martes, 5 de febrero de 2013

LA GATA SOBRE EL TECLADO. Frente al espejo






Queridos seguidores de Calados hasta los versos. Tenemos novedades y son buenas. A esta tripulación que surca los mares de las letras se va a incorporar el próximo sábado un nuevo tripulante, un tripulante que nos hará ver a través de su propio objetivo, la belleza de las cosas pequeñas y grandes. No os perdáis esta cita. Recordad: el próximo sábado crecemos. 


Aquel día lloré hasta quedarme sin lágrimas. Era una calurosa tarde de verano, de mediados de agosto. El sol caía a plomo sobre las calles paralelas de aquel pequeño pueblo anclado en un estrecho valle.
Mis amigos me miraban en silencio, sin atreverse a decir nada. Yo había suplicado durante todo el día, lo había intentado de todas las formas posibles, incluso poniendo aquella carita de niña dulce que en más de una ocasión me había librado de una buena reprimenda.

Pero no convencí a nadie. Mi torrente de lágrimas fue a dar sobre tierras impermeables que no pudieron filtrar mi inocente pesar. “Es lo que siempre se hace cuando una niña ya ha tomado la comunión- me habían dicho- es lo que dicta la tradición”. Pero yo no entendía nada de estúpidas costumbres ancestrales que no encontraban respaldo en ninguna ley escrita.

A las cinco de la tarde me llevaron, como los toros a la arena del circo. Mis amigos me acompañaban en aquel breve paseo que me separaba del cruel sacrificio. Mi prima me tomó de la mano intentando darme ánimo. Ella ya había pasado por aquello hacía apenas un año.

La sala era oscura y destartalada y tenía sólo una pequeña ventana que daba a la calle. En la pared, había un espejo enorme que reflejaba mis ojos hinchados y mi rostro enrojecido por el llanto. Y sobre el espejo colgaba un retazo de guirnalda navideña pintada de purpurina que nadie se había preocupado de quitar.

Escuché unos pasos que se acercaban. Eran los de una mujer recia como un roble que entró en la habitación dando grandes zancadas.
- Siéntate frente al espejo -me dijo-
Pero yo no me moví.
- Siéntate guapa -volvió a decir en un tono más irritado- o tendré que atarte a la silla.

Su sonrisa era fría y fingida. Y creí descubrir, en el fondo de su mirada, un placer infinito que se nutría de mi dolor.

Me senté a regañadientes en aquella ajada butaca de skay, mientras mi pequeño séquito seguía observándome sin decir nada. Aquella mujer abrió un cajón de la cómoda que había bajo el espejo, y sacó una especie de sábana blanca que me puso alrededor del cuello. Parecía una minúscula doncella dispuesta a ser entregada como ofrenda a algún dios irascible. Después, cogió las tijeras mientras yo rompía de nuevo a llorar.
- Ni que te fuera a cortar la cabeza -dijo la mujer entre risas-
Primero cayó una y luego la otra. Sobre las desgastadas baldosas hidráulicas yacían mis dos trenzas, brillantes, gruesas, de un color cobrizo con múltiples reflejos.

Aquel día de verano sentí que la infancia comenzaba a alejarse de mí.

12 comentarios:

  1. ¡Como me has recordado un episodio parecido!, a mi me pasó un poco más tarde. El peinado de mi infancia era un pelo corto, tanto que podía pasar por un niño, fue en la pubertad cuando me empeñé en tener melena al viento y fue, un poco más tarde, cuando cumplí los 16 cuando me despojaron de mi poblada trenza con una grna tristeza. Para mí, había concluido una etapa.

    Un relato lleno de nostalgia y por cierto, muy bien escrito.

    Un abrazo

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    1. Es curioso que esos días los recuerdes siempre. Yo supliqué para que no me cortaran las trenzas, me sentía identificada con ellas, pero por aquellos tiempos la comunión marcaba un antes y un después en la vida de cualquier niño o niña. Gracias por tus palabras

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  2. Perfecto relato, y como siempre sorprendente en cada línea. Quizá la forma de entender porqué un trauma se forja en la niñez, o una forma de explicar de qué manera más tonta uno puede, al crecer, tener miedo a las cosas más disparatadas, sentir reparos ante las cosas más normales de la vida. La infancia se aleja, se alejó, pero aunque te cortaran el pelo, estoy seguro de que aquella niña se sigue mirando en un espejo, cada día..., tengas el pelo que tengas.

    Gracias.

    (Por cierto, qué presión...!!!)

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    1. Sí Emilio, aquella niña se sigue mirando en el espejo cada día y cada día también se ve más mayor. ¿Será por aquel corte traumático que siempre llevo el pelo muy corto? quién sabe. El tiempo de la niñez se recuerda siempre.
      Y por cierto, nada de presión. Tú tranqui.

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  3. El relato es buenísimo, enhorabuena al autor/autora. Y bueno, siempre he llevado el pelo corto, así que por eso no es, ahora, el espejo ya no me dice lo que me decía hace 20 años, què hi farem!!

    Un beso

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    1. Gracias Valaf. Separarme de mis trenzas fue como poner fin a mi infancia. Días que se recuerdan siempre. A mí el espejo me dice cosas horribles. ja,ja.

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  4. Como nos tiranizaban algunas tradiciones, a las que no se osaba rechistar. Puede ser significativa de aquel trauma, tu predilección por el pelo corto ahora, cuando ya eres adulta y tienes libertad de elección ¿mecanismos del subconsciente?
    Mi peinado preferido de pequeña era una melenita cortita a lo Juana de Arco que en broma decían que mi padre me cortaba poniéndome una cazuela en la cabeza. Me emociona recordarlo y tu nos has sabido transmitir tu propia emoción y lograr empatizar contigo a través de tus letras.

    Besos.

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    1. Gracias Mar. Es que tenía el pelo tan bonito que incluso lo querían las monjas para ponérselo a una imagen. Y va y un día te lo cortan. por cierto, a raíz del corte, crecí diez centímetros. El médico dijo que mi inmensa melena "se me comía". No sé yo...

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  5. Mira, ni por todo el oro del mundo haría yo una cosa así con mi hija. Ni tradiciones ni nada. Si ella no quiere cortarse las trezas, pues se le dejan crecer y que sea ella quien decide.

    Hay que jorobarse con las tradiciones que inculcamos, tengan sentido o no.
    Buen relato.

    Bss.

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    1. Sin duda eran otros tiempos. Y, los vuelv a decir, la comunión marcaba un antes y un después.

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  6. Me gusta tu historia, habla de tiempos en sepia, de de momentos pasados con desencanto que permanecen siempre con nosotros.....Hablas de sentimientos. Un abrazo de recuerdos Amparo!!!!

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    1. Quizás tenga más memoria de la que quisiera, pero recuerdo el día que me cortaron las trenzas como si fuera ayer. ¿Y qué es la vida sino un amasijo de sentimientos? Gracias por tu comentario.

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