Los que ya me conocéis, sabéis que mi pasión, desde que tengo uso de razón, es escribir. Lo hago llorando, lo hago riendo, lo hago sintiendo, lo hago por que lo necesito y sobre todo lo hago soñando, en el sueño de vivir y de estar viva.
En el mes de Marzo o Abril, me presenté a un certamen de narrativa breve (relato corto) que promovía el Aytmo. de Valencia, bajo el lema: "Vales más que tu propia imagen" y en él se trataba de plasmar en no más de dos folios la problemática de la enfermedad anoréxica que padecen muchos jovenes de nuestra sociedad.
De toda la Comunidad Valenciana, sólo tres serían los premiados y doce los finalistas. A este concurso me presenté con un pequeño relato que titulé: "Cualquier día en el tranvía"...y hoy, he recibido contestación por parte del Aymto., explicándome que aunque el fallo del jurado no me hacía ganadora, ni finalista, si desde la asociación AVALCAB, que fue la promotora de este certamen y desde el propio jurado, pedían mi consentimiento para publicar mi relato en un libro que recogerá también las historias de otros que como yo, escriben y que utilizaran en diferentes planos como prevención a dicha problemática.
A lo que como ya habréis imaginado, he contestado que sí.
El 22 de Septiembre, tendrá lugar la entrega de premios en el Hemiciclo del Ayuntamiento y allí me harán entrega del libro inicial (premiados y finalistas) y nos darán instrucciones sobre la publicación del libro de AVALCAB, en el que figurará mi historia, entre otras.
Quería compartir este gran momento con vosotros y agradecer a Santi que me diera el empujón, para variar en última instancia el final del relato y hacerlo más humano, más sensible y que dejara al lector con el sabor amargo de hacerlo pensar.
Y ya, sin más preámbulos, aquí os dejo con: CUALQUIER DÍA EN EL TRANVÍA.
Y gracias a todos por vuestro apoyo y por vuestro cariño, por leerme y por animarme a seguir.
7.00A.M., el despertador de la mesilla arranca de Serena, los últimos momentos de su sueño casi infantil. Se retuerce entre las sábanas y se despereza entre ojerosas venas azules que acentúan su pálido rostro demacrado, agotado hasta la extenuación por la búsqueda inalcanzable de la perfección de su envoltorio.
Casi dormida todavía, la primera visita que realiza es hacia el espejo frontal de su dormitorio de estudiante. Se quita el pijama, por un momento clava la mirada fija en el espejo contemplando su imagen en él, tiene apenas diecinueve años, es alta de un 1,70 y sus cuarenta y cinco kilos menguando de sus huesos. Se contonea levemente de derecha a izquierda con los brazos en jarras sobre las caderas prominentes como salvajes troncos de madera que yacen en el desierto más impoluto de África.
Pero el espejo le devuelve la más aterradora de las escenas, una en la que ella no se encuentra y no se percibe.
- ¡No puede ser!, berrea Serena, ¡no tomo más dulces!, ¡voy a tener que comprarme ropa de talla de ballenas!.
Y una angustia profunda como emergente del fondo de la garganta le sube velozmente hacia la boca y sale disparada hacia el cuarto de baño donde vomita la poca o inexistente cena de la noche anterior.
Su mente se nubla, sus ganas de vivir, su alegría juvenil, y rompe a llorar en mil pedazos, estrujando en sus manos los pantalones nuevos de una talla 32, casi imposible, que según ella le sacan el michelín por la parte derecha de su cintura inapreciable.
Se planta una camiseta de BSK talla de muñecas Barbie y se dirige sin mucho saludo a la cocina, donde ya no quedan más que los restos del desayuno familiar que su padre y su madre han dejado antes de salir corriendo a sus respectivos puestos de trabajo.
Abre la nevera, exprime un par de limones, añade agua y se lo toma. Es el desayuno de cada día desde hace exactamente 6 años y medio, luego pone la leche en el vaso y directamente la tira a la pila del fregadero, llevando el vaso manchado al lavavajillas para hacer compañía al de sus padres.
- ¡Ellos no lo entienden! – se dice a si misma – si fuera por ellos estaría como una vaca argentina y no me hablaría nadie en la Universidad. No ligaría en las discotecas y ya podría ir despidiéndome de mis amigas.
Tras esto, agarra como puede el remanente de libros de filología inglesa y sale arrastrando sus pasos por el umbral de la casa.
Ya en la calle, respira sofocada, como con temor a las miradas del resto y su pulso se agudiza cuando entra en el abarrotado tranvía que la lleva a la Universidad, encontrar un sitio es misión imposible, martes por la mañana a las 8.00h., cuando tantos y tantas como ella se dirigen a sus estudios.
El calor se hace espesante, sudoroso, frío, inaguantable y entre una multitud de personas desconocidas yace Serena tendida en el suelo del segundo vagón, con sus pupilas extendidas de par en par como orbitas espaciales dispersas. El pulso se relentiza, se extenúa y desaparece…
Por la calle Bilbao una unidad del SAMU entra velozmente hacia mitad de la calle y se llevan a Serena en medio del gentío matinal.
En la unidad de cuidados intensivos del hospital al que la trasladan, un grupo de médicos la entuban, le aplican goteros y por un momento el umbral entre la vida y la muerte les cuelga del finísimo hilo de la debilidad máxima de Serena.
- ¡Otra más!, -reitera en tono firme el Dr. Gómez-, si la reanimamos, la lleváis rápidamente a la unidad de anorexia, vamos a salvarle la vida, allí habrán de salvarle la mente.
¡Ponerme en contacto inmediatamente con su familia!.
La mañana se enturbia, entre olores de hospital y pequeños rayos de sol que atraviesan las ventanas y por fin Serena abre sus hundidos ojos verdes y aún sin poder hablar se descubre tendida en la cama de aquel hospital. Sus padres, acaban de llegar y el médico los ha puesto al día en cuanto a la enfermedad de su hija.
Ahora Mara, la madre de Serena, una mujer de complexión mediana y aspecto actual, que roza la cincuentena, llora amargamente la pesadilla que vive su hija, su padre,de la misma edad que Mara, moreno, alto y escueto, ha quedado directamente derrotado en el sillón de acompañante de la habitación.
- ¿Por qué no nos has contado nada hija? –replica suplicando la madre-
Y con un hilito de voz casi insonoro, responde Serena.
-Si estoy gorda, mamá, nadie me querrá, ni en la Universidad, ni luego al terminar la carrera, no encontraré trabajo, no tendré amigas, novio….todo será para la que sea delgada y no tenga michelines como yo.
-pero hija mía, ¡si eres un saco de huesos!. Vamos a ayudarte entre todos.
Ser feliz no es sinónimo de delgadez, sino de estar bien con uno mismo, de encontrar tu lugar en el mundo a través de tu interior y no de tu imagen…
Serena rompe a llorar…
-Sácame de aquí mamá, ¡sácame de este cuerpo!.
Mientras, en la mesilla contigua a la cama del hospital, revistas con bellas jóvenes casi transparentes por su delgadez, anuncian los mejores productos de la temporada (perfumes, coches, viajes…)
Robert, el padre de Serena, enciende la televisión. Los personajes más populares de un espacio de moda, hacen acto de presencia en el plató, son típicamente jóvenes, bellos y por supuesto, sin un gramo de grasa.
El éxito pues, parecía provenir del fondo más estepario de los huesos con poca carne.
En el Canal 2, un reportaje sobre la región de Ayod, una pequeña aldea de Sudán, muestra la cara más descomunal del hambre, un fotógrafo mundialmente conocido, Kevin Carter, hace su foto más desgarradora para el World Press Photo, un buitre esperando la muerte por inanición de una niña. Cadáveres, huesos y falta de todo en un mundo sin alimentos, sin recursos, sin medicinas…
Mientras una persona muere de hambre en el mundo cada cuatro segundos, en los países desarrollados, jóvenes y no tan jóvenes mueren de negación a comer. Mentes vencidas, desnutridas de razón, como recién salidas de un naufragio de sangre.
¿Es ese el éxito social y la prosperidad que hemos alcanzado?...
es que como tu no hay naide,de aqui al bel seler ó como se diga en fin sige asi que te lo mereces eso y mas
ResponderEliminarMuchas gracias corazón!
ResponderEliminarBesos somñolientos...
y gracias otra vez por estar ahí siempre!
pero yo voy a la presentacion
ResponderEliminar