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miércoles, 14 de enero de 2015

CONDUCTORAS SUICIDAS. AMAXOFOBIA



Las gemelas, Medea y Olimpia, volcanes en plena erupción, preocupación constante de su madre, han pasado la noche con fiebre alta. Medio sonámbula todavía, su madre, coge el teléfono y reserva cita para el pediatra. Ha tenido suerte, le dan cita para las 10 h.

Entre idas y venidas, preparativos propios y filiales, su marido se entera de la cita.

- Marta, no voy a poder llevaros al pediatra. Tengo que salir al trabajo ya, me están esperando. Te dejo las llaves del coche.
- ¿Qué es eso tan urgente? Le dice María con el rostro desmejorado.
- Marta, cariño, puedes llevarlas perfectamente tu sola. No me mires con esos ojillos, no superarás nunca el miedo al coche, si no lo coges. Le dice su marido casi como un susurro, para transmitirle calma y autoconfianza. Piensa que nada mejor que ser el Pepito Grillo de su conciencia con este asunto.

Ricardo coge sus carpetas, le da un beso de despedida y antes de que pueda replicarle, desaparece de su vista y sale de casa. Durante el viaje, en el ascensor, evalúa su estrategia, forzar la situación puede haber sido un poco drástico, pero si no la provoca, Marta no da el paso y esta ansiedad le está limitando. Está convencido que Marta sostiene la bandera de la "movilidad sostenible" por su aversión a conducir el coche. Por otro lado, le preocupa subirla en su particular montaña rusa y ese estallido de adrenalina le ponga en mayor riesgo del debido, pero le tranquiliza el saber que siempre resuelve bien esas situaciones.

Marta mira el reloj con el sentimiento de haber sido abandonada a su suerte. Mientras recoge y prepara el bolso , repasa su situación. Quiere ser lo más objetiva posible y prepara su alegato en voz alta delante de sus gemelas que le atienden calladas como si de un cuenta-cuentos se tratara.
Mamá no tiene más remedio que llevaros en el coche, será una aventura (en su fuero interno piensa que era un jodienda) buscar un hueco para aparcar en ese barrio, misión imposible; dejarlo en doble fila, jugar a la lotería. Jugaremos a las adivinanzas, ya que los intermitentes para algunos son de adorno, dejaremos pasar a los que desde pequeños dicen "soy el primer" o "tonto el último" y siguen aún en ello a la vista del semáforo, pero lo que a mamá no le gusta es jugar al trenecito con los que se pegan al culete de nuestro coche sin dejar la distancia mínima (silencia su pensamiento: ya me dió por.....un hijo de su madre). Anima irónicamente su plan con palmas que las pequeñas imitan con ingenua alegría.
Ni aún así, puede evitar el movimiento involuntario de sus tripas, presagiando la salida inminente que le lleva a repasar sus más intimas consignas: si es que te falta seguridad en ti misma, llegado el momento lo resolverás como cualquiera o mejor, no debes anticiparte a los posible acontecimientos que quizás no surjan, no adelantes preocupaciones innecesarias, abandona ese afán perfeccionista. Finalmente concluye, si he sido valiente para parir a mis hijas, no lo voy a ser menos para conducir.
Sienta a sus gemelas en el maxi-carro de doble asiento, pensando que es una pena que no quepa en el autobús público, pero...¡¡¡un momentoooo!!! Puedo coger el amplio tranvía que me deja solo a 15 minutos del consultorio.
Siente un alivio inmenso. ¡Chicas, nos vamos de excursión!

A la hora de comer llega Ricardo con una sorpresa, se ha roto la muñeca en una caída.

- Marta, mañana me tienes que llevar en el coche al polígono.

Vuelta a empezar. ¿Será esta la definitiva? ... ¿Al polígono llega el tranvía?



Las Gemelas del Sur.