martes, 3 de septiembre de 2013

LA GATA SOBRE EL TECLADO. La noche de las uñas largas.


Siempre he sido dócil, sumisa. dulce, obediente, fiel, femenina y serena. Vamos, lo que suponía que se esperaba de mi. He cuidado en todo momento mi imagen y mi figura, a pesar de mis cuatro partos, todos ellos satisfactorios. He sido hembra de un sólo macho y he esperado siempre lo mismo de él. Los que me conocen bien, saben que soy un caramelo, una perita en dulce, una princesa de ojos verdes. Pero siempre llega un día -en este caso mejor decir una noche,- que las princesas nos volvemos fieras, los caramelos, amargos, y decidimos que ha llegado el momento de poner nuestros fértiles ovarios sobre la mesa. 
Y esa noche que quisiéramos que nunca llegase fue anoche. Habíamos salido a dar una vuelta sobre la una de la madrugada, cuando el pueblo estaba casi vacío y la brisa fresca de poniente mecía suavemente las palmeras. El - mi pareja desde que tengo uso de razón-, fue a sentarse en el banquillo que rodea la palmera, y fue entonces, en ese desafortunado momento, cuando la descubrió a ella. Elegante como una gacela, desafiante como una leona, se encontraba junto al bar de la plaza, mirando a su alrededor como buscando a quien perdonarle la vida. La muy zorra -pensé-. El se quedó mirándola, como hipnotizado, sin darse cuenta de que yo, apostada tras un pivote de hierro, le vigilaba en la distancia. Apreté los dientes y me armé de paciencia. Me dije a mi misma que yo era dócil, sumisa, obediente, fiel, femenina y serena. El seguía mirándola con las pupilas dilatadas. Ella - como una diosa egipcia- lo seducía con la mirada. No pude más. Cogí impulso y salté sobre él como la fiera que en aquel momento era. El protestó airadamente, se volvió hacia mí con gesto amenazador, pero salió corriendo hacia casa como alma que lleva el diablo.
Mi ama - que se hace llamar La gata sobre el teclado- lo observaba todo a cierta distancia. Se quedó atónita, perpleja, abrumada por la confusión al descubrir mi lado oscuro. Yo la miré con altivez, pero no sé si llego a darse cuenta de que intentaba decirle: Mira, guapa, aquí la única gata soy yo. 

10 comentarios:

  1. Nos seduces con esos estilosos movimientos literarios como una gata felina y además nos tienes como ellos en vilo, porque no sabemos por donde van a salir.
    Una entrada de vuelta de vacaciones que nos ha hecho más dulce el retorno, una delicatessen.

    Besos y besos.

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  2. Hola Gemelas. Cuánto tiempo. Pero aquí estamos, de nuevo. con ganas de sorprender, hacer reir, llorar. conmover, creando o recreando historias como éstas que vivieron mis gatos en la plaza del pueblo. Gracias por el comentario. Abrazos.

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  3. Gata, sobre el teclado, diga lo que diga tu gata, una gozada volver a leer tus relatos! Esa noche durmió calentito el gato, en muchos sentidos...

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  4. Todos llevamos un felino dentro, cuando tocan su fibra sensible, salta. Me ha gustado mucho. Un saludo.

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  5. Bien por la gata, por muy pacífico que sea alguien, es bueno saber cuándo dejar de serlo.

    Un abrazo!

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  6. Emilio, el relato es tan real como la vida misma. Yo creía que la gata atacaría a la otra gata, pero ella tiene muy claro de quien es el gran Tito. Gracias Emilio.

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  7. María José, todos no sé, pero yo estoy segura de ser un poco gata, en el bun sentido de la palabra. Aborrezco las sorpresas, me gusta la rutina, no soporto los cambios... igualito que mis gatos. Gracias por tu comentario.

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  8. Sí, Ehse, está bien ser pacífico pero no idiota. Eso debió pensar mi gata la noche en que atacó a su macho porque le hacía ojitos a otra. Fuerza y caracter.

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  9. Pues sigue conservando esas virtudes felinas y derramándolas en letras tan sugerentes y bien hilvanadas como éstas!
    Un abrazo cariñoso.

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  10. Gracias Juglar. Intentaré conservar esas virtudes felinas, sobre todo porque en mi casa hay dos gatos y al final todo se peoga. Gracias por tu comentario.

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