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miércoles, 28 de enero de 2015

CONDUCTORAS SUICIDAS. ESPACIO COMPARTIDO



Prefiero hacer turismo sin hacer turismo, ser uno más de la ciudad, sin que se me note que soy extranjero. Esta vez quise ser holandés, un holandés que no pudo dejar de sorprenderse.

Estuve a punto de sacar la bicicleta de mi monovolumen para disfrutar del camino hasta llegar a Makkinga, pero amaneció el día con una fina lluvia que me hizo desistir. Contemplaría el verde paisaje salpicado de mantos de flores a través del lento vaivén de mis limpiaparabrisas.

Al llegar a la pequeña ciudad, la lluvia empezó a desaparecer y me recibió una señal a la entrada de la población, al parecer la única que me iba a encontrar en adelante, ya que rezaba así: Welkom, Werkeersbordvrij!! (¡¡Bienvenido, libre de señales de tráfico!!)

Continué el camino con cierta cautela. Yo era el forastero ¿Me adentraba en territorio vaquero, espacio natural libre dominado por los oriundos del lugar bajo unas normas que desconocía, si es que existían? ¿Esto era anarquía vial?
Con los cinco sentidos alertas, empecé a recorrer sus calles y llegué a una plaza que irremediablemente tenía que cruzar. La plaza no tenía ni rotonda, ni aceras, por supuesto sin señales ni semáforos que ordenaran nada, todo era un mismo espacio con un uniforme suelo rojo, salpicado de árboles y mobiliario urbano. Se encendió en alguna parte de mi cerebro la luz roja, quizás reflejo del asfalto o en respuesta a mi sexto sentido, alertándome del peligro y empezó a sonar en mi consciencia auditiva esta banda sonora....


http://www.goear.com/listen/7f52dec/el-bueno-el-feo-y-el-malo-banda-sonora

¿Con quién tengo que batirme en duelo para cruzar al otro lado?

Comencé a moverme muy despacio, el aire húmedo entraba por la ventanilla refrescando mi rostro, mascaba nervioso mi chicle, mi pie estaba a punto de apretar el embrague, mientras mis manos acariciaban con cautela el volante y mi trayectoria empezó a cruzarse con las miradas de cuatro automovilistas, tres ciclistas y tres peatones. Lo recuerdo con precisión numérica, porque era como ir saludando a mis vecinos, a la vez que tomaba mis decisiones tras sondear sus miradas y adivinar sus intenciones, eran ellos mi punto de atención, porque no había ni una sola señal que indicara ninguna prioridad de paso. Un pacífico duelo de quién desenfunda primero, es decir, quién pasa primero.

Una vez atravesada la plaza, una grata sensación me invadió el alma que hizo concluyera que aquí todo el mundo es bueno, alguno habrá feo supongo y dudo si habrá algún malo.
He descubierto el secreto, la única norma que impera es el respeto por el otro, puesto en práctica por medio de la negociación visual, la amabilidad, la cortesía y la confianza. Poco menos que nos adivinábamos nuestras intenciones, sin prisas, negociando sin palabras. En perfecta concordancia se resolvía como compartir el espacio con justicia.

Creo que me he enamorado de las gentes de esta pequeña ciudad, sobre todo de la última ciclista que se me cruzó con su elegante pedaleo, a la que cedí el paso y que al girar su cabeza y mover graciosamente sus trenzas rubias me guiñó un ojo y me lanzó una amplia sonrisa. ¿Sería la recompensa a este extranjero por sincronizarme con ellos o puedo albergar otras esperanzas...?

Ella, mi Bella, ha cambiado mis prioridades y me dirijo a compartir su camino con la misión de poder establecer algún entente, eje o tratado político-emocional. Lástima, me dije, no haber elegido la bicicleta para aproximarnos mejor, pero pensándolo mejor, hubiera sido otra historia y el final de esta ha sido inmejorable. A día de hoy sigo enamorado en Holanda.



Besos compartidos.

Las Gemelas del Sur.