lunes, 1 de septiembre de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO.Correrías nocturnas


Mi gata, la Pequeña, ha insistido en escribir esta historia, pero me he negado rotundamente. Esta historia es mía porque en ella me he jugado la vida y hay que tener en cuenta que yo sólo cuento con una, no con siete. 
El último día de julio de este verano seco y tórrido como esparto, cogí un tren en dirección a Valencia. En el pueblo de mis antepasados dejaba a mis hijos,  a mis gatos, y a dos felinos gigantes, de color negro y ojos amarillos que aun teniendo dueña, se nos habían acoplado como uno - dos- más, a la familia.  Al día siguiente me llegó la noticia a través del móvil: Tito ha desaparecido. Se fue anoche y no ha vuelto. Muchos no lo entenderán, pero la inquietud se apoderó de mí. Tito es un gato de ciudad, de piso, acostumbrado al ruido de los coches y al sonido de las ambulancias, pero en ningún caso adaptado a las correrías nocturnas, peleas y luchas territoriales a que están acostumbrados los gatos de pueblo. 
El primer día de agosto, un día de poniente insoportable, volví al pueblo. Tito no había regresado, así que comencé a expandir la noticia: 
- Heu vist al meu gat? S´ha perdut. 
Hubo respuestas para todos los gustos, incluso algunas que preferiría no recordar, y que denotan tan mal gusto como falta de sensibilidad. Pero el caso es que pasó la noche del viernes y Tito no volvió. El sábado por la mañana me levanté de la cama sabiendo que tenía una misión prioritaria y única: encontrar al gato. 
Bajo un sol vengativo e inclemente, salí del pueblo dejando atrás la Iglesia, y me recorrí el solitario polígono industrial. Sin darme cuenta, llegué hasta el pueblo vecino, Campo de Mirra.  Llamé al gato al principio con voz tímida, después a grito pelado,  pero la única respuesta fue un silencio dañino e inconsolable.
No podía rendirme. El calor no cedía sino que aumentaba y aquel pobre felino no podría soportar muchas más horas sin comer ni beber. Me recorrí otra zona del pueblo, y a la sombra de un coche encontré a uno de los gatos negros, no sé si se trataba de Pantera Uno  o de su hermano Olaf. Me agaché y le pregunté: 
- ¿Dónde está Tito? ¿Sabes dónde está Tito? 
No se si me entendió o si sólo estaba tratando de huir de mí, pero el caso es que me llevó calle abajo, junto al antiguo convento de las monjas. Y fue entonces, en ese preciso momento, cuando escuché un maullido desesperado, anhelante, atormentado.  "Es Tito" - pensé-, y eché a correr seguida de Pantera Uno o de Olaf, que no logro distinguirlos.  Efectivamente, frente a la pastelería, en una vieja casa cuyo tejado daba a una inestable terraza,  estaba mi gato, con la boca entreabierta, delgado sucio, aterrorizado. Volví a casa y llamé a mi hija, que, siguiendo con la tradición familiar, estaba escribiendo. Una vez ya en la casa, entramos a un patio destartalado en el que había una escalera de hierro que llegaba hasta la terraza, pero desde allí, no había forma de acceder al tejado.
- Tito, salta, salta de una vez - gritábamos-. 
Pero el gato tenía más miedo que pelos en el cuerpo y paseaba entre las tejas mientras abría la boca en un acto desesperado de aliviar el tremendo calor que probablemente sentía. Al final nos dimos cuenta: la última opción era buscar una escalera, subirla hasta la terraza, acceder al tejado, estirar del gato y hacer que éste saltase, tarea que sin duda no estaba exenta de riesgos. Nos costó pero lo conseguimos. El gato saltó de mis brazos al suelo de la terraza, y de ésta, dando trompicones y volteretas, cayó por las escaleras de hierro hasta el patio atiborrado de trastos y maleza. Una vez en la calle, corrió hacia casa como alma que lleva el diablo. Tito había vuelto de una aventura nocturna que pudo haberle costado la vida, y es que ya se dice que la curiosidad... puede matar al gato y, en este caso, a cuantos intentaron rescatarle. 

14 comentarios:

  1. Que inmensa felicidad el haber encontrado a Tito. Me pasó algo parecido con Bolo, cayó o se tiró asustado al jardín de una casa cerrada. También tuvimos que poner escalera porque no quería subir. En fin, tienes razón, la curiosidad, en estos casos, no mató al gato. Besicos.

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    1. Hola Trimbolera. Quien no haya vivido una situación parecida no lo puede entender, incluso en el pueblo hubo comentarios que me indignaron, tales como "un gato menos" o "una obligación menos". En fin, cuando lo vi sobre el tejado ya sabía que lo iba a recuperar y me sentí feliz.

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  2. ¡Menudo susto!
    Menos mal que todo acabó bien.
    Salu2 gateros.

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    1. Me asusté porque su hermano, Fitimini, igual que él pero más bravucón con los otros, se fue un día y lo atropelló un coche. As´ñi que fue un buen susto que, como dices, acabó bien. Por aquí lo tengo, haciéndome compañía.

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  3. Que odisea! Menos mal que acabó bien la aventura. Me recuerda a una parecida con una perrita callejera que también se me acopló un verano en el pueblo, en fin a mi me toco entrar en una piscina harta de fondos indescriptibles... se había caido a aquel caldo corrompido y como había poca agua no podía subir, si no muere ahogada hubiera muerto por una infección, la que casi cojo yo por meterme en aquellas aguas, amén del disgusto si me pillan saltando la verja sin permiso y en ausencia de los dueños ¡pero la saqué!

    Me alegro por Tito! y por tí.

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    1. Bonita historia la que me cuentas, así que ya puedes escribirla. En esos momentos no medimos los riesgos y es porque no podemos soportar el dolor ajeno aunque se trate de un simple gatito o perrito. Yo también me alegro.

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  4. Desesperante el momento, imagino tu angustia... Lo que me hace gracia es cómo te ayudó, sin saberlo (¿o sí?) el pantera Uno (o el Olaf, el que sea), y cómo te llevó al sitio en el que estaba Tito... Imagino que desde ese día no se irá muy lejos el minino, ¿no?

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    1. Lo cierto es que sin la ayuda de Pantera no lo hubiera encontrado. Me llevó hasta el lugar desde donde se podían escuchar sus aterrados maullidos. Ahora está en casa y tienen algunas calvas en el pelo, que el veterinario achaca a stress, y eso que no le he contado la historia.

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  5. Los gatos nos meten en sus cuentos. Dicen que septiembre es mes de gatos, lo leí. Buen relato el de tu minino. Un abrazo. carlos

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    1. Para mí todos los meses son de gatos, ja, ja. Los gatos nos meten en sus cuentos y en sus vidas. Por aquí anda, una vez rescatado. Gracias Carlos.

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  6. Se hace lo imposible por un ser querido y el gato es un miembro más de la familia. Se le quiere, se le echa de menos, aunque bajo nuestra protección le restemos esa escuela de la calle y no entrenen algunas habilidades. Es el precio de un hogar asegurado.

    Besos, amante de los gatos.

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    1. Justo. Cuando vi a Tito aterrorizado sobre el tejado, a una temperatura de casi cuarenta grados, sin agua y sin comida, y lo comparé con los gatos que viven en la calle y saben buscarse la vida, me dim cuenta de que estaba muy sobreprotegido, pero como tu dices, tiene el hogar y el cariño asegurado.

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  7. Menos mal que salió todo bien... Tito no se hace una de la dueña que tiene... la mayoría habrían desistido mucho antes.

    Un abrazo!

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  8. Son historias mínimas, cargadas de sentido y sensibilidad.
    Un abrazo Amparo!

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