarró al grifo de la ducha como al mástil de su propia vida, arañándose una y otra vez como para tratar de arrancarse la piel. Se secó palmo a palmo sin reconocerse en el espejo. Esa de allí, la del otro lado, no era ella. No podía ser la Julia que ella conocía, la que luchaba por conseguir sus metas. La idealista que perseguía sueños, que creía en la libertad y en la igualdad. Le dolía más la angustia contenida que las magulladuras y el resto de la paliza.

Tomó un Tranquimazin y consiguió recuperar la respiración y relajar el pulso.



Por lo demás el azar se encargó de resolver algunos de sus principales problemas.


2ª ENTREGA.

3ª ENTREGA.


4ª ENTREGA (FINAL).

2 comentarios:

  1. A mi me parece un escrito de gran factura, me lo voy a terminar de leer y te cuento otras cosas, no soy crítico ni se mayor cosa de literatura, sólo me gusta leer.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Dean, ja,ja,ja...me sobra con que tengas ganas de leerlo y si te atrapa pues muchísimo mejor.

    Un abrazote y ya me contaras que te ha parecido.

    Besos. ;-P

    ResponderEliminar