
Ese reto quiso superar para cabalgar junto a sus hermanas y amigas de su clan.
La hechicera de la tribu le fue a preparar una sarta de sortilegios y encantamientos que sabiamente aplicó con su báculo de ternura y paciencia infinita. Las precisas palabras que pronunciaba se introducían convertidas en espirales arremolinadas que se iban encauzando por los laberintos de sus orejas y alcanzaban certeramente su entendimiento.
La amazona asentía, tenía el alma en vilo, preparada para ejecutar los requeridos movimientos. Su pie apretaba el apoyo de su montura y su mano acariciaba las guías de la dirección sin ningún titubeo, dispuesta a comenzar su andadura. Mientras la hechicera posaba su mano debajo de la pequeña nuca de su pupila, asiendo su cuello, le infería la confianza suficiente para sentir el movimiento de su cuerpo, buscando el equilibrio con su montura, descubriendo cada acción y reacción contrapuestas.
Este baile se repetía una y otra vez, aprendiendo a resolver el juego sin ayuda, a predecir movimientos y a responder sin sobresaltos. Cuando por fin, callaron las palabras, solo oía el viento; desapareció la confiada mano, sola se enfrentaba a su experiencia.
La profética caída tenía que suceder irremediablemente, estaba escrita a perpetuidad en este rito de iniciación y era la única parte que lograba alojar la firme decisión de proseguir con la aventura. Si este evento fallaba, el sortilegio desaparecía, ya que la clave se encontraba en caerse para volverse a levantar.
La decidida voluntad hizo desvelar el mágico momento final. La mirada en el horizonte, la dirección fijada en perfecta combinación con el equilibrio, dos seres compenetrados, conviertiendose solo en uno; la fuerZa y el esfuerzo traducidos en movimiento, la velocidad conquistando el espacio, el placer de surcar el camino.
Con este apoteósico final, el rostro de la hechicera era pura poesía, satisfecha por haberle conducido por el trayecto del aprendizaje, por haberle impreso una huella imborrable.
Su trabajo había concluido por hoy.
Decidida a conseguir un "verano azul" para la pandilla de su tribu, tienta la curiosidad, preparando una nueva montura, esta vez destinada a un niño. Elegida de color azul, cuadro con barra horizontal, ruedas todo-terreno, atractiva como la miel a la mosca, capaz de despertar el sueño de aprender a montarla.
De nuevo preparada a orquestar el sortilegio del aprendizaje.
Garuda from Andres Salaff on Vimeo.