Humildemente, el señor cangrejo reposa su sueño eterno. Un día lo
encuentras en la playa como es probable, sobre la arena como tantas
veces. Pero esta vez algo es distinto: está panza arriba y no se mueve.
Pronto formará parte otra vez de un universo de arena, sal y espuma blanca del mar. Muy probablemente ocurra que antes de eso, alguna gaviota retire sus restos. Tal vez sean las hormigas que ya merodean.
Es la manera en que estas cosas acaban. Nada se desaprovecha en una naturaleza eficaz, eficiente, limpia y ordenada. Lógica.
Igual que cuando vivía, pero con su caparazón volteado sobre la arena e inerme, don cangrejo mira con su vacía mirada a un mundo del revés. Más allá, la playa y el mar siguen inmutables a lo suyo. Es así. Cruel quizá. Imperturbable y sereno. Simple e implacable. Sencillo, terrible y bello. Quién sabe pero, seguramente y en alguna parte, en algún otro mar, algún cangrejo nazca para ocupar el hueco. La vida acaba porque, la muerte, forma parte del juego. Tratamos siempre de descartarnos de ella cuando nos reparten las cartas. Pero no importa: siempre terminamos por cogerla otra vez.
A mí, el señor cangrejo, éste, me guiña un ojo. Bueno, me guiña más bien los dos.
Pronto formará parte otra vez de un universo de arena, sal y espuma blanca del mar. Muy probablemente ocurra que antes de eso, alguna gaviota retire sus restos. Tal vez sean las hormigas que ya merodean.
Es la manera en que estas cosas acaban. Nada se desaprovecha en una naturaleza eficaz, eficiente, limpia y ordenada. Lógica.
Igual que cuando vivía, pero con su caparazón volteado sobre la arena e inerme, don cangrejo mira con su vacía mirada a un mundo del revés. Más allá, la playa y el mar siguen inmutables a lo suyo. Es así. Cruel quizá. Imperturbable y sereno. Simple e implacable. Sencillo, terrible y bello. Quién sabe pero, seguramente y en alguna parte, en algún otro mar, algún cangrejo nazca para ocupar el hueco. La vida acaba porque, la muerte, forma parte del juego. Tratamos siempre de descartarnos de ella cuando nos reparten las cartas. Pero no importa: siempre terminamos por cogerla otra vez.
A mí, el señor cangrejo, éste, me guiña un ojo. Bueno, me guiña más bien los dos.
Me despido con una última fotografía y me sumo al murmullo de las olas que escucho
al fondo.
Ellas le susurran su particular y sentido requiem. Descansa en paz señor cangrejo.
Saludos calados.
Con él hice muchos, muchísimos castillos en la arena, en playas como esta. Con él cazaba cangrejos. Con él jugaba con la espuma de las olas del mar. Con él aprendí a ir en bicicleta. Él me enseñó a lavarme las manos antes de comer y a ser puntual para ir al cole. Y a volar una cometa. A saludar al llegar y al irme y a pedir el turno en la cola del pan. Me enseñó también a hacerme el nudo de la corbata. Él me enseñó a amar a los míos y a ser persona.
Con él hice muchos, muchísimos castillos en la arena, en playas como esta. Con él cazaba cangrejos. Con él jugaba con la espuma de las olas del mar. Con él aprendí a ir en bicicleta. Él me enseñó a lavarme las manos antes de comer y a ser puntual para ir al cole. Y a volar una cometa. A saludar al llegar y al irme y a pedir el turno en la cola del pan. Me enseñó también a hacerme el nudo de la corbata. Él me enseñó a amar a los míos y a ser persona.
Y muchas, muchas más cosas. Tantas... Sé que está ya en algún lugar, libre y en paz.
Gracias por tí, gracias por todo, papá.
Gracias por tí, gracias por todo, papá.