lunes, 21 de julio de 2014
LA GATA SOBRE EL TECLADO. Frente al espejo.
Aquel día lloré hasta quedarme sin lágrimas. Era una calurosa tarde de verano, de mediados de agosto. El son caía a plomo sobre las calles paralelas de aquel pequeño pueblo anclado en un estrecho valle.
Mis amigos me miraban en silencio, sin atreverse a decir nada. Yo había suplicado durante todo el día, lo había intentado de todas las formas posibles, incluso poniendo aquella carita de niña dulce que en más de una ocasión me había librado de una buena reprimenda.
Pero no convencí a nadie. Mi torrente de lágrimas fue a dar sobre tierras impermeables que no pudieron filtrar mi inocente pesar. “Es lo que siempre se hace cuando una niña ya ha tomado la comunión- me habían dicho- es lo que dicta la tradición”. Pero yo no entendía nada de estúpidas costumbres ancestrales que no encontraban respaldo en ninguna ley escrita.
A las cinco de la tarde me llevaron, como los toros a la arena del circo. Mis amigos me acompañaban en aquel breve paseo que me separaba del cruel sacrificio. Mi prima me tomó de la mano intentando darme ánimo. Ella ya había pasado por aquello hacía apenas un año.
La sala era oscura y destartalada y tenía sólo una pequeña ventana que daba a la calle. En la pared, había un espejo enorme que reflejaba mis ojos hinchados y mi rostro enrojecido por el llanto. Y sobre el espejo colgaba un retazo de guirnalda navideña pintada de purpurina que nadie se había preocupado de quitar.
Escuché unos pasos que se acercaban. Eran los de una mujer recia como un roble que entró en la habitación dando grandes zancadas.
- Siéntate frente al espejo -me dijo-
Pero yo no me moví.
- Siéntate guapa -volvió a decir en un tono más irritado- o tendré que atarte a la silla.
Su sonrisa era fría y fingida. Y creí descubrir, en el fondo de su mirada, un placer infinito que se nutría de mi dolor.
Me senté a regañadientes en aquella ajada butaca de skay, mientras mi pequeño séquito seguía observándome sin decir nada. Aquella mujer abrió un cajón de la cómoda que había bajo el espejo, y sacó una especie de sábana blanca que me puso alrededor del cuello. Parecía una minúscula doncella dispuesta a ser entregada como ofrenda a algún dios irascible. Después, cogió las tijeras mientras yo rompía de nuevo a llorar.
- Ni que te fuera a cortar la cabeza -dijo la mujer entre risas-
Primero cayó una y luego la otra. Sobre las desgastadas baldosas hidráulicas yacían mis dos trenzas, brillantes, gruesas, de un color cobrizo con múltiples reflejos.
Aquel día de verano sentí que la infancia comenzaba a alejarse de mí.
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Una metáfora perfecta para describir ese paso de gigante que tanta curiosidad e ilusión nos provoca cuando lo imaginamos de niños. No es así cuando llega, ahí dudamos, e incluso habría momentos que volveríamos atrás si pudiésemos, pero el inexorable paso del tiempo es el que marca el ritmo y el compás.
ResponderEliminarLo mismo sucede con los pasos siguientes, con cada uno de ellos, volvemos a perder las.trenzas....
¡Que tengas una magnífico verano!
Gracias marinela. El corte de pelo es una constante en nuestra cultura. Cuando tomamos la comunión, nos cortan el pelo e incluso, en aquella època, cuando una mujer se casaba se cortaba el pelo. Era una forma de decir "Ya no estoy7 disponible" o "Mira a otra". Crueldades, que también la hay de nuestra cultura.
EliminarToda persona que pone su mano sobre otra es una tirana. Hay vidas que son o no son.
ResponderEliminarSaludos.
Y hay vidas, sobre todo, que fueron - y son- nuestras y tenemos derecho a decidir como somos. Gracias.
EliminarAy, esas ceremonias iniciáticas.
ResponderEliminarSalu2.
Crueles de por sí, y tempranas. Gracias por tu comentario.
EliminarSi no maduras al natural, te maduran a la fuerza. Si no, te comen. Parece que por un lado o por otro el camino hay que seguirlo. Lo triste es saber que que a la larga, una de esas niñas acabará siendo la nueva "cortatrenzas".
ResponderEliminarUn abrazo
Una de esas niñas que, sin duda, no seré yo porque a mi hija le corto su hermosa cabellera y... me corta la mano. Gracias por leerme.
EliminarRituales de la infancia que guardamos en la memoria. Yo recuerdo a mi barbero, y cómo me dormía, colgando los pies del sillón aquel, mientras me cortaba el pelo con una maquinita cuyo ruido me encantaba.Es normal que lo recuerdes casi con terror..., menudo trauma!
ResponderEliminarYo aún recuerdo al barbero que venía a casa a cortarle el pelo a mi hermano. Tenía un apellido curioso: Barbaroja, no sabías si iba a cortarte el pelo o la cabeza. Gracias Emilio.
EliminarVaya tijeretazo, eso si fue un recorte traumático. Nadie te preguntó, tu voluntad de niña fue ignorada y en aquella época no se le preguntaba a ningún niño, la autoridad mandaba.
ResponderEliminarMe has hecho pensar que la autoridad política en nuestro tiempo también nos está tratando como a niños y además piensan que nos chupamos el dedo. La historia se repite, nos estamos dejando cortar las trenzas.
Besos veraniegos.
Gemelas. Ya he vuelto de mi verano de más de cuarenta grados y ni una gota de lluvia. Y si los tuviéramos, diría que nos estamos dejando cortar... los cataplines. besos me agosto.
EliminarJolín Amparo... He llegado a sentir el miedo y la impotencia, de verdad.
ResponderEliminarCreo que ya en algún relato o en algún comentario salió este tema. Yo no le vivido pero siempre tengo la misma impresión ante este tipo de costumbres: Con toda la prudencia y la distancia que dan los distintos contextos, me parece casi una agresión. Tiene una connotación humillante o algo más incluso. Y no tanto por quien lo ejecuta, lo consiente o lo observa sin más, sino por el protagonista, sometido a ese destino imposible de cuestionar.. Sometido....
Durito pero me ha gustado mucho.
Feliz agosto... y pelo al viento!!
Para una niña su pelo es como la diadema de una princesa. Es su soporte, era - en aquella época- su guiño de feminidad. La infancia hay que dejarla lentamente o quizás no dejarla nunca. A mí me cuesta. gracias por leerme.
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