Especie de despropósito
arquitectónico-constructivo, uno más de los muchos que acompañan los
asentamientos del Homo Sapiens, mezcla de vulgaridad, mal gusto,
desorganización, desorden y ausencia absoluta de pudor, decoro y del más mínimo
respeto por la estética.
Su hábitat son las fachadas más ruinosas y
miserables de los hogares de la especie a la que se asocia, el hombre. Se
caracteriza por surgir adosado a las fachadas, generalmente traseras y ocultas
a la propia vista del morador de la vivienda.
Presenta variadas ramificaciones de toda
índole, material, calibre y naturaleza, incluso algunas que de manera
espontánea surgen a su cobijo, de tipo vegetal, como se
aprecia por los brotes verdes que surgen a derecha e izquierda y las humildes
florecillas que contra todo pronóstico desafían al inhóspito paraje en el que
brotan, y que demuestran que pese a todo, la naturaleza y la vida sólo saben de
supervivencia. Sin duda, sustrato, abono y agua no les faltan a las plantas
para arraigar y prosperar en este microsistema soez y caótico, como la propia
naturaleza de su obrador.
Y es que al mirar hacia arriba mientras
paseaba por las callejuelas, me sorprendió encontrar aquel curioso “árbol” de
tuberías de uralita, tubos de PVC y cables de todo tipo dibujarse sobre la
destartalada y maltrecha pared de viejos ladrillos y sus grandes desconchones.
Me pregunto si serán estos los únicos
“árboles” que dejemos a los tataranietos de los nietos de nuestros nietos…