Que no, que no tengo nada contra los santos. Dios me libre, nunca mejor dicho. Pero es que por circunstancias de la vida, en las últimas semanas estoy leyendo, muy a pesar mío, ciertos libros religiosos escritos en los años cuarenta, que me están rompiendo todos mis píos esquemas.
Hagamos un viaje en el tiempo e instalémonos cómodamente en el año 1247. No hace falta que cojáis las maletas pero, por si las moscas, podéis pertrecharos detrás de un abrecartas bien afilado o una espada samurai. de esas que se venden en los bazares chinos.
Estamos a las puertas de Sevilla, codo con codo con el rey Fernando III que cabalga con la imagen de la Virgen pegada a su espuela ensangrentada. Hemos conquistado, junto a él, Jaén y Córdoba y no hemos dejado un sólo musulmán en sus calles. No los hemos matado ¿eh?, los hemos exiliado por la vía rápida. A ver si nos enteramos de por donde van los tiros, o los sablazos en este caso. Esto no es una reconquista, es una fiera cruzada contra el infiel, aunque este tenga dos meses y se lo haga en sus pañales. Fernando III, el rey que no perdió batallas, el rey piadoso y santo por excelencia, inicia en el año citado el cerco de Sevilla, que va a durar quince meses. Y lo hace, en primer lugar, cortando el suministro de agua potable a esa ciudad. Todo sea por la fe cristiana.
Sabemos, porque lo estudiamos en primaria, que las primeras víctimas de cualquier asedio son los enfermos, los ancianos, los niños y las mujeres. Pero qué importa, si el fin justifica los medios. No hay datos, evidentemente, sobre la cifra de personas que murieron a consecuencia de ese despiadado sitio que se prolongó durante quince meses, pero probablemente fueron miles. A continuación, una vez rendida la ciudad, Fernando pasa la fregona, hace un rápida limpieza étnica y deja las calles vacías, silenciosas, unas calles en las que el viento hace golpear las contraventanas y las voces y las risas se han apagado porque allí no queda nadie. Todo sea por la fe cristiana.
Sabemos, porque lo estudiamos en primaria, que las primeras víctimas de cualquier asedio son los enfermos, los ancianos, los niños y las mujeres. Pero qué importa, si el fin justifica los medios. No hay datos, evidentemente, sobre la cifra de personas que murieron a consecuencia de ese despiadado sitio que se prolongó durante quince meses, pero probablemente fueron miles. A continuación, una vez rendida la ciudad, Fernando pasa la fregona, hace un rápida limpieza étnica y deja las calles vacías, silenciosas, unas calles en las que el viento hace golpear las contraventanas y las voces y las risas se han apagado porque allí no queda nadie. Todo sea por la fe cristiana.
Fernando - ya lo hemos dicho- no conoce derrota. Es además de un guerrero profesional, un padre vocacional - tuvo quince hijos- , y sin duda, un artífice de la reconquista, un creyente abnegado y un buen estratega, pero... ¿un santo?
Corre el año 1252. Cuando el rey ve que su muerte se acerca, deja la cama y se tumba en el suelo, sobre cenizas. Se ata una soga al cuello y coge una candela en su mano. A su alrededor amigos y parientes rezan y cantan mientras él pide perdón por los errores cometidos. No sabe cuántos.
En el año 1671, el papa Clemente X canoniza a Fernando III que pasa a ser San Fernando, seguramente como agradecimiento por haber echado a patadas al Islam de lo que algún día fue Al-Andalus. De todas formas, confieso que a mí los Papas de aquella lejana época no me merecen demasiada confianza. Sin ir más lejos, baste el ejemplo de que en el año 1233 al Papa Gregorio IX se le ocurrió decir que los gatos eran "seres diabólicos", a consecuencia de lo cual se inició en Europa una matanza gatuna sin precedentes. Así, los gatos diabólicos desaparecieron, pero no tardó en llegar Mickey Mouse con toda su extensa familia de ratas de alcantarilla. La peste Negra azotó Europa y dejó un reguero de cientos de miles de víctimas. El Papa Gregorio hubiera hecho bien en estar más calladito y ocuparse de las cosas de la Iglesia.
Y hablando de Iglesia, pienso que ésta debería dar un concienzudo repaso a su lista de santos y sacar de la misma a algunos de ellos, como por ejemplo, a este santo guerrero sobre cuya conciencia recae probablemente la muerte de numerosas personas, muchas de ellas totalmente inocentes
Y repito: no tengo nada contra los santos. Otro día -lejano espero- hablaré de San Jerónimo, un santo docto, culto, sencillo, y a quien suelen siempre representar junto a un león, que al fin y a la postre, resultó que era un gato, su gato.
Sólo por eso ya me cae bien.
Amparo, ni el papa que dices ni ningún otro merecen mi atención y es que no hay mayor hipocresía que andar predicando que hay que estar y ayudar al débil cuando el Vaticano tiene unas de las mayores fortunas del mundo...
ResponderEliminarPor otro lado,¿que es eso de santificar? ¿a quién o a quienes? ¿a los que le hacen favores a la iglesia? ¿No habría que santificar a quienes hacer bien a la humanidad como por ejemplo a Fleming?
Me ha gustado tu reflexión.
Bss.
Si hubiera que repasar el santoral y someter a un "casting de santidad" a los santos oficiales, pero con criterios adecuados, se caerían de la lista casi todos. Demasiado fácil era canonizar...
ResponderEliminarOtra de las cosas que convierte a la Iglesia en algo demasiado humano y poco divino. Es una pena.
La historia la escriben los vencedores, y lo hacen según su criterio. En parte la idea de bien y mal ha sido en muchos aspectos un factor cultural.
ResponderEliminarOpino como Mar, antes que a un genocida, habría que santificar a Fleming.
Un abrazo!
La Iglesia, por circunstancias, siempre ha manejado a su antojo las cuestiones que más le interesaban, porque todo lo que está controlado por el hombre es vanal y, a veces, sin sentido.
ResponderEliminarAbrazos.
Se han cometido muchas barbaridades en el nombre de Dios, y bajo la vara del miedo han aniquilado voluntades, ciencia y cuerpos enteritos de algunos impíos, pero eso si, luego un padre nuestro para que encuentren el camino hacia el Padre, el suyo, y los justicieros pillan sitio en el calendario.
ResponderEliminarBueno, la hipocresía de la Iglesia es proverbial. Además, aunque pasen los siglos, sus principios son inamovibles y su reinado poderoso....
ResponderEliminarEn cuanto a los santos guerreros, quizás algún día vean y se instruyan con historias de San Alberto Gallardón, Nuestra Señora de Cospedal, etc....
En fin, c'est la vie.
Un abrazo calado, Amparo.
Esta nuestra iglesia con su poder de estado. Otorgar la condición de Santo es como dar un título aristocrático (santos merecidos los habrá como indica Emilio) pero santos anónimos los ha habido y los hay, menos mal.
ResponderEliminarAdemás el pueblo español en estos momentos tiene más paciencia que un santo y no se la acaba con lo que está cayendo.
Besos.
Muy interesante este tema. Estoy en la línea -homogénea- de todos los comentarios que se han hecho. Por aportar algo distinto, decía un profe mío en la Facultad que nunca, a pesar de que ésto pudiera revolvernos las tripas, había que perder de vista el contexto histórico. Hacer encajar conceptos como derechos humanos, igualdad, respeto a otras opciones religiosas, sexuales, etc. hace 500 años (o incluso 50) sería imposible y sin embargo eso no varía el sentido de lo que pensamos que son abusos, barbaridades, etc. Con la Iglesia es lo mismo pero un poco más feo, por aquello de que, a tenor de su discurso, su hipocresía es más evidente.
ResponderEliminarUn saludo Amparo.
Mar, tienes toda la razón del mundo. Habría que santificar a quienes hacen bien a la Humanidad, que no veas tu la de latigazos que se pegaban algunos santos para mortificar su cuerpo. Qué locura.
ResponderEliminarEmilio, es tan curioso este mundillo que algunos santos ni siquiera existieron como Santa catalina de Alejandría. En fin... todos tenemos un lado oscuro, que para eso somos seres humanos y no ángeles.
ResponderEliminarEhse, cuánta razón tienes. Algunas historias de santos dan miedo, por ejemplo, San Guillermo, que le cortó la cabeza a su hermana. Y mejor no te cuento más.
ResponderEliminarPedo Luis, sí, por desgracia la Iglesia tiene muchas lecturas sobre las cosas y ha cometido muchos errores, quizá demasiados para que las nuevas generaciones crean en ella.
ResponderEliminarMarinela, evidentemente se han cometido muchas barbaridades en el nombre de Dios, y leyendo las vidas de estos santos, sólo me dan pena, porque al fin y al cabo la religión destrozó sus vidas y yo misma me escandalizo de afirmar esto.
ResponderEliminarLatour, me has hecho reir con tu comentario. Pero estos pájaros que nombras son ángeles, de tercera categoría, eso sí, comparados con algunos santos. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarGemelas, ¿quiénes somos nosotros para calificar a alguien de santo o desecharlo¿ Y Sí, creo que hoy en día hay muchos santos anónimos que hacen todo lo que pueden por los demás.
ResponderEliminarNepalí, un comentario muy acertado porque otra persona también me lo ha dicho: el contexto histórico, pero hasta qué punto el contexto histórico llega a difuminar por completo el mensaje inicial. Es increible.
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