Acabo de mudarme y me despierto sin necesidad de alarmas ni dispositivos digitales, solo alertada por la luz que entra por la ventana y por el gallo del corral de la vecina, casi los dos al unísono. Después desayuno con el piar de las golondrinas, que vuelan en círculos para atrapar a los insectos que le sirven de alimento y de alguna manera me siento en compañía ¡Qué nos aproveche!
Pero el precio de vivir en el exilio voluntario de la ciudad es depender del coche, así que me embarco en mi utilitario para sumergirme en el mar revuelto de la ciudad y anclarme en mi puesto de trabajo que por el momento no ha sido arrasado por el tsunami de la crisis, No enciendo ni la radio, estoy harta de tantas noticias desesperantes e indignantes, su saturación me ha producido una especie de autismo, no he podido remediralo, necesito estar en esta habitación insonorizada como terapia a esta locura y sin razón.
Surco la carretera con el silencioso impulso del motor híbrido, apenas un susurro es la fuerza de la electricidad, jaleándole de vez en cuando la explosión de la gasolina. Si te gusta conducir es una muy buena terapia hacerlo en semejante mutis y callado ambiente. Ideal hasta que llegas al acceso del primer barrio de la ciudad, porque a pesar de llevar subidos los cristales del coche te avasallan los ruidos, los estallidos, ese rumor continuo al que están acostumbrados los vecinos, porque sus oídos los han integrado y ya no los perciben como molestos, los necesitan como guía, como alerta, dependiendo de su intensidad y lugar de origen. Me doy cuenta que estoy en desventaja, porque me aproximo sin apenas ruido, sin el porrompompero del motor de gasolina y más de una vez sorprendo al probre peatón que no ve venir a esa ráfaga de viento que le empuja y no puede esquivar. Tendré que ponerme cascabeles como a los caballos.
Siguiendo por la avenida, soporto toda la escala musical de este infernal concierto. Por la derecha me rebasa una moto con la válvula de escape libre, perseguida por otra de gran cilindrada a golpe de aceleraciones y se para a mi lado una Harley con algo más de glamour en su rugir. Salimos del semáforo y llega a mi altura un discotequero marchoso con todo su equipo de alta fidelidad a plena potencia que hace retumbar mis tímpanos y algunas partes sensibles del salpicadero que llegan a sucudirse el polvo. Al fondo oigo una potente sirena que mi sentido de la orientación mareado por su nota tan alta no sabe por donde aparecerá, si me tengo que apartar hacia la derecha o la izquierda, sino me afecta porque viene por el sentido contrario. Todo un reto hasta que veo parpadear a los pirulos luminosos.
Y la parte más apoteósica de esta opera de Wagner es el atasco que se produce, día si y día no, por un semáforo que se estropea, un choque por detrás de un despistado, una manifestación imprevista... que nos hace seguir en procesión y tocar por tradición el instrumento por autonomasia, el claxon, esos toques de claxon de la desesperación, ese grito desgarrado del quiero salir de aquí que se contagia como un virus, empieza uno y siguen los demás.
Como remate final, el cruce a nivel con barreras, seccionando la ciudad en dos, y soportando el saludo y llamada de atención del pitido prolongado y grave del tren, persistente porque ya está escaldado de haberse encontrado con imprudencias que no pudo evitar arrollar.
Llegado a mi destino, entro en mi santuario de risas inocentes, de voces blancas, de canciones infantiles, comenzamos la clase de música y en ese espacio de creatividad e imaginación, los niños me inspiran, si no puedes vencerlos, únete a ellos, transformemos el ruido del tráfico en música.
Queridos Calados y lectores, recibimos vuestros aplausos o silbidos, tras nuestra reverencia tras el acto final. Besos.
Las Gemelas del Sur.
Alucino con el vídeo.
ResponderEliminarCuanta creatividad.
Besos sin ruidos.
Parece que andas en el Uruguay de hoy lleno de ruidos.
ResponderEliminarmuy bueno.
abrazo.
Aqui cada vez más gente se muda al campo.
A veces parece que todo está inventado y descubres que siempre te sorprende algo. El clik de la chista de la genialidad.
ResponderEliminarBesos creativos, Toro.
la ciudad y el campo, dos ritmos contrapuestos. Los dos tienen su club de fans, pero escuchar los conciertos de la ciudad por obligación es terrible.
ResponderEliminarBesos Fiaris.
Gemelitas, me encanta la descripción en los textos, felicitaciones, muy bien logrado.
ResponderEliminarBesos a pares.-
La palabra y el sonido, intimamente ligados y la música con su particular lenguaje nos sumerge en la emoción.
ResponderEliminarGracias, Diego. Corcheas de besos.
Una parte de la ciudad es eso, ya sea en coche, andando o en metro, tendrás que convivir con el ruido inevitablemente. Pero como tú dices, quien vive en ella se acaba acostumbrando y de algún modo los omite.
ResponderEliminarPor cierto, cuando sea rico voy a recrear el videoclip de la canción una y otra vez :P
Un abrazo!
Ehse, tan acostumbrados estamos que hay personas que frente al silencio se sienten incómodas.
ResponderEliminarEstoy contigo, el aparatoso instrumento musical que ha creado debe de haberle salido un poco caro, al alcance de pocos y además necesitarás un curso de técnicas de conducción (técnica y arte)
Besos.