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lunes, 8 de junio de 2015

LA GATA SOBRE EL TECLADO. Caelum et infernum


Y dijo que no existe, que no hay fuego ni llamas lamiéndote el alma. Entonces, ¿mis terribles pesadillas infantiles para qué sirvieron? Sin embargo, la edad, el tiempo o qué se yo, te obligan a replantearte las verdades que antes pensabas incuestionables. Es verdad. El Papa apostólico romano y argentino ha dicho que el infierno no existe, pero yo no me lo creo.
Existe. Basta sólo con abrir una puerta o cerrar otra. Es suficiente salir a la calle, ver el telediario, contemplar el odio, la brutalidad, la crueldad humana, abrir la ventana, escalar una pesadilla, darse de bruces contra una realidad perversa. Y tiene fuego, llamas afiladas que succionan el alma con lengüetazos ardientes, calores ígneos que queman la esperanza más curtida, brasas que ulceran los sueños que crecieron a la luz de la inocencia, chispas que sacuden la sonrisa y la vuelven mueca vacía.
Existe, vaya si existe. Pulula en barrios miserables echando a la gente de sus casas, en maltratos psicóticos de engendros que parecen humanos, en fracasos enormes que no admiten excusas, en miedos detrás de las puertas, en animales ahorcados, en hombres degollados, en niños solos, rotos, en sueños rotos, solos.
Pero no temáis más de lo recomendable. El cielo tampoco está entre las nubes algodonosas, escondido en alguna galaxia de luz y paz, no. El cielo existe y está aquí, en esa sonrisa, en ese abrazo inesperado, en el gesto solidario, en el hasta aquí hemos llegado, en la respuesta justa, en la objeción correcta, en una llamada, en un comentario, en un paseo por la playa, en una palabra, en un ladrido, en un maullido, en un encuentro, en una mirada cómplice, incluso en el silencio cuando no es del que abandona sino del que acompaña. 
Y como más pronto o más tarde, el infierno, como un aliento agrio y estuoso, atravesará nuestras vidas, id dejándole huecos al cielo, huecos enormes de sonrisas y anhelos por los que seamos capaces de caminar sin miedo. 

lunes, 13 de abril de 2015

LA GATA SOBRE EL TECLADO.Un día de Pascua



Segundo domingo de Pascua, hace tantos años. Una bata de cuadros vichy recién estrenada y las zapatillas pascueras compradas en la calle Serranos. La cesta de mimbre y la mona de pascua. Sin olvidar la cuerda para saltar a la comba y el cachirulo de papel con cola de retales de tela. No hacía falta mucho para ser feliz, sólo un brazal cualquiera para sentarse al borde de una huerta. Atardeceres mágicos esfumados entre la boira de recuerdos apresados en la memoria. Fue entonces cuando había toda una vida por delante. Pero no éramos conscientes.
Olvidada por completo  la niña que fui, veo ahora que la Humanidad camina entre charcos de sangre, palabras de filo punzante y atrocidades inagotables. Y me pregunto dónde quedó la misericordia -divina o humana, qué más da-, y en qué lugar de la vieja casa guardé el último cachirulo. 
Quizás aún fuera capaz de alzar el vuelo. 

lunes, 2 de marzo de 2015

LA GATA SOBRE EL TECLADO.Palabras mareadas.



Salió de casa con tantos sueños que se quedó dormida en el autobús de línea. Cuando se dio cuenta de que se había pasado de parada se quedó parada, mirando un miró que un grafitero había pintado sobre un muro. Al llegar al banco se sentó y dejó que sus pies juguetearan con la yerba reseca. En los balcones la ropa seca se mecía al sol. Un niño hacía pompas de jabón mientras un coche de pompas fúnebres llegaba hasta la iglesia. A su lado, otro niño -tan pequeño como un garbanzo-, hacía un castillo de arena. A ella le decían que construía castillos en el aire, castillos etéreos, endebles, esfumados, como sus sueños. Castillos construidos sobre mesetas, sobre nubes, sobre sierras.  No sabía qué hacer con la sierra que le había enviado Amazon. Tenía de todo, árboles, flores y hasta un pequeño riachuelo que atravesaba todo el salón.  Ella sacó sus sueños del bolso y los esparció por el suelo, como migas de pan en busca de palomas picoteadoras. Le picó algo en el brazo, y se rascó hasta que la sangre traspasó la piel. El kiosco se traspasaba y también la zapatería y la lavandería. Dejando los sueños a los pies del banco, se fue hasta la fuente y se lavó la herida. El agua estaba helada, tan helada que, de pronto, le apeteció un helado, un helado en forma de cono, de triángulo, de trapecio. No había ido al circo esa navidad. Odiaba los circos porque tenían a los animales hambrientos y enjaulados. Sólo una vez había ido esperando que algún trapecista se cayera del trapecio, pero eso no ocurrió. Repasó la lista de libros que la lista de la bibliotecaria le había dado y decidió comprar La lista de los nombres olvidados. pero se olvidó del nombre y acabó comprando La lista de Schindler.
Volvió caminando por el camino más corto. El camarero chino estaba a la puerta del bar. Se hizo a un lado y la dejo pasar. En la terraza la gente no hacía sino hablar y hablar.
-¿Vino? - dijo-.
Y el camarero le ofreció una copa de vino rosado fresco y dulce.
Pero el que debía haber venido no había venido. Ella pensó que si hubiera o hubiese venido, todo hubiera sido diferente. Así que volvió a casa con los sueños dormidos en el bolso, la picadura en el brazo, el vino en las venas y una mancha de cono de helado en su blusa azul.
Aquella noche tenía tanto sueño que no pudo dormir.



lunes, 19 de enero de 2015

LA GATA SOBRE EL TECLADO, Gotas de agua que al caer...



Supongo que sabréis - porque soy muy cansina-, que hace un par de meses me rompí el peroné  de un batacazo histórico, y poco después mi lavadora pasó a una vida mejor- o peor-, en la que no hay ni pre-purgatorio ni centrifucielo. Esas dos circunstancias adversas unidas han convertido mi Navidad en un aburrimiento más cruel de lo que ya suele ser de por si. 
Pues bien, durante estos dos meses en lo que me he visto obligada a salir a la calle -lo justo y necesario-, en silla de ruedas, hay vecinos que ni siquiera se han dignado a preguntar: ¿Qué te ha pasado? ¿Te has vuelto inválida de repente? Ni una palabra. Mutis por el foro. Una casi imperceptible mirada a hurtadillas, y nada de nada.  Y no están mudos ¿eh? que durante las juntas vecinales chillan más que los vecinos surrealistas de La que se avecina. 
Pero sigo contándoos. Ahora camino con una muleta, contraviniendo las sin duda bienintencionadas órdenes  del médico que me aconsejó sentarme en el sofá y poner la pata a buen recaudo. Eso -pensé yo-, y que la faena se haga sola. En fin, ni puto caso le he hecho. 
Me voy del tema. Hace unos días cuando bajaba en el ascensor con mi muletita en la mano y mi bolso en la otra, que parecía yo la Mary Popins, me topé con una de esas vecinas. Gorda como un oso panda y antipática como Putin, parecía dispuesta a hablarme. 
Mi corazón saltó de gozo, no porque tuviera ningún interés especial de hablar con la gorda, sino porque por fin uno de aquellos vecinos- tan nuevos como rancios-, iba a interesarse por mi estado de salud. 
- Perdona- me dijo la gorda-. Es que se me han manchado los cristales de la ventana ¿Tú has tendido la ropa bien escurrida? - dudó-.Igual es otra vecina...
Mi esperanza en el ser humano comenzó a desvanecerse como niebla baja con los rayos de sol. 
- No -le contesté-, soy yo. Tengo la lavadora rota y estoy lavando a mano.
- Pues podrías escurrirla mejor -dijo ella alzando la barbilla como un gato olisqueando una lata de atún.
"Y tu podrías adelgazar cuarenta kilos - estuve a punto de decirle-, pero mi exquisita y estúpida educación me lo impidió. 
- Es que como tengo que sostenerme con la muleta y tender con la otra mano -me excusé-, no puedo escurrir bien. 
- Ya. Yo pensaba que habían sido tus hijos. 
¿Mis hijos tendiendo la ropa? Estaba comenzando a marearme.
- Pues no - le dije un tanto irritada-. No han sido mis hijos sino yo. Y lamento haberte ensuciado los cristales. 
En aquel momento, en aquel preciso instante, comencé a perder la poca fe que aún tengo en la Humanidad. La intolerancia, la falta de solidaridad, la ausencia absoluta de empatía, se suele manifestar en esos pequeños detalles que te indican que si algún día, mientras  bajas la basura, te da un ictus/yuyu, la vecina gorda pasará por tu lado y te dirá que estás babeando el ascensor y, que si sobrevives, tendrás que limpiarlo. 
Es fácil solidarizarse con el que está a miles de kilómetros porque ese no te puede ensuciar los cristales o mancharte la alfombra. Lo verdaderamente difícil es ayudar a la vecina artrósica a subir la compra, prestarle un par de sillas al vecino que las necesita para el cumple de su hija, contestar ese watsapp que lleva dos días esperando respuesta, felicitar la Navidad a aquel  compañero de trabajo al que tiraron a la calle sin motivo alguno, darle me gusta a las fotos del viaje del hijo del sobrino de tu amiga, que ni te va ni te viene. 
Y para no cansaros, una anécdota: cuando me llevaban al hospital en ambulancia hice una foto con el móvil, la subí a Face y la acompañé de un texto que decía algo así como: Valencia vista desde la ambulancia que me lleva a la Fe. Esperé una cascada de preguntas del tipo de: ¿te ha atropellado un camión? ¿te has tirado por la ventana? Al cabo de unos minutos vi que tres personas le habían dado a "me gusta". Todavía me estoy preguntando qué es lo que les gustaba de todo aquello. No sé si es para llorar o para troncharte de la risa, caerte de la silla y romperte el otro pie. En fin, así es la vida. 

viernes, 26 de diciembre de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO. Tregua de Navidad.

Hace ya 100 años. Los hechos ocurrieron en la Primera Guerra Mundial. Las trincheras de ambos bandos estaban separadas por sólo cincuenta metros.  Una noche, los soldados del frente aliado escucharon cantar Noche de paz  a los soldados alemanes,  sus enemigos. Era Nochebuena. No entendían la letra, pero sí la música, y todos se pusieron a cantar. Un soldado saltó los alambres de espinos que le separaba de la trinchera enemiga pero nadie disparó. Cuando amaneció,  el Día de Navidad, jugaron un partido de fútbol, hablaron, compartieron sus miedos y sus sueños,  celebraron la Navidad. En la despedida, un soldado alemán le entregó a uno británico seis cigarros y una tableta de chocolate.  Este anuncio de chocolate se basó en esa historia real, de la cual  hay numerosos testimonios, y que acabó convirtiéndose también en una película. Una historia que nos demuestra una vez más que  la paz está en el corazón de los hombres, de todos los hombres. Os dejo con el vídeo porque sobran las palabras.  FELIZ AÑO NUEVO.


lunes, 27 de octubre de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO. Caperucita y el hombre feroz.



El sol brillaba en un cielo inmenso y azul.
- Ve por la sombra.
- Sí mamá.
- No pierdas el tiempo.
- No mamá.
- No hables con desconocidos.
La niña se volvió hacia su madre. En su cara regordeta y angelical había un gesto de haztazgo.
- Todos los días me dices lo mismo, mamá. Es que ya me aburres.
- Y no me cansaré de decírtelo, Caperucita. Anda vete ya y dale un beso a la abuela de mi parte. Dile que las tortitas no llevan azúcar.
- Pero si ella puede...
- Por si acaso. Anda vete ya, Caperucita
La niña se metió en el bosque mientras tarareaba una canción improvisada:
El tiempo no perderás
por la sombra caminarás
y si ves a alguien que no conoces
huiraaaás. 
Y fue en ese instante cuando la niña escuchó un ruido entre los arbustos. Caperucita aminoró el paso y miró a uno y otro lado. Nada debo temer - se dijo a sí misma-, porque conozco el bosque como la palma de mi mano. De repente, frente a ella, un gran lobo apareció en el camino.
- Hola loba luna ¿dónde vas? - dijo Caperucita-. Me has dado un buen susto.
- Huyo despavorida.
- ¿Por qué huyes?
- Un peligro acecha en el bosque, Caperucita, un peligro terrible.
- ¿Qué peligro?-preguntó Caperucita muy asustada-.
 -Ha llegado un extraño ser que mata por placer, se esconde entre el ramaje y lleva encima una vara tan mágica como maligna, que en un segundo te puede romper en mil pedazos.
-¡Oh! - exclamó la niña-. Debo correr y contárselo a mi abuelita. Ella sabrá lo que hay que hacer.
Caperucita corrió por el bosque como una liebre, saltó ramas, cruzó torrentes, trepó a los árboles y al cabo de un buen rato llegó a casa de su abuelita, que hacía un crucigrama en el pequeño salón pintado de rosas azules.
- Abuelita, abuelita - dijo precipitadamente-, he visto un árbol de un señor que dice que tiene magia y rompe en pedazos la luna de Loba.
La abuela levantó la vista del crucigrama, se quitó las gafas y la miró con interés.
- Lo que dices no tiene sentido. Anda tranquilízate y vuelvemelo a contar.
- He visto a loba Luna y me dicho que hay un ser en el bosque que mata por gusto y que tiene una vara mágica y destructora.
La abuela se rascó la barbilla como si estuviera meditando.
- Ahora ya lo voy entendiendo, Caperucita. Espera que me abrigue que se va enterar ese extraño ser de la vara mágica.
Caperucita y su abuelita salieron al bosque. Atardecía y una luz dorada iluminaba las copas de los árboles. El bosque a aquellas horas, estaba lleno de vida.
- Espera, he oído algo - dijo la abuelita-.
Caperucita se paró en seco. Ella también había escuchado un ruido ¿Sería aquel ser extraño que mataba por placer?
- ¿Quien anda ahí?- preguntó la abuela con voz grave-. Si no sales en un minuto te tiraré una piedra y te sacaré las malas ideas de esa testaruda tez.
Primero asomó una cabeza rubia y luego otra morena.
- Son dos niños - dijo Caperucita-. ¿Qué hacéis en el bosque a estas horas?
- Nos hemos perdido - contestó el niño que parecía mas mayor que la niña-.
- ¿Y dónde os creéis que vais, pequeñajos?
- Hemos visto una bonita casa a los lejos. Sale humo por la chimenea. Pensamos que podríamos dormir allí.

- ¿No será esa casa que hay entre las rocas, al borde un de un profundo precipicio? - preguntó la abuelita-.
- Esa - dijo la niña sonriendo-. ¿A qué parece sacada de un cuento?
- De un cuento de terror - contestó la abuela. Ahí vive una recaudadora de impuestos jubilada. Os puede sacar hasta el higadillo. Tendréis que venir con nosotras. ¿Cómo os llamáis?
- Yo, Hansel - dijo el niño-.
- Y yo, Gretel - dijo la niña-.
-  El caso es que esos nombres me suenan - sugirió la abuela. Sigamos.
La oscuridad se adueñó del bosque y una lengua de frío se extendió bajo las copas de los árboles más altos. Caperucita, la abuelita, Hansel y Gretel seguían caminando despacio cuando vieron un raro resplandor a los lejos.
- Allí, junto a la cascada ¿has visto?
- Es una chica que duerme - afirmó Gretel conmocionada-.
- Ah, esa - exclamó la abuelita con tono despreciativo-. ¡Pues no lleva tiempo durmiendo! Parece ser que espera a un príncipe que tiene que despertarla de su dulce sueño, pero ya lleva así meses.
- Pobrecilla, vamos a verla. A lo mejor necesita algo -propuso la niña-.
Los cuatro se acercaron despacio y la rodearon con admiración.
- Es muy guapa -dijo Hansel-. ¿Y si la beso yo?
- Tú quieto - dijo la abuelita-, a ver si se nos duerme para siempre.
- ¡Tiene pulgas! - exclamó Gretel aterrorizada-.
- Y a saber qué más - respondió la abuela-. Sigamos antes de que se nos peguen.
Un ruido interrumpió su charla. Un caballo a todo galope se acercaba hacia ellos levantando una gran nube de polvo.
- ¿Habéis visto a una muchacha que duerme un dulce sueño al rumor de las aguas cristalinas de la cascada?
- Ahí detrás la tienes - respondió la abuela-. ¿Se puede saber cómo has tardado tanto?
El apuesto joven no contestó, desmontó del caballo y corrió hacia la muchacha.
- Ya verás qué pasa... - susurró Caperucita-.
- ¡Niña!- exclamó la abuela-. ¿No sabes que el amor todo lo puede todo lo soporta, todo lo...?
- ¡Pulgas!

Como corcel llevado por un viento huracanado pasó el príncipe en dirección contraria al lugar donde yacía la joven dormida.
- Te lo dije - avisó Caperucita-.
El silencio se hizo entre ellos. Debían encontrar al ser extraño que mataba por placer antes de anochecer. A su derecha pudieron escuchar unos pasos rápidos seguidos de un incesante parloteo.
- El que faltaba - dijo la abuela-.
-. ¿Quién?- pregunto Gretel curiosa-.
- Es Sid, el perezoso de la Edad del hielo. Habría que cortarle la lengua para que dejase de hablar.
 Sid se acercó hasta ellos con los ojos espantosamente abiertos.
- Me persiguen. Vengo de la Edad del hielo. Viene una glaciación ¿ o dos? No sé. ¿Donde está Many? ¿Quienes sois?
La abuela le cogió por los hombros.
-¿Quieres relajarte o me va a dar un ataque ¿Quien te persigue?
- Un ser, feo, con una larga vara... Viene una glaciación. ¿Quienes sois?
-Este chico creo que toma demasiados refrescos azucarados -susurró la abuela-, y dijo:
-Somos los amos del bosque e intentamos encontrar a ese ser que te persigue antes de que mate al lobo.
- Pues ahí está - exclamó Caperucita dando instintivamente dos pasos atrás-.
Un hombre alto, vestido como un matorral y con una larga vara en la mano se acercaba a ellos. La abuela no se arredró.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó-.
- Buscar al lobo ¿Lo habéis visto?
- ¿Y si lo hubiéramos visto?
- Mejor me lo decís - dijo aquel ser huraño levantando la vara de madera y hierro que escupía fuego.
- ¿Acaso te he hecho daño?- preguntó Hansel-.
- No.
-¿Acaso se ha comido tus ovejas?- indagó Caperucita-.
- Yo no tengo ovejas.
- ¿Acaso ha entrado en tu casa y te ha robado los calzones?
- Abuelita.. -susurró Caperucita-, no seas descarada.
- No, no ha entrado en mi casa ni se ha comido a mis gallinas ni..
- ¿Entonces?
- Es un peligro.
- ¿Para quién?

Aquel hombre se estaba quedando sin palabras.
- Para mí.
Entonces - dijo la abuelita rodeándolo-. ¿Por qué vienes al bosque?
El hombre retrocedió lentamente sobre sus propios pasos.
- Tienes un minuto - dijo la abuela-, para salir corriendo. De lo contrario, vendrá la loba Luna y todos sus primos.
- ¿Sus primos?
- Diez lobos, grandes como osos y fuertes como leones. Ahueca el ala o te vas a quedar sin plumas.
Y aquel hombre feroz, matador de animales que en nada le molestaban, salió corriendo en dirección a su cuatroporcuatrodieciseis y se marchó a su ciudad contaminada de la que nunca debió haber salido.
- Vamos a despertar a la tonta durmiente - dijo la abuela-, porque si espera que vuelva el príncipe de sus sueños va lista. En cuanto le quitemos las pulgas - afirmó dirigiéndose a los niños-, cuidará de vosotros. Y ahora, vámonos, antes de que bajen los lobos.
- Pero no habías dicho... - preguntó Caperucita-.
- ¿Tu has visto a los primos de Loba Luna? ¿no? Pues yo sí. Haz lo que te digo.

Y la abuela, Caperucita, Hansel, Gretel, la Tonta durmiente y Sid el perezoso se adentraron  en el bosque cogidos de la mano en dirección a la casita del bosque.

En lo alto de una loma aulló la loba. Y parecía un aullido feliz.





lunes, 29 de septiembre de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO. El niño autista y su gata Mineta



En septiembre de 1768, recién estrenado el otoño, nació en Berna (Suiza), un niño al que llamaron Gottfried Mind. Siendo aún muy pequeño, sus padres se dieron cuenta de que aquel no era un niño normal. No hablaba, no se relacionaba con el mundo exterior y tenía enormes problemas con cualquier tipo de aprendizaje. Su padre, carpintero de profesión, se dio cuenta de su deficiencia y lo llevó a una Academia para niños pobres. Allí dijeron de él que era un niño muy débil, incapaz de llevar a cabo trabajos duros, pero que aun siendo una criatura extraña, estaba lleno de talento para el dibujo. 
Su padre recibía en su casa cada año a un pintor llamado Sigmund Henderberger, que se dedicaba a pasear los bellos paisajes de la región y plasmarlos en sus lienzos. Un día, los padres de Gottfriend, el pintor y él mismo estaban sentados a la puerta de la casa y Sigmund comenzó a hacer el retrato de un gato que rondaba en torno a ellos. El niño miró el dibujo y con su deficiente lenguaje dijo: "Eso no es gato". El pintor, divertido, le preguntó si él podía hacerlo mejor. El niño se fue a un rincón y dibujó al gato. El resultado fue tan sorprendente como espectacular. 
Gottfriend, introvertido, casi mudo, sin relación con el mundo exterior, comenzó a relacionarse con los gatos y a dibujarlos. Sus pinturas no tardaron en conocerse en toda Europa y llegó a decirse de él que era el Rafael de los gatos, en honor al maestro italiano del Renacimiento. Según dicen las crónicas del tiempo, nadie había sabido captar en un dibujo el carácter de los gatos como él. Recibía numerosas visitas que acababan comprando sus obras. Solía conversar con sus gatos -no hay que olvidar que era autista-, sobre todo con su gata favorita, de nombre Mineta, y no toleraba que nadie los molestase.  
Sin embargo, en 1809, las autoridades de Berna decretaron el exterminio de todos los gatos de la ciudad dado que algunos parecían tener síntomas de rabia. El resultado final fue ochocientos gatos eliminados. Este suceso dejó a Mind profundamente deprimido aunque, afortunadamente, se permitió que Mineta siguiera viviendo. El desastre gatuno no hizo sino reforzar sus ansias por el arte, llegando a realizar obras tan geniales que su fama creció tanto como la adquisición de sus obras. En 1814, con sólo 46 años, falleció, pero su obra ya era conocida en media Europa. El paso del tiempo no sólo ha aumentado el prestigio de los mismos sino también su valor.







lunes, 1 de septiembre de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO.Correrías nocturnas


Mi gata, la Pequeña, ha insistido en escribir esta historia, pero me he negado rotundamente. Esta historia es mía porque en ella me he jugado la vida y hay que tener en cuenta que yo sólo cuento con una, no con siete. 
El último día de julio de este verano seco y tórrido como esparto, cogí un tren en dirección a Valencia. En el pueblo de mis antepasados dejaba a mis hijos,  a mis gatos, y a dos felinos gigantes, de color negro y ojos amarillos que aun teniendo dueña, se nos habían acoplado como uno - dos- más, a la familia.  Al día siguiente me llegó la noticia a través del móvil: Tito ha desaparecido. Se fue anoche y no ha vuelto. Muchos no lo entenderán, pero la inquietud se apoderó de mí. Tito es un gato de ciudad, de piso, acostumbrado al ruido de los coches y al sonido de las ambulancias, pero en ningún caso adaptado a las correrías nocturnas, peleas y luchas territoriales a que están acostumbrados los gatos de pueblo. 
El primer día de agosto, un día de poniente insoportable, volví al pueblo. Tito no había regresado, así que comencé a expandir la noticia: 
- Heu vist al meu gat? S´ha perdut. 
Hubo respuestas para todos los gustos, incluso algunas que preferiría no recordar, y que denotan tan mal gusto como falta de sensibilidad. Pero el caso es que pasó la noche del viernes y Tito no volvió. El sábado por la mañana me levanté de la cama sabiendo que tenía una misión prioritaria y única: encontrar al gato. 
Bajo un sol vengativo e inclemente, salí del pueblo dejando atrás la Iglesia, y me recorrí el solitario polígono industrial. Sin darme cuenta, llegué hasta el pueblo vecino, Campo de Mirra.  Llamé al gato al principio con voz tímida, después a grito pelado,  pero la única respuesta fue un silencio dañino e inconsolable.
No podía rendirme. El calor no cedía sino que aumentaba y aquel pobre felino no podría soportar muchas más horas sin comer ni beber. Me recorrí otra zona del pueblo, y a la sombra de un coche encontré a uno de los gatos negros, no sé si se trataba de Pantera Uno  o de su hermano Olaf. Me agaché y le pregunté: 
- ¿Dónde está Tito? ¿Sabes dónde está Tito? 
No se si me entendió o si sólo estaba tratando de huir de mí, pero el caso es que me llevó calle abajo, junto al antiguo convento de las monjas. Y fue entonces, en ese preciso momento, cuando escuché un maullido desesperado, anhelante, atormentado.  "Es Tito" - pensé-, y eché a correr seguida de Pantera Uno o de Olaf, que no logro distinguirlos.  Efectivamente, frente a la pastelería, en una vieja casa cuyo tejado daba a una inestable terraza,  estaba mi gato, con la boca entreabierta, delgado sucio, aterrorizado. Volví a casa y llamé a mi hija, que, siguiendo con la tradición familiar, estaba escribiendo. Una vez ya en la casa, entramos a un patio destartalado en el que había una escalera de hierro que llegaba hasta la terraza, pero desde allí, no había forma de acceder al tejado.
- Tito, salta, salta de una vez - gritábamos-. 
Pero el gato tenía más miedo que pelos en el cuerpo y paseaba entre las tejas mientras abría la boca en un acto desesperado de aliviar el tremendo calor que probablemente sentía. Al final nos dimos cuenta: la última opción era buscar una escalera, subirla hasta la terraza, acceder al tejado, estirar del gato y hacer que éste saltase, tarea que sin duda no estaba exenta de riesgos. Nos costó pero lo conseguimos. El gato saltó de mis brazos al suelo de la terraza, y de ésta, dando trompicones y volteretas, cayó por las escaleras de hierro hasta el patio atiborrado de trastos y maleza. Una vez en la calle, corrió hacia casa como alma que lleva el diablo. Tito había vuelto de una aventura nocturna que pudo haberle costado la vida, y es que ya se dice que la curiosidad... puede matar al gato y, en este caso, a cuantos intentaron rescatarle. 

lunes, 9 de junio de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO. El carrito de los chambis



Eran otros tiempos. Veranos largos y ardientes. Tardes de siestas y paseos gratos entre los campos de olivos y vid. Eran otros tiempos y yo, aunque no lo creáis, era delgada y muy mona. Tenía el pelo de color castaño caoba,  y lo llevaba largo y recogido a menudo en dos trenzas. 
En aquellos verano de antaño, que hoy no sé por qué recuerdo con una intensidad perturbadora, los días eran felices e intensos. Pero hacía mucho, mucho calor. Nuestra casa del pueblo, construida en 1826, era como un fortín. Con ventanas pequeñas y altas, el sol acosador se quedaba fuera, resecando aún más las calles que aún eran de tierra. 
Cuando por las tardes el sol cedía un poco salíamos a jugar. Con las batas de popelín y las zapatillas que nos habían comprado en Pascua y nos debían durar todo el verano. Los días de tormenta -por aquella época aún llovía de vez en cuando-, nos reuníamos en la sala de lectura de la primera planta y contábamos historias de apariciones y fantasmas, historias que nos daban pavor y nos mantenían un buen rato al borde del sobresalto. Las tardes que lucía el sol planeábamos pequeñas gamberradas, no muy inocentes, como era tirar boñigos aún calientes a las entradas de las casas, mientras las señoras de rulos en pelo nos perseguían con las escobas en la mano. Debo advertir que, por aquellos días, también había mulas por las calles, de lo contrario la trastada no hubiera sido posible. No penséis que éramos malos, éramos niños que se inventaban jugos y juguetes en un tiempo en el que aún no habíamos sido invadidos por los robots cibernéticos. 
 Los domingos,  en los que el sol casi siempre era  justiciero, nos vestían con el traje de corte evasé de ligero encaje, calcetines de perlé y sandalias blancas. Y nos llevaban a la iglesia con un velo  de tul suave cubriendo nuestros cabellos y el misalito Regina en la mano.  La misa era en latín, así que no entendíamos nada, sólo estábamos deseando salir a corretear por la plaza. Por aquel entonces -años 60, plena dictadura-, los veranos eran largos y ardientes y estábamos todos: el papá, la mamá, los tíos,  los primos... una gran familia que se reunía después de misa para debatir en torno al sermón del domingo. Mientras, Rosa, la sirvienta de mis tías, hacía agua limón para todos los niños en un cachivache manual cuyo nombre ya no recuerdo, y lo servía en el patio, junto a los geranios y las margaritas. Por las tardes, había concierto de la banda del pueblo, sobre el tablado de madera azul. Y era entonces cuando llegaba el carrito de los chambis empujado por el heladero que anunciaba a voz en grito "al rico helado". Chambis de fresa, de vainilla o de chocolate, helado envuelto en un crujiente barquillo que los niños devorábamos mientras la música llenaba la plaza y las pandillas de chicas y chicos adolescentes se subían a la carretera a pasear y a flirtear. 
Eran otros tiempos pero hoy, probablemente por el sol que cae a plomo, los he recordado con nitidez. y, aunque no lo creáis, yo por aquel entonces era una niña delgada, alegre, fantasiosa y feliz. Un poco más tarde, a los doce años, comencé a escribir.
Y aún no me he detenido. 

P.D. Acabo de oír que alguien ha susurrado "Pues no has llegado muy lejos". Serás cabr...

domingo, 3 de noviembre de 2013

Vivo sin vivir en mí.


Agobiados por la rutina, abrumados por el monótono paso de los años, por el día a día, por la cesta de la compra, las pequeñas o grandes deudas, los recibos de gasagualuz. Arrinconados contra la cuerdas como luchadores al borde de sus fuerzas, con el alma encogida como un calcetín desahuciado. Atontolinados por la eficacia del sistema, acorralados por las normas -siempre excesivas-, las directrices arbitrarias, los burofax, la tecnología, la publicidad, los convencionalismos imperativos. 
Vivimos por inercia, arrastrados por una corriente impetuosa que nos lleva hacia Dios sabe dónde. Vivimos - como decía Teresa de Jesus, posiblemente con otra intención-, sin vivir en nosotros mismos, acelerados cual monstruos de Formula I. 
Vivimos sin llegar a amar la vida, sobreviviendo, sin reparar en esos minúsculos instantes por los que ya valdría la pena vivirla. Y nos agarramos como náufragos a los pedazos de sueños rotos que aún gravitan en torno nuestro como propósitos incorpóreos que se resisten a morir.
Pero cada vez que una palabra se enlaza con otra y forma una frase, y esa frase se alía con otra y da lugar a un párrafo, el sueño se aleja de la levedad de su ser y se torna basamento sobre el que construirse, puerta por la que salir al exterior, ventana a través de la cual entra un aire fresco y limpio que revive hasta el sueño más agónico. 
De una vez. Tomemos una decisión. Intentemos alcanzar nuestros sueños o dejémosles marchar en paz. Es posible que valga más la pena retirarse a tiempo de la batalla que morir en ella. 
¿O no? ¿O por nuestros sueños lucharíamos hasta la muerte?

La gata sobre el teclado. Amparo Puig

domingo, 20 de octubre de 2013

Atum


La noche se extiende con largos brazos que oscurecen el amanecer. Un amanecer entre nubes rojizas y bancos de niebla que apenas dejan ver los sueños. Es - o algunos afirman que es- el momento de los propósitos de enmienda, de voltear los armarios, de apuntarse a natación, de sacar las mantas del altillo, de mirar hacia atrás y ver que el verano es agua pasada que no llegó ni a mojarnos las plantas de los pies. 
Dicen que es oscuro y se convierte en quimera de soñadores empedernidos. Desvarío de mentes frágiles y animas nostálgicas. Aperitivo de días fríos y noches extensas como campos de trigo. Manojo de hojas desprendidas de la vida. Besos tibios con sabor a mandarina. Tierras mojadas de aguaceros inesperados. Profecía de cielos grises y tristezas sin causa. Refugio de ambiciones inconclusas. Remolino de ocres y amarillos en danza sin fin. 
Y ahora, adivinar la adivinanza y decídmelo sin tardanza: ¿de qué habla hoy La Gata sobre el teclado?
La Gata sobre el teclado. Amparo Puig.

domingo, 13 de octubre de 2013

No deis de comer al hambriento.


Ya sé que a algunos de vosotros no os gusta que escriba palabrotas, pero es que hay ocasiones que las palabras no son suficientes para expresar la indignación que sentimos. Y lo digo porque la pija de turno, Ana Isabel Mariño, consejera de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, me está tocando las narices con sus últimas absurdas y bobas ordenanzas. 
Hace unos días, como supongo que todos sabéis, el Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, ha prohibido entre otras muchas cosas, alimentar a perros y gatos abandonados y, por lo tanto callejeros. Yo no vivo en Madrid, pero estoy segura de que en esa ciudad hay personas que alimentan y cuidan a animales domésticos que han sido abandonados por sus putos dueños y que ahora malviven en la calle. Me consta que les dedican su tiempo, su atención y su cariño.  Pero parece ser que según la señora Mariño, los "malos" de esta película no son los que abandonan cruelmente a los animales sino los que los alimentan y atienden. No sé si me estoy volviendo loca o es  que este país  ha perdido el norte, el sur, el este y el oeste. Es curioso que en un Estado donde se puede torturar becerros hasta la muerte (becerradas de Algemesí), lancear un toro igualmente hasta la muerte (Toro de la Vega), embolar a un toro con fuego y golpearle (cientos de pueblos de nuestra geografía), no se pueda alimentar a un gatito de la calle. Me moriría de la risa si no fuera realmente para llorar. Se puede maltratar a un animal, se le puede abandonar, se le puede matar, pero no se puede dar un cuenco de agua a un  perro o a un gato sediento. A esta señora sólo puede decirle que yo le daré de comer a quien me de la gana, y que estoy segura de que esas miles de personas que se dedican a atender, a alimentar y a cuidar a perros y gatos abandonados, lo van a seguir haciendo, a pesar de sus burdas amenazas de imponer multas, que van desde los 300 a los 1500 euros, a las personas que incumplan esa normativa.Con los problemas que ahora mismo tiene este país, señores gobernantes, no se pongan ahora a perseguir a las señoras de los gatos. Con los cientos -miles- casos de corrupción, prevaricación y abuso que se están dando tanto en los órganos de poder como en otras instancias, ¿cómo se atreven a ensañarse con esas personas que lo único que intentan hacer es reparar el mal que otros hicieron? Los gobernantes están -deberían estar-, a nuestro servicio, no en nuestra contra, y  cualquier persona que tenga un mínimo de dignidad humana y de sensibilidad, no puede obedecer esa estúpida normativa.  Como "país desarrollado" nos falta aún un largo camino por recorrer en cuanto a los derechos de los animales se refiere. 


 Ah, por cierto, puestos a no alimentar,  yo no quiero dar de comer a políticos descerebrados.

La gata sobre el teclado. Amparo Puig.