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domingo, 22 de junio de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO. Cicatrices.


Se ven tersas, cuidadas, inmaculadas, sin cicatrices. Cualquiera diría que nunca han rozado el suelo, que jamás han sentido rasgarse la piel y ver brotar la sangre. Como hace mucho calor y no quiero que os calentéis aún más la cabeza con adivinanzas, os revelaré que me estoy refiriendo a las rodillas de los niños de hoy en día, tersas, cuidadas, inmaculadas y sin cicatrices. Y aunque algunos probablemente penséis que estoy equivocada, creo que una infancia sin cicatrices en las rodillas tiene muchas asignaturas pendientes.
Es fácil diagnosticar que los niños de los años sesenta - estoy nostálgica, sí-, estábamos desprotegidos, íbamos a nuestro aire escalando árboles como monos de Guinea Papua, saltando vallas y dejándonos la piel en bicicletas sin frenos con las que nos deslizábamos por las pendientes más agresivas. Volvíamos a casa -día si, día también-, con las rodillas chorreando sangre, pero no llorábamos hasta que no veíamos a nuestra madre porque llorar sin público no valía la pena.
Hacer cuencos con barro de la calle y después dejarlos secar al sol. Trepar hasta los árboles más altos y saltar desde las ramas más inaccesibles. Coger arañas de las acequias, organizar peleas de hormigas rojas, previa extracción de sus globos oculares  (qué crueldad, lo sé), hacer obras de teatro, volar el cachirulo en la playa, robar fruta en la huerta y, por último, estamparse con la bicicleta en el camino más pedregoso del valle. No recuerdo si por aquel entonces existían o no los cascos para las bicis, pero si por casualidad existían, el que los portaba, era, como mínimo, un mariquita -no había eufemismos en aquellos años para esa opción sexual-, un mixinetes o un pixeretes, palabras cuya traducción exacta al castellano desconozco, pero sería algo así como persona extremadamente cuidadosa o primorosa. 
Hoy en día los niños están sobreprotegidos, no hay duda. Cada vez que se suben a un bici, parecen preparados para enfrentarse a un supuesto e ignoto adversario en un torneo medieval. Para patinar, protegen sus cabezas, codos, rodillas muñecas, llegando a  semejar pequeños monstruos robóticos cuyo cuerpo carece por completo de la necesaria libertad de movimientos. Intentamos proteger a nuestros retoños del dolor y no saben -ya lo sabrán- que el dolor forma parte de la vida, Los protegemos de las posibles cicatrices  sin apercibirnos de que son las cicatrices las únicas que pueden resucitar la piel sobre la herida abierta. 
Y además, ¿qué es más peligroso, que un niño se haga un rascón en la pierna o que se adentre en su mundo virtual de playestationxbox y se dedique a atropellar putas, torturar sicarios y golpear a pacíficos viandantes?

Yo tengo clara la respuesta ¿Y vosotros?