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lunes, 10 de junio de 2013

35 MILIMETROS :"La boda"


Finalista de la última edición de los premios Goya en la categoría a mejor cortometraje de ficción, "La boda", de la argentina Marina Seresesky nos presenta una historia que rebosa verdad y realismo. Con un gran trabajo  de todas y cada una de las actrices que intervienen, "La boda" narra la historia de una mujer inmigrante que trabaja en la limpieza y ha de acudir a la boda de su hija en un día laborable. Nada sale como ella planea, y llegar a la boda es más difícil de lo que parece.
Es el segundo corto de la argentina Marina Seresesky. Una pequeña joya de múltiples facetas: historia de un amor de madre, relato de las oscuridades laborales y sociales de la España de nuestros días y un cuento precioso de amistad femenina. Marina se adentra en la temática social  con inteligencia y mucho humor, sin caer en el fatalismo.
Gran guión, magníficas actrices, dirección intachable. La boda tiene en la sencillez su principal valor, a través del  cual el espectador se acerca a una dura realidad social.
Espero que esta sencilla historia llena de sentido afecto basada en una historia real, os provoque una entrañable sonrisa.


Saludos Calados

martes, 5 de marzo de 2013

LA GATA SOBRE EL TECLADO. El amigo del alma




Había sido su mejor amigo, uno de esos amigos de los que llaman del alma. Habían compartido deberes escolares y primeras novias. Habían hecho novillos los viernes por la tarde y se habían emborrachado por primera vez, y no última, a los catorce años. Sin darse cuenta se habían convertido en hombres de pelo en pecho. Juan se había casado con Lourdes, una chica de la barriada, y Arturo se había ido a vivir con una señorita de clase alta, pero a éste último la alianza le había durado lo que un caramelo a la puerta de un colegio.


Juan destripaba sus recuerdos aquella tarde de finales de invierno mientras trabajaba el mármol. Era un artista y lo sabía, pero en aquel trabajo en concreto estaba poniendo especial interés. 
El mármol era travertino, de color amarillo oro, con unas vetas anaranjadas que le dotaban de luz propia. Las letras, plateadas, que últimamente se estilaban, y sin lugar a dudas, las tendencias de moda llegaban en estos tiempos de imagen hasta las mismas puertas del Paraíso. Fue colocando las consonantes y las vocales hasta concluir el nombre: Arturo de la Peña García. Perfecto. El texto estaba por ver, pero si algo tenía claro Juan es que no iba a escribir Descanse en paz. Desde luego no era la frase más apropiada dadas las circunstancias, porque malditas las ganas que tenía de que descansara en paz el muy cabrón. Más bien deseaba que la conciencia le atormentara más allá de la vida y le acompañara hasta las mismas entrañas del infierno. Mejor poner Tus seres queridos no te olvidan. Era una frase muy manida, pero se prestaba a cualquier interpretación. Tus seres queridos... -pensó Juan mientras hacía esfuerzos por sonreir-. ¿Y que pasa con los que un día te quisimos y luego traicionaste? Tampoco te vamos a olvidar aunque quisiéramos.

¿Cómo sería posible olvidar la traición, la mentira, la infamia? ¿Cómo olvidar aquella tarde de playa cuando los tres caminaban sobre la arena mojada, y Arturo miraba a Lourdes como si quisiera zamparsela de un bocado? ¿Cómo ignorar aquellas cenas compartidas en la terraza de casa en las que Juan sentía que sobraba tanto como el espantoso mantel de hule que cubría la mesa
Arrebatando terreno, escarbando como un topo musaraña, Arturo fue llegando al corazón, y un poco más tarde, al cuerpo moldeado de Lourdes. ¡Amigo del alma, joder! Y lo había sido en cierto sentido. Era siempre el que escuchaba, el que consolaba, el que acompañaba, el hombro sobre el que llorar, el paño de lágrimas. Y en la cercanía confiada, había ido destruyendo su relación desde dentro, como en una metástasis violenta que hubiese fagocitado cada uno de sus sentimientos. No debía torturarse con lo recuerdos, así que siguió pensando en el texto más adecuado. También podía escribir sobre aquella lápida anaranjada, Te recordaremos siempre, porque Juan estaba seguro de que lo recordaría cada minuto del resto de su vida, cada tarde, cada mañana, cada noche arrebatada. 
Sintió odio hacia sí mismo por no haberse dado cuenta antes de que el amigo del alma le había arrancado de su vida lo que él más quería, había invadido su territorio, había ocupado su cama. Con pasos quedos y sigilosos, como una pantera, Arturo había saltado sobre su presa para hacerla suya y había roto su horizonte de promesas de un inmenso zarpazo.
Observó su obra a cierta distancia. No podía estar quedando mejor. Luego puso la fecha de nacimiento y de defunción. A continuación, colocó una pequeña vasija igualmente de mármol, por si algún osado deseaba llevarle flores en un instante de desvarío. 
Se sentía tremendamente satisfecho. La lápida había quedado perfecta. Perfecta la armonía de colores, el cincelado de las letras, la composición del texto, el pulido de la piedra marmórea. Era un buen artista y el lo sabía.
Ahora sólo le faltaba matar a Arturo.