Ni de casualidad. Víctor de la Peña había cumplido los 55 años hacia apenas dos meses. Su hijo, ingeniero técnico, había emigrado a Bruselas recientemente huyendo de la pertinaz crisis que asolaba el país. Daría, su fiel esposa, había partido hacia el otro mundo, si es que éste se hallaba en algún lugar del universo, tras una espantosa y cruel enfermedad. Así que se había quedado solo como una fruta nacida a destiempo, como una flor decidida a crecer en pleno invierno. Y lo había pensado muy bien, tanto que incluso algunas noches no había podido dormir. Nadie iba a poder obligarle a seguir trabajando hasta los 67 años. Víctor se preguntaba a menudo: ¿Sobre qué sueños? ¿Para qué realidades? ¿Valía la pena seguir trabajando con el lumbago crónico, la hernia de hiato soltando arcadas de dolor a toda hora, y un principio de artrosis en las rodillas que no presagiaba nada bueno?
No era el plan que él había pensado para su vejez, y aunque se sentía aún joven - más de espíritu que de cuerpo- sabía que el reloj había comenzado la cuenta atrás. Aunque llegara a vivir cien años -cosa que sinceramente dudaba- ya había superado con creces la mitad de su vida. "Este no es país para viejos", pensó mientras hacía la maleta y metía cuatro cosas imprescindibles en ella, aunque -se preguntó- ¿acaso algo era imprescindible?
Tenía algunos ahorros de un plazo fijo y una pequeña casa de campo perdida en la montaña, entre pinos, olivos y carrascas. Con dos conejos, dos gallinas, un gallo y algunas semillas, saldría adelante. La vida no era tan complicada como le habían hecho creer en la sociedad de la mentira organizada. Nadie le iba a quitar el derecho de ver atardecer a la sombra de un viejo pino piñonero. Tampoco nadie podía convencerle de que era preciso seguir trabajando durante ocho horas bajo las frías luces de neón de la oficina, mientras la vida vibraba más allá de las ventanas y la muerte estaba ya a un tiro de piedra.
Sonrió Víctor mientras cerraba la maleta como si fuera un niño a punto de hacer una travesura. ¿Acaso un pobre vendedor ambulante no había conseguido con su inmolación levantar en rebeldía a todos los pueblos árabes contra sus propios tiranos? ¿Acaso era legítimo aceptar que éste o aquel -qué importa quien- intentase destrozar desde la amenaza sus más legítimos sueños?
Una vez cerrada la maleta, bajadas las persianas, apagado el gas y regado las plantas, Víctor llamó al trabajo para decir que no volvía más. Su jefe pensó que el stress le había vuelto loco y le recomendó que descansara en casa un par de días. Pero él volvió a decir que no, que no quería pasar el resto de su vida repasando y corrigiendo aburridos informes que después nadie leía, que se fuera a tomar viento, que él tenía una casita en el monte, minúscula y pintada de verde, donde pensaba que, a pesar de todo, aún podía ser feliz.
Cuando salió con su pequeña maleta de casa y dio la vuelta definitiva a la llave, sintió que había tomado la decisión más acertada de su vida.
Seguramente para Victor, su decisión también era imprevisible, dentro de su mapa estructurado de pensamiento,. pero son esos "flashes" un fogonazo delante de nuestros ojos que nos hace abrirlos y ver con más claridad que nunca. Creo que esa visión reveladora la tenemos cuando hacemos repaso y balance de lo que ya hemos vivido, pero la decisión de romper y empezar en otra parte, solo la toman los más vitales, los que tienen valor y ganas de vivir.
ResponderEliminarUn relato lleno de ánimo y esperanza
Gracias por tu comentario. Nos han obligado a vivir una vida que posiblemente no es la que hubiésemos querido vivir. Sólo tenemos una vida.
EliminarPorque sucede que nos hacen creer que la felicidad es una meta y nunca nos enseñan que la felicidad es la ruta vivida día a día. Cada día miro a mi alrededor, a mis compañeros de trabajo, a mis jefes, miro sus vidas y me pregunto cuántos de ellos están esperando el momento apropiado para hacer sus maletas y empezar a vivir la felicidad. En mi vida ya he visto a unos cuantos hacerlo, y yo en su mometo también lo hice; cuando le ponemos la carta de renuncia en la mesa y el jefe se queda mirando incrédulo, como si no entendiera que la felicidad es otra cosa, que la felicidad no es permanecer 12 horas cada día en una oficina amargado y amargándole la vida a los demás, mientras da las migajas de su tiempo a los seres queridos.
ResponderEliminarUn saludo.
Ahí está, Que cuando te das cuenta no has visto el primer paso de tus hijos, ni has escuchado su primera palabra. hay que trabajar para poder vivir y no al contrario.
EliminarToda una vida esperando llegar a la meta de su jubilación para romper con una vida monótona, extresante y aburrida...La felicidad la percibió cuando hizo balance de su vida y comprendió que necesitaba encontrarse así mismo alejado de su trabajo para vivir sus sueños....
ResponderEliminarUn cálido abrazo
Exactamente. hay que llegar a la jubilñación a una edad en la que aún se pueda disfrutar de la vida. Victor se dio cuenta de que se estaba perdiendo demasiadas cosas buenas.
EliminarA Manolo profesional autónomo le ha llegado, ese momento tan deseado de recuperar todo aquello que los horarios de su oficio nunca le permitieron. Y es que, ser dueño de su tiempo, y saborear a que sabe, holgar un fin de semana, o pasar unas fiestas en familia sin mirar el reloj, ha sido algo que ni de lejos a olido en sus 45 años como autónomo.
ResponderEliminarPues a disfrutar y a ser lo que uno quiere, como uno quiera y donde quiera. Que la vida sólo se vive una vez.
ResponderEliminarAfortunado, Victor, que puede disfrutar de su soledad y atreverse a elegir esa camino hacia la libertad, mientra muchos nos encontramos atrapados en esa generación visagra de las que nos atan por un lado los padres ya mayores y por otro los hijos que no se han emancipado aún.
ResponderEliminarBesos de 3ª juventud.
Toda la razón del mundo. No podremos hacer como Victor pero quizás sí reivindicar nuestros momentos de libertad un ratito cada día.
ResponderEliminarEs una historia muy valiosa. Con deseos y renuncias......... deberíamos tener siempre las maletas preparadas. Me gusta dejarme llevar por el entusiasmo de tu protagonista, pero.... es todo tan complicado en el mundo real! Un abrazo Amparo.
ResponderEliminarMi protagonista vive una circunstancia que le permite liberarse. la mayoría estamos más atados y no podemos tirarlo todo por la borda, aunque a veces quisiéramos. Sí, es todo muy complicado en la vida real.
EliminarEstaría bien ser capaces de tomar esa decisión mucho antes. Pero vivimos atrapados por el miedo al dinero, por la seguridad de que no es posible vivir sin él. Tendrá que haber alguna manera...
ResponderEliminarUn abrazo!
Aunque vivimos atrapados, es verdad que nos han planificado la vida: guardería, colegio, universidad, si puedes, novio y bodorrio, si quieres, hijos y otra vez vuelta a empezar. Y trabajo y trabajo hasta no tener tiempo de disfrutar de la vida. Yo envidio a mi protagonista.
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