martes, 19 de febrero de 2013

LA GATA SOBRE EL TECLADO. Pesadilla en el autobús




Levantarse a las seis de la mañana debería estar prohibido por alguna Constitución supranacional. A esa temprana hora es de noche, hace frío y el cuerpo se resiste a abandonar el suave abrazo de la funda nórdica.
Pero no. No está prohibido sino todo lo contrario. Forma parte de esta espantosa forma de vivir que nos obliga a estar doblando ropa a las doce de la noche y cepillándonos los dientes muy pocas horas después. Aquel día no fue una excepción. Con los ojos aún llenos de legañas, me calenté el café con leche, me duché, intenté recomponer de forma armónica mi rebelde cabello, cogí el bolso y la chaqueta, y salí a la calle. Las farolas aún estaban encendidas.
En la parada del autobús esperaban los de siempre. Un par de estudiantes con ojeras que les llegaban hasta mitad de sus mejillas, una mujer de mediana edad abrazada a su bolso como si éste fuera un bote salvavidas, un joven ejecutivo lustroso y repeinado, y dos mujeres latinas que, además del sueño interrumpido, llevaban escrita la añoranza en sus oscuras miradas.
Ahí llegaba el autobús, cruzando la avenida en dirección a nosotros. Rebusqué en el bolso. ¡Mierda! había olvidado el bonobús y ahora tendría que sacar el maldito billete disuasorio que andaba ya por el euro y pico. Tomé asiento donde siempre, hacia el fondo y junto a la ventanilla. ¿Por qué no amanecía de una vez? El vehículo volvió a la avenida y fue recogiendo a los pasajeros habituales en cada parada. El trayecto se me estaba haciendo interminable: semáforo en rojo, nueva parada, semáforo… Una vez pasada la rotonda de Benicalap, se detuvo junto al hospital universitario. Era éste el lugar donde se detenía más tiempo. Habitualmente, el chofer bajaba a la acera y estiraba las piernas mientras que los pasajeros, quizá pensando que podían haberse quedado cinco minutos más entre las sábanas, consultaban impacientes la hora en sus relojes y en sus móviles.
Esta vez la pausa duró apenas dos o tres minutos. El autobús se puso en marcha y, para desconcierto de todos, se saltó el primer semáforo en rojo que encontró en su camino. “Menos mal- pensé- sólo quedan diez minutos de trayecto para mi destino”. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el cristal.
El autobús debía dar la vuelta a la izquierda al llegar al cruce, luego cruzar el río y detenerse junto al colegio de los jesuitas. pero en lugar de eso, dio un violento giro a la derecha, emprendiendo una loca carrera en la que no había stops, paradas ni pausas. Mientras el vehículo quemaba ruedas como un bólido, dentro, la gente gritaba y trataba de sujetarse de cualquier forma. Furiosa, me levanté del asiento y avancé como si anduviese por una patera en plena tormenta.
- ¿Qué hace?- grité- ¿Adónde vamos? Esta no es la ruta.
En un primer momento no dijo nada, pero pude ver sus manos. Apenas tenían una capa de piel sobre los huesos y eran blancas como la niebla.
-¿Adónde vamos?- volví a gritar presa del pánico-
Su rostro se volvió y quedé horrorizada. Aquel ser -no podía llamarse de otra manera- no tenía ojos, y desde sus cuencas vacías brotaba un fluido viscoso que se deslizaba lentamente hasta su boca.
- Al infierno- chilló- ¡Vais todos al infierno!
Desperté y sentí que mi corazón latía por todas partes. Mi pijama estaba empapado de sudor y apenas podía respirar. Miré el móvil. Eran las seis y media. Me preparé el café aún con un nudo en el estómago, me duché, intenté recomponer de forma armónica mi cabello tan rebelde, cogí el bolso y la chaqueta, y salí a la calle. Las farolas aún estaban encendidas.
Llegué a la parada y pasé lista mentalmente. Allí estaban todos, con los rostros aturdidos por el sueño, dispuestos a irse al infierno.
Ví venir el 90, mi autobús, y un leve temblor recorrió mis piernas. Quizás llegara un poco más tarde, pero esa mañana decidí que no me vendría nada mal darme un largo paseo.

9 comentarios:

  1. Amparo, acabo de leer y una media sonrisa me viene a los labios, y me regocijo de nuevo por la manera que tienes de contarnos ese imaginario tuyo.
    Por si acaso, hoy tampoco cogeré el bus.

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  2. No me atrevo a interpretar los sueños, pero como mujer previsora, hiciste bien en irte andando, por si acaso era un aviso del más allá.
    Alguna vez he estado a punto de bajarme del autobús, el conductor iba de tanto en tanto leyendo una revista. Para echar a correr.

    Besos.

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  3. Buff!, ¡Estupendo relato Amparo!, ¡yo también cojo el 90!
    .....Me lo voy a pensar.....


    Besos

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  4. Estaba de paso por la Taberna de Valaf y decidí dar una vuelta :)
    Y me ha encantado.
    Volveré... pero despues de lo leído creo que volveré andando :D Es que el transporte público está fatal... y caro.
    Muy bueno. Esta tensión y luego la risa.

    Saludos

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  5. Gracias a todos por vuestros comentarios. Emilio, no te puedes imaginar cuántas interpretaciones ha tenido ese relato., A las gemelas del Sur, gracias por vuestro comentario. Seguramente, si el relato lo leeis de nuevo, llegareis a otras conclusiones, os lo aconsejo. Y a tí Framboise, gracias por tu comentario. La vida cotidiana es mi fuente de inspiración. Gracias por estar ahí.

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  6. Me gusta tus relatos, son entretenidos y siempre tienen sorpresa. Un abrazo!

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  7. Ya me estaba gustando el relato de la rutina diaria y andaba yo pensando que llegaríamos a otras conclusiones cuando el autobús y el relato han dado ese giro tan brusco a la derecha.
    No sé interpretar los sueños y apenas recuerdo los míos, pero yo también me hubiera ido andando, por si acaso...
    He pasado un buen rato con tu relato.

    Besos

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  8. Hola Latour. Me alegra que te gusten los relatos. Una hace lo que puede mientras hace la cena y pone lavadoras. Gracias por tu comentario.

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  9. Hola Jara. Eso es lo que pretendo, que lo paséis bien con mis relatos. Por todos vosotros sigo escribiendo.

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