lunes, 20 de enero de 2014

LA GATA SOBRE EL TECLADO. La maleta rosa.


Llegué al aeropuerto cuando caía la noche. El avión salía de madrugada pero era mejor tomarse las cosas con tiempo. Temía no encontrar ni la puerta de embarque. De un tiempo a esta parte olvidaba las cosas más cotidianas, tenía unos despistes inesperados que me hacían sentir en el fondo de la nada. Por ejemplo, salía del supermercado sin saber muy bien qué había ido a comprar. Me quedaba quieta, en medio de la avenida, preguntándome qué dirección tomar.  Al final, acababa volviendo a casa y sentándome acurrucada en una esquina de la terraza, un lugar desde donde poder el cielo abierto y la luz.
Quizás fue esa la razón que decidió a mi terapeuta recomendarme hacer este viaje. "Te sentará bien cambiar de aires"- había dicho con mucha convicción. Sin duda, el stress me había puesto contra las cuerdas y éstas cedían bajo mi leve peso. Ahora pensaba que quizás no había sido tan buena idea. En el aeropuerto la gente caminaba deprisa, por todas partes, como si intentaran alzar el vuelo sin necesidad de subirse a un avión.
De repente, note aquella extraña sensación. Subía como un escalofrío desde la punta de los pies hasta la nuca. Después vendrían aquellos puntitos negros que veía flotar frente a mis ojos como diminutos satélites, y a continuación, el olvido.
Sentí un gran calor, como si me fuesen introduciendo en una caldera de agua hirviendo.
- ¿Dónde está el servicio? -pregunté-
El joven a quien había clavado literalmente las uñas en el brazo me miraba con terror. Sin articular palabra, me indicó con la mano un estrecho pasillo que se abría a la derecha. Corrí hacia aquel pasadizo gris buscando apoyo en las paredes, como si en cualquier momento fuese a caer redonda. En los servicios, para mi sorpresa, no había nadie. Abrí el grifo del agua fría y haciendo un cuenco con las manos, tiré el agua sobre mi rostro cada vez más pálido. Las piernas me temblaban y el enorme espejo que tenía frente a mí reproducía una imagen de mí misma que no me gustaba en absoluto, La puerta se abrió de un golpe.
-Buenas tardes.
Le respondí sin mirarla, pero sin duda aquella mujer de mediana edad había visto mi lívido rostro reflejado en el espejo.
-¿ Se encuentra bien?- preguntó-
- Regular- vacilé-. Tengo miedo a volar.
-¡Vaya!-contestó riendo francamente-, ¿y quién no lo tiene? Pero en cuanto el aparato alza el vuelo, el miedo también se va de viaje. ¿Va muy lejos?
No lo recordaba. ¡Dios! no sabía adonde iba. Afortunadamente, llevaba el billete en el bolso. Lo saqué y se lo mostré con la esperanza de que aquella mujer leyese mi destino en voz alta.
-¡Oh! -exclamó en un tono de auténtica sorpresa- Va a Madeira. Precioso.
Iba a Madeira. Tenía que recordarlo  a toda costa. Debía salir rápidamente del servicio y plantarme frente a la parrilla de salida repitiendo sin cesar, Madeira, Madeira.
- ¿Y usted?- 
No me interesaba en absoluto pero supongo que era una cuestión de mutua cortesía.
- A Londres, de compras.
- Estupendo - contesté deseando cada vez más abandonar aquel enorme habitáculo iluminado  con luz fría de bajo consumo.
Salí al inmenso hall del aeropuerto. Me sentía algo mejor, pero sabía que no acabaría de encontrar la tan ansiada calma hasta que estuviese instalada en mi asiento de clase turista del avión. Volví al banco donde había estado sentada anteriormente, o a alguno que se le parecía mucho.  En aquel laberinto de gente que huía de qué se yo, todas las paredes eran iguales, las ventanas acristaladas, incluso las azafatas que iban y venían como enormes muñecas barbie vestidas de azul marino.
Me senté con la mirada fija en la parrilla de salida: Madeira, la isla. Debería recordarlo repitiéndolo una y otra vez. De súbito, sentí un sobresalto al no ver mi maleta. ¿Dónde la había dejado? ¿De qué color era? Seguro que si la veía la podía reconocer. ¿O no? Deslicé la vista por toda la sala. Había maletas de todo tipo, rodeadas de personas que no les prestaban demasiado atención. Incluso había alguna maleta sola.
Sola. Se me estaba ocurriendo algo terrible. Después de todo, lo importante era llevar una maleta, y si no  lograba encontrar la mía... Sentí cómo la sangre subía por mi cuello e inundaba mi rostro como un agua mansa. ¡Qué idea más perversa! Sin embargo, ese pensamiento diluyó la angustia que sentía hasta hacerla casi desaparecer. No era tan difícil, pero tenía que ser rápida. El avión salía en menos de una hora y no había tiempo que perder.
Allí estaba. Apenas a unos veinte metros de mí. Y, aparentemente, no tenia vigilancia. Miré a uno y otro lado. Aquello que parecían pequeñas lámparas incrustadas en el techo eran sin duda cámaras de seguridad. ¿Y si cogía la maleta y alguna loca salía corriendo tras de mí? Debía idear una estrategia de retirada, decir algo así como "Oh, disculpe, mi maleta es igual. No sabe cómo lo lamento", y saldría del enredo caminando despacio, como si mi inocencia fuera absoluta. Caminé distraídamente hacia la enorme cristalera que se extendía a mi izquierda. Nunca lo había hecho pero tenía una justificación. No podía irme a.. ¿Madeira, las Maldivas?. Bueno, cualquiera de ellas sería buena. No podía irme sin un mísero bikini. Contemplé la maleta rosa con inquietud ¿Y si la propietaria de aquella maleta de marca pensaba viajar a Alaska? Miré angustiada la parrilla de salidas.  En las próximas horas sólo había  un vuelo a San Petersburgo y allí no debía hacer un tiempo caribeño. Había visto en alguna ocasión imágenes de esa ciudad en internet, cuando estaba sitiada por los alemanes y la gente moría de hambre entre enormes montones de nieve. A pesar de que sudaba por cada uno de mis poros, sentí un leve escalofrío, y no ya por el perturbador pensamiento,  sino porque noté el movimiento de una sombra junto a mí.
-¿Necesita ayuda?
Era una auxiliar de vuelo con cara de niña y un ligero acento de fatiga
- No, en absoluto -contesté rápidamente-, todo está bien.
Todo menos mi corazón que daba más trompicones que un viejo coche de segunda mano.
Dos guardias andaban lejos, hablando entre ellos.  La atenta auxiliar de vuelo, que sin duda había notado mi angustia, se había alejado con paso firme y, seguramente, con la sensación del deber cumplido. Era el momento.  Me acerqué, cogí la maleta, arranqué la tarjeta de identificación y la tiré a la primera papelera que encontré en mi camino.
Sentada de nuevo en mi banco, confeccioné  con buena letra otra tarjeta y la adherí a la maleta, Me había situado en un lugar discreto y no muy bien iluminado. Ahora sólo era necesario esperar, mantener la sangre fría, intentar dormir durante el vuelo y llegar por fin al paraíso soñado.
No hubo problema alguno en el embarque. La aeronave era pequeña y acogedora. Una azafata me trajo un refresco- yo hubiera preferido algo más fuerte-, mientras densas nubes blancas pasaban bajo nuestros pies. Era un milagro volar, mantener aquel armatoste pesado en el aire como si se tratase de un pequeño vencejo. Cerré los ojos. Era curioso comprobar cómo olvidaba las cosas más tontas y no conseguía borrar de mi memoria aquellas otras, horribles, que habían roto el ritmo melódico de mi vida. ¿Hasta qué día, hasta qué minuto había sido feliz? ¿Cuándo mi sonrisa fácil y alocada había sido sustituida por una mueca de desconcierto? Sentí el peso de los recuerdos indeseables como si todo el cielo cayese sobre mí en una masa compacta. Debía olvidar de una puta vez los malos recuerdos para dejar lugar a los buenos, aquellos que servían para saber adonde íbamos, quienes éramos y qué podíamos esperar ya de la vida.
El avión tomó tierra con serenidad mientras  un trueno retumbaba en el aire húmedo. "Mal empezamos" -pensé-. Recogí la maleta sin problemas mientras contemplaba cómo una extensa cortina de agua se había tragado el paisaje. Pero no me importó mojarme. Incluso dejé que mis pies, calzados con sandalias, fueran chapoteando en cada uno de los charcos de la terminal. Sin saber por qué, advertí que esa sensación me hacía sentir libre y confiada.
El hotel estaba junto a la playa. Se trataba de un pequeño bungalow con un diminuto jardín delantero donde había una sencilla mesa junto a unas sillas de mimbre. Había dejado de llover y las nubes, abriéndose en canal como el mar rojo al paso de Moisés, dejaban ver enormes claros de un azul eléctrico. Tiré la maleta sobre la cama mientras me percataba de que aún quedaba un problema por resolver: la contraseña. Probé:0000, 1234, 8765... Nada. Quizá fuera mejor intentarlo con fechas: 2000, 2005, 2011. Imposible de abrir. Siempre quedaba la posibilidad de abrirla a patadas, pero esa opción aún estaba en la reserva. ¿Por qué no probar con mi contraseña? Era bastante vulgar: 2020.
Y el sistema de seguridad cedió. Descorrí la cremallera con emoción contenida  y la maleta se abrió.
No podía creer lo que veían mis ojos. Era tan increíble como estúpido.
Era mi maleta.

26 comentarios:

  1. Amparo, esta historia me es familiar, no exactamente ésta, pero si muy similares donde no encuentro las cosas o no recuerdo algo, eso me pasa en sueños. Tengo sueños repetidos con éste argumento, sobre todo cuando estoy estresada, me ha gustado, besos.

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    1. Gracias Ana. Yo también tengo olvidos pero no tantos como mi protagonista. Ni viajo tanto. De hecho no sé muy bien por donde paran esas islas. Me alegro de que te haya gustado.

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  2. Por eso mis viajes son ... de Lanuza a Jaca y de Jaca a Lanuza ... tres cuartos de hora por terreno conocido !!

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    1. Ja, ja. Los míos también son bastante rutinarios. De Valencia a Beneixama (+Alicante) y de Beneixama a Valencia. Yo de largos viajes, nada de nada. Pero mis protagonistas sí viajan. Gracias por tu comentario.

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    1. Sí, un poco claustrofóbico, pero espero que, aún así, te haya gustado. Gracias por tu comentario, Dyhego.

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  4. Eso si que es una aventura y una valentía (locura diría yo) por su parte y por la del terapeuta, lanzarse a hacer un viaje sola con esos despistes. Cómo he sufrido cada síntoma de su zozobra, ya que alguna vez me he sentido desorientada, vamos pero no tanto. No quiero pensar si en alguna excursión por la isla no pueda recordar en que hotel se aloja...

    Besos socorridos.

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    1. Cómo ha sufrido la pobre. Y me has dado una idea con eso de que no pueda recordar en qué hotel se aloja. Quién sabe si puede haber una segunda parte.

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  5. Autenticos ataques de pánico,abrazos mil,buen escrito,Fiaris

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    1. Gracias. Espero haber transmitido bien las sensaciones, aunque te aseguro que nunca he robado una maleta... por ahora.

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  6. Vaya!, has conseguido trasladarnos la ansiedad de tu protagonista, tan bien la has descrito que me han dado ganas de "echarle una mano", en fin Amparo, tal y como nos tienes acostumbradas....¡una delicia leerte!

    Besos

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    1. Ja, ja. Es que yo en ansiedades soy una experta, y aunque no llego al punto de la protagonista porque aún conservo una buena memoria, sí que puedo transmitir una sensación que más de una vez he sentido: agobio.

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  7. Agobiante, desesperante, e incluso desternillante a veces. Pero sobre todo, me mantuvo en vilo.
    Muy buen relato!

    Un abrazo!

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    1. Gracias Josef. la verdad es que intenté recrear hasta dónde puede llegar nuestra propia mente para destruirnos. Me alegra mucho que te haya gustado.

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  8. Me atrapó el relato, incluso, sentí ese nerviosismo. esa sensación de angustia. Llego por primera vez por aquí pero seguiré de cerca las publicaciones.
    un saludo

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    1. Entonces bienvenida a este lugar donde se cuece un poco de todo con la mayor ilusión. Me complace haber logrado transmitir la sensación de angustia de la protagonista. Gracias por tu comentario.

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  9. Qué ritmo trepidante! Un relato con tu sello, entre la risa y la tragedia, entre la demencia y la ternura.
    Un saludo!

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    1. Cómo me conoces, E`milio. Y es que una anda por la vida de ese modo, entre la risa y la tragedia, la demencia y la ternura. Me alegra que te haya gustado.

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  10. Angustioso. Aunque consigues que veamos el lado cómico y absurdo de la situación, a mi me da pavor que un día me falle así la cabeza.

    Besos

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    1. La verdad, jara, es que por ahora tengo muy buena memoria, pero quién sabe... Espero no haberte angustiado demasiado. Gracias por tu comentario.

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  11. Jesús que estrés!! Me da agobio de ver a la pobre mujer tan indecisa y con tantas dudas, hasta he llegado que la señora padecía principio de alhzeimer. Lo que tambien me he preguntado ¿como se atreve a viajar sola con las lagunas mentales que tiene?

    Bss.

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    1. La culpa la tiene el terapeuta que se cree, el muy tonto, que un viaje lo cura todo. Por lo comentarios veo que he conseguido transmitir la sensación de agobio que siente mi "prota" y eso es bueno. Gracias... Mar.

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    2. Hay cada terapeuta que se cree que ya está de vuelta de todo... jajajajaja, Nada más lejos de la realidad.

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  12. Enhorabuena, Amparo! Me encanta tu historia, me gusta mucho tu manera de narrar, me atrapan tus relatos.
    Creo que lo haces muy bien, sigue en ello. Tienes aquí un seguidor fiel de tus narraciones.
    Un abrazo caladote y colorido, como tu maleta......

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    1. No me hagas tantos elogios que me lo voy a creer y pienso que una mínima inseguridad también es buena para pensar que debes seguir esforzándote. Sigo en ello, seguiré hasta que mis dedos no acierten sobre el teclado o hasta que mi cabeza esté como la de esa pobre viajera. Un abrazo.

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  13. Hola , nos gustaría colaborar con tu Blog ! Nos das tu email ?
    Saludos !

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